viernes, mayo 25, 2007

Correo desde Nueva York 8: Nada que escribir ni que leer (último desde NY)

Hoy no hay ni foto, ni dedicatoria, ni muerto. Si caen en cuenta de alguno de los tres, sugieran

Cuando es viernes comienzo a pensar en lo que voy a escribir el lunes, el correo largo. Pero no se me ocurre nada en absoluto. Tal vez es por todo el cansancio de la semana, por las ganas que me dan de dormir, y las pocas ganas que tengo de sentarme en un computador un viernes por la tarde. Entonces no me preocupo por la falta de ideas.

El sábado normalmente camino por ahí y comienzo a unir ideas, me acuerdo de las cosas que han pasado durante toda la semana, y me doy cuenta que todas podrían caber dentro de una sola historia. Me paso el resto del fin de semana elaborando mentalmente (perdón por el término) la forma como las voy a unir, y el domingo por la noche ya se me ha ocurrido un título. Creo que por eso es que me pierdo tanto por ahí, porque estoy englobado pensando en el lunes en la mañana mientras camino por la ciudad.

Si el sábado no se me ha ocurrido nada, el domingo a veces estoy acelerado por el hecho, y al final de la noche se me ocurre algo. Esto me está comenzando a divertir, es como armar un collar con diferentes piezas, pero armarlo de tal forma que se vea bien. Si seguimos la analogía, el viernes solo tengo las piezas, y durante el fin de semana las voy uniendo por medio de la cuerda que las sostiene.

Ayer (domingo), en la tarde y en la noche, no tenía ni piezas ni cuerda, ni nada. No tenía ni idea qué iba a escribir, tal vez porque me la pasé todo el día montando en bicicleta (en un recorrido por Queens para “raise marrow bone awareness”, opinen lo que quieran), y el sábado caminé por ahí para encontrar sitios que no conociera de Manhattan (esta ha pasado a ser una actividad bastante interesante). No estuve englobado (por lo menos no con esta historia), y llegaba la noche y no tenía qué escribir el lunes.

Entonces comencé a buscar temas, y pensé en simplemente escribir sobre el acto de escribir, o tal vez sobre el acto de leer. Me acordé de los libros de Umberto Eco que leí (por partes) en la casa (de Salas), y me pareció un poco aburrido dar una versión primípara e inexacta de semiótica a personas que pueden saber más de esto, o que sinceramente no les importa un pito los significados o los significantes, o el texto, el autor y el lector.

Entonces, qué hago? Me resigné a escribir cualquier porquería, y me dejé de preocupar por eso. Cogí un libro de Calvino y me sumergí en los primeros cuatro capítulos, y lo cerré. Hablaba sobre leer, y sobre buscar libros en librerías (solo al principio). Me englobé pensando en las bibliotecas, y en mi persistencia por leer cualquier cosa. A veces me siento como si tuviera la obligación de leer todo lo que se me pasa en frente. No sé cuantos de ustedes gozan leyendo mientras caminan, pero a mí me puede parecer una actividad espectacular. Comencé a hacerlo en bachillerato cuando caminaba hacia el paradero del bus, que ya quedaba lo suficientemente lejos como para poder leer unas buenas cinco o seis páginas del libro que tocara leer para español o inglés. Al principio la actividad me pareció bastante difícil, porque no era capaz de bajar andenes sin apartar la vista de lo que leía, y a veces cruzaba las calles y me pitaban los carros porque estaba leyendo. Si estaba muy de malas, metía la pata en un hueco lleno de agua mientras leía, y duraba dos o tres días sin leer hacia el paradero porque me daba miedo caer en una alcantarilla destapada.

Cáigase en cuenta que mi paradero quedaba en la 127, y me tocaba cruzarla. Meses después de emprender mi lectura caminante, ya podía cruzar la gran avenida con una mirada a través del rabillo del ojo, elegantemente volviendo a la línea en la que había quedado.

Más adelante, cuando mis intereses se distanciaban un poco de los libros y llegaron a las bicicletas, ya no caminaba al paradero sino que me iba montado hasta el colegio. Como tocaba irse por la autopista, no leía durante el viaje. Pero algunos años después, confiando en mi destreza al montar en la bicicleta, comencé a leer mientras llegaba a un sitio. Aunque esto no lo hago mucho (siempre ando con afán, brincando andenes y volándome semáforos en rojo), cada vez que tengo la oportunidad, estoy relajado y puedo irme por una ciclorruta con pocos cruces, llevo un libro y lo leo durante el recorrido. Una vez lo hice por la Calle 90, y algunas otras bajando por la 92 (tengo freno de pie, entonces puedo soltar las dos manos para leer). Una vez leí una carta de amor (más bien, de dolor) mientras montaba, y comento a quienes piensen hacerlo que no es ni fácil ni divertido, yo lo hice porque era inminente y debía leerla en ese momento, pero es muy difícil estar leyendo algo afectivo y caótico, y al mismo tiempo dirigir una bicicleta mientras los ojos se humedecen un poco.

Entonces leo cuando puedo, y creo que mi inclinación a leer en movimiento se debe a mi dificultad para quedarme quieto, es una especie de mecanismo de adaptación entre la hierpquinesia y la necesidad de leer. Raro...

Otra cosa que va unida a esto es la infinita paciencia que tengo (y que he visto en otros) para ver todos los libros en una biblioteca o librería, por lo menos de las áreas que me interesan. Cuando entro a una casa, después de ver los marcos de los cuadros y las chapas de las puertas, me quedo unos minutos (si es posible, varios) mirando el repertorio bibliográfico del hogar. Si los libros son seriados, sin están en algun orden, si han sido abiertos, y si todos son de una época específica. Si pueden demostrar la inclinación intelectual de sus dueños, o si simplemente han sido comprados por metros y para llenar espacios. Si es posible (y si tengo la confianza suficiente) cojo uno de los libros que me interese y lo hojeo. Si tiene un señalador se lo pido al dueño o dueña, y le ofrezco otro a cambio, que después se lo traigo, ay porfa, usted igual no usa este señalador.

Es impresionante la capacidad que uno puede obtener de mirar libros verticalmente. Me explico: cuando uno está viendo libros en una librería, todos están dispuestos de lado. Esto hace que los títulos se vean verticalmente, y si uno tiene suerte todos estan del mismo lado. Uno parece un patito caminando hacia los lados y mirando todos los libros que hay, en especial cuando están en el estante del centro, donde uno se debe agachar. Entonces uno termina agachado, con la cabeza inclinada un cuarto de giro, con la boca abierta, mirando qué título puede ser de interés. Si uno está en una librería de Bogotá, es prohibido sacar los libros, y mucho más abrirlos y leer un poco. Como si uno se lo fuera a terminar, y como si uno tuviera un poder especial que le hiciera saber si el libro es interesante o no. Y después los dueños de las librerías se preguntan por qué la sociedad colombiana no lee. Pues porque no los dejan ver los libros!

Esto nos lleva de vuelta a Nueva York. Capital del mundo en muchos aspectos (todavía estoy debatiendo conmigo mismo si es una capital cultural o no, sigo dudándolo fuertemente), para mí es capital editorial. Gran parte de los libros en ingles que uno ve tienen como lugar de editorial esta ciudad. Esto llega a ser tan absurdo que, cuando estoy escribiendo la bibliografía de un libro que no recuerdo bien, le enchufo New York: Anchor o New York: Penguin Classics, porque son las típicas editoriales que uno encuentra (además de Prentice Hall y McGraw Hill). Esta puede ser la ciudad de los edificios, de los locos, de los acelerados o del apocalipsis. Para mí, es la ciudad de los libros.

En la calle 18 con 5ª hay una librería que fue fundada en 1873, llamada Barnes and Noble. En este momento, en Estados Unidos hay más librerías Barnes and Noble que Crepes en Bogotá. Pero la de la calle 18 es la más gigantesca que yo haya entrado. Ya había ido a una en Texas, que solamente tenía dos pisos, pero de todas maneras era grandecita. Ahí compré Walden y tres libros de Calvin y Hobbes (lectura densa pero indispensable), pero nada más me pareció interesante. En la calle 18 uno se siente en Alejandría. Entra, camina durante un rato y parece que ya se acabó. Pero sigue caminando y encuentra que hay otra parte de libros de textos gigante, y sigue caminando para encontrarse otra parte más grande llena de libros de segunda mano. Los estantes tienen cerca de 10 pisos, hay escalera para subir a buscar libros, y esta llena de gente leyendo.

Esto es espectacular. Después de la experiencia de prohibición en Bogotá, en esta librería no solamente lo dejan a uno leer libros, sino que uno está casi obligado a coger cinco o seis y llevárselos al cafecito del segundo piso, pedir un frapuccino y quedarse horas leyendo. Cuando uno termina, pasa una señora y recoge todos los libros que han dejado en las mesas para volver a dejarlos en su lugar. De esta forma he sondeado biografías de Einstein, libros de Freud, otros de temas extraños (dragones y epostemología, manos, Van Gogh, Gould, Dickens, etc). En la calle 22 hay otro Barnes and Noble casi tan gigantesco al anterior, pero en este hacen conferencias de autores (creo que la intención es coger el peor libro de la semana y traer al autor para ver si la gente se anima a comprarlo).

En la calle 12 hay otro Barnes and Noble, y por fuera parece tan grande como la Bucholz de la 73. Ayer entré porque estaba perdido (raro) y necesitaba aire acondicionado (y libros). Me quedé mirando y me dí cuenta que no era para nada grande. Además, no tenían nada interesante ni sección de descuentos. Entonces busqué escaleritas, y encontré dos. Las que daban para abajo llevaban a un sótano gigantesco lleno de libros de niños, y las que daban para arriba tenían un segundo piso con más libros, esta vez bastante interesantes. Una historia de las bibliotecas carísima, y más libros de Foucault (estan en todas partes). De ahí sali sin más libros.

Pero entre la librería de la 18 y la de la 22 hay cincuenta más, todas de libros usados. Estas las encontré por coincidencia (es decir, estaba perdido) y entré a una que estaba en descuentos. Las librerías de libros usados son las más chéveres de todas, porque huelen a ese polvito de los libros que tienen más de cincuenta años, que hacen estornudar y que en excesivas cantidades dan alergias en la nariz. En esta librería compré un libro de expresiones faciales y nada más.

Y en Greenwich hay otra librería donde encontré varios libros de interés (claramente la librería era de libros usados). Primero, una edición vieeja de Lorenz, el librito que es hecho de cuenticos. No lo compré porque lo tengo en español, pero todavía dudo por haberlo dejado ahí sentadito, solito. Una biografía de Einstein de 1200 páginas (creo) por 10 dólares- con pasta dura- y otra biografía de Freud con fotos y de tamaño gigante (como para tumbar a alguien de un librazo- golpe de libro-) por 21, una anatomía de Gray por 7 dólares que no compré porque está en Internet, y otros más de Jung. También había una edición especial de Edgar Allan Poe, que venía el libro dentro de una cajita, esos que hacen porque son muy delicados entonces tienen que cuidarlos. Había varios de etología y de ciencia también otros, pero tuve que dejar ahí. Además, cogí señaladores del sitio para recordar donde quedaba y para engrosar mi colección.

En la calle 42, entre 5ª y 6ª, hay otra librería. En esta hay como diez mil postales diferentes, y encontré un libro de urbanismo a todo color por 6 dólares, almanaques y atlas, The Lord of the Rings en cinco ediciones diferentes, y libreticas chéveres. Compré como tres libros, y me regalaron un café (dicen que el café de esta ciudad es hediondo, pero a mí me parece delicioso, tal vez porque nunca tomo café pero aquí comencé a tomar).

Pero en la calle 14, casi con 4ª, hay otra librería de usados, que dicen tener 8 millas de libros. Cuando entré les creí, además tienen libros antiguos, y afuera de la tienda hay cerca de veinte anaqueles móviles con 300 libros cada uno, todos por un dólar (pues, cada uno).

Y también hay bibliotecas públicas. El sábado entré a una, que tenía seis millones de libros adentro. Las salas de lectura son tan grandes que se podría jugar futbol adentro, y ahí uno no se siente en Alejandría sino en la biblioteca del monasterio del nombre de la rosa (otra vez). Esta biblioteca solo la recorrí porque no tenía tiempo, eran las 5 y media y cerraban a las 6, y con ese tamaño tuve el tiempo exacto para recorrer lo importante.

Después de recordar todas estas librerías y la biblioteca, me doy cuenta de la razón por la cual pasó lo de anoche. Cogí todos los libros que he comprado, los uní a los que me han regalado sobre transporte (en la oficina), y los metí en una maleta... bueno, los traté de meter, porque no cupieron todos. Ahora tengo dos maletas de viaje llenas de libros, y no tengo ni idea dónde voy a meter la ropa. Al ver esto, tomé una decisión bastante madura: si no cabe la ropa en las maletas cuando me vaya, solo me llevo los libros.

Correo desde Nueva York 7: Baños, estatuas y relojes

Figura 1. No se alcanzan a ver, pero son el grand central station y el Chrysler. Esta vez ninguno pelea

“(...) por experiencia, no puedo recomendar a nadie que siga mi ejemplo (...)”

Sigmund Freud, Estudio Autobiográfico (1935), 2 páginas antes de terminar.

Perdón, esa cita tenía que ir ahí. Si la leen así, van a pensar que estoy atacando, como siempre, al psicoanálisis. Pero para los que han leído el libro, se darán cuenta que lo que hago es seguir con el psicoanálisis en el corazón (no se ha ido de ahí, y nunca se irá).

Ahora la dedicatoria. Debido a la fecha, este correo tiene que ser dedicado a Catalina Sánchez, porque es su cumpleaños, y porque nunca he visto a alguien que goce más con este evento que nos recuerda que estamos cada vez más cerca de la muerte, o para algunos otros que hemos vivido más. Feliz Cumpleaños.

Estamos como disperses hoy, y creo que todo el correo estará más que disperso. Los temas de hoy son dos, uno de mayor importancia que el otro, pero los dos tratan un mismo tema, aunque no lo parezca. El tema principal es la relativización de todo después de que todo el mundo le entendió mal a Einstein. Claro, nada va a ser en términos físicos porque esto no es una revista científica. Son dos ejemplos más que claros de esta constante cultural, cada vez más arraigada en nosotros.

Primer caso

La semana pasada fue algo agitada, pues este miércoles tengo que entregar un informe final tentativo a la organización, y he estado haciendo entrevistas (5 entrevistas de media hora, todas transcritas a word y analizadas, además de 8 diarios de campo. Es decir, estoy cansado). Además, estaba hablando con Oscar Diaz (asistente de Peñalosa y un compañero de trabajo en ITDP), y le dije que me gustaría tener una entrevista con Peñalosa. “Pero pues claro, fresco. Eso toca esta semana porque la otra se va a Bogotá”. Entonces me dispuse a ser el más intenso con el tema de la entrevista, acordándole a Oscar todos los días del evento. Y casi lo logro. Peñalosa iba a venir el Jueves a la ciudad (como era de esperarse, vive en un suburbio), e iba a darme un tiempo para entrevistarlo. Finalmente, le dio pereza venir a Nueva York (está lloviendo, le toca coger metro y hacer transfer, etc), y me quedé sin entrevista.

Cuando estaba todo casi por lograrse, sentí que iba a escribir hoy todo el tiempo sobre Peñalosa, y sobre cosas chistosas que tuviera. Tal vez tenía una foto en la oficina donde saliera con sus hijos en vestido de baño naranja, con pelo en pecho, y muerto de la risa. O de pronto las medias eran de muñequitos de plaza sésamo, pero eran oscuras entonces nadie se había dado cuenta.

Bueno, lo importante es que no lo entrevisté y me quedé sin tema para hoy. O más bien, no es que me haya quedado sin tema, sino que el que pensaba contar ya no era parte del repertorio.

Pero el Jueves pasó algo rarísimo en este edificio. Les tengo que explicar detalladamente cómo funciona el piso 12 de 115 W30th, para que entiendan: Estas oficinas son chiquitas, y ninguna tiene baño. Los baños quedan a los extremos, y en cada extremo del piso hay un baño para mujeres y otro para hombres. Gracias a Dios estan debidamente marcados, porque si no imagínese la pena de salir del baño de mujeres y encontrarse con una mujer, dejarle salpicado todo y conocerla... nooo.

Además de estar marcados, tienen ventanas. Lógico, gran parte de los baños tienen ventanas. Pero un día entré al baño (de hombres, claro), y comencé a mirar por la ventana. Me di cuenta que se veía una antena como en la punta de un edificio, y me pareció que yo conocía ese edificio. Sin más ni más, salí y seguí en mis cosas.

Cuando salí del edificio a almorzar, vi el Empire State y, como vil indiazo que sigo siendo, me quedé mirándolo con la boca abierta (este fin de semana me di cuenta que la apertura de mi boca es directamente proporcional al tamaño del edificio que esté mirando). Y vi que en la parte de arriba tenía una antena, y me di cuenta que era la misma que yo había visto desde el baño! En este momento me reí solo, un segundo, y me di cuenta que era una pendejada, que a quién le iba a importar que desde la ventana del baño de la oficina se veía el Empire State.

Mentira! Qué tal una situación donde a uno le pregunten (por ejemplo, en una entrevista de trabajo) que dónde ha trabajado. Yo puedo responder “pues en Nueva York, en un sitio donde la vista del baño era el Empire State”. Muy chévere, no? Bueno, pensándolo mejor, como que no. Además podía ser una especie de ilusión, tal vez era otro edificio cerca al nuestro, y no era el Empire State, y ya la respuesta a la pregunta de la entrevista sería “pues en una ONG de transporte en Nueva York”. Muy aburrido.

Entonces lo que decidí fue verificar que este edificio era el Empire State. Me metí al baño, me monté en el inodoro y saqué la cabeza por la ventana (es como alta) para mirar y, si! Era el Empire State. Lo máximo.

Claro que entré a la oficina y pensé en contarle a la gente, pero como que la cara que me iban a hacer era “este tercermundista imbécil, prefiere ver el Empire State desde el baño que salir y caminar dos cuadras a verlo en frente”. Pero esque ellos no comprenderían la magnitud del asunto. Estoy en un lugar donde un edificio histórico se puede ver desde el sitio menos pensado! O por lo menos desde un sitio donde la última intención del arquitecto era que se viera el Empire State. Si él hubiera sabido que desde ahí se veía el edificio, los baños estarían en otro sitio.

Ese es el primer cuento del baño. Pero tengo que contar más cosas sobre aquel lugar tan incógnito, que no aparece en las telenovelas, y que nadie parece aceptar que pasamos una parte considerable de nuestras vidas ahí dentro.

Cuando estaba en una de mis excursiones investigativas (confieso que ya solamente uso el baño de ese extremo, para ver el Empire State y que nunca se me olvide ese hecho), había otra persona (mujer) que iba hacia allá. Como el baño queda en un pequeño corredor, y primero es la puerta del baño de mujeres y después el de hombres, debía esperar a que la mujer que estaba delante de mí entrara al baño, y tal vez preguntarle si desde su baño también se veía el Empire State (me he visto a tentado a entrar y mirar, pero prefiero no armar alborotos por ahora).

Entonces pacientemente esperé a que la señora entrara al baño. Era una señora de casi cincuenta años, de pelo canoso, y tenía falda escocesa. Por favor no me pregunten que hace un personaje de este tipo en un edificio en pleno manhattan. Simplemente piensen en esta señora en la puerta de un baño de mujeres que sirve para 12 oficinas: se detuvo frente a la puerta, tocó dos veces para saber si había alguien adentro, y de pronto abrieron la puerta rápidamente, y la señora se asustó un poco. Pero la persona que estaba saliendo del baño, y que había abierto la puerta de una manera tan brusca, no era parecida a la muñequita dibujada en la puerta, a diferencia de la señora de faldita que sí merecía entrar al baño con todas las de la ley.

Lo que quiero decir es que del baño estaba saliendo un hombre. Algo delicado, pero un hombre! Dijo un simple “excuse me” y salio caminando hacia su oficina sin el más mínimo reparo.

IIHHH! Entonces me quedé elaborando hipótesis rápidas: el tipo no había alcanzado a entrar al de hombres porque se iba a morir de las ganas de entrar, o estaba ocupado el otro baño. La primera no es tan factible, pero al inspeccionar el baño de hombres, estaba completamente desolado, y además tiene dos “puestos”! Es decir, mi vecino de oficina obtiene cierto placer de entrar a los baños de mujeres. No entiendo todavía a esta gente.

Como mi misión por ratificar la vista del Empire State desde el lugar destinado a las excreciones humanas ya estaba por terminarse, decidí comenzar a investigar al hombre extraño del baño.

Preguntas tentativas: por qué entró al baño si el de hombres estaba desocupado? Por qué nunca se pone zapatos? Por qué esta vestido siempre con pantalones blaancos? Por qué tiene un perro hediondo y despelucado que corre por toda su oficina? No le dará cosa que lo cojan? Por qué tiene la voz suave? Por qué nunca saluda cuando uno llega a la oficina (bueno, yo tampoco lo saludo)? Y la pregunta final: Será que es gay?

En este momento se me avalanzarán la mitad de los lectores para decirme que el homosexualismo no es algo raro ni condenable, que el DSM III ya no sirve, que Portuondo es muy viejo, y que soy un racista asqueroso.

Calma. Simplemente estaba haciendo una pregunta que se debía responder con un sí o con un no, o tal vez con un “maso(menos)”. Quería saber si el hombre realmente era un enfermo mental con interés hacia los baños de mujeres (no puedo entender por qué), o si simplemente se sentía más cómodo en este espacio dadas sus inclinaciones sexuales.

Entonces esto me llevó a una serie de preguntas más interesantes: A qué baño debe entrar un gay? A cuál una lesbiana? Será que toca tener entonces cuatro tipos de baños? Qué símbolo sería rápidamente reconocible para los hombres gays y cuál para las mujeres gays, y que no sea ofensivo o discriminatorio? En este momento me doy cuenta de la estupidez de la lucha por la discriminación en este particular evento. Si quisieran destinar baños a quienes tienen inclinaciones sexuales diferentes, porque estas lo han pedido, entonces hay que discriminar, diferenciar, con un símbolo.

Dejo la pregunta para tentativas respuestas, porque el cuento del Empire State y sus consecuencias me dejó cansado, y después de perseguir al señor de orientaciones sexuales desconocidas o intereses patológicos desconocidos también me opacó la vista por un tiempo. Tal vez antes de irme tengamos una respuesta, la publiquemos en un libro y lo titulamos “A qué baño entraría una persona gay?” Toca ver si el término gay es políticamente correcto, o cuál es el que se debe utilizar. De todas maneras, dejemos este tema poco profundo aquí, para pasar al más profundo.

Segundo caso

Caminar por esta ciudad (bien hidratado y con harta plata para comprar cocacolas y mani) es una delicia. Si uno tiene una cachucha mejor, porque el solecito si no se lo aguanta nadie (recuerden, es verano y el concreto de los innumerables edificios retiene el calor más que en otro lugar). Y cuando uno está caminando por cualquier sitio de la isla, va a ver gente caminando por todas partes, en especial en los días entre lunes y viernes, después de las 4 y media. Todos corren para todas partes. Y los fines de semana en times square, todos caminan para todas partes, todos toman fotos de todas las cosas que ven.

Yo ya estoy como acostumbrado, entonces he podido comenzar a mirar más calmadamente (si, todavía con la boca abierta) todo. Hay dos cosas que me impresionan de toda la ciudad: las estatuas y los relojes. Hay en todas partes. Y no es sectorizado, simplemente estan en todas partes. Realmente en esta ciudad los relojes de pulsera sirven de poco o nada, porque simplemente uno busca el reloj de Macys, el de la 34, el digital de Union Square, o cualquiera que haya por ahí. Todo el tiempo nos están dando el tiempo, todo el tiempo quieren que uno sepa qué hora es, si uno va tarde o si va temprano, y si va temprano pues qué bueno porque va a llegar bien al sitio y tal vez les parece puntual, o si llega tarde pues toca apurarle porque es la tercera vez y ya que pena, ala.

Algunos relojes están dañados, y esto me hace pensar que la costumbre de poner relojes en todas partes ha sido perdida. Cuando construyeron la mayoría de los edificios, les pusieron relojes en algun lugar. Así calculo el tiempo que llevo desde la casa hasta la oficina. Miro todos los relojes que hay en el camino (creo que son 12) y voy viendo si voy más temprano que ayer, más tarde que mañana, y si todos los relojes estan bien sincronizados. Es un viaje por el tiempo, o más bien un viaje evidenciado a través del paso del tiempo, porque todos los viajes son por el tiempo, asi sean cercanos a la velocidad de la luz o cerca de una masa muy grande, pero prometí no meterme con la física.

Caigan en cuenta de lo que esto implica: esta ciudad nos está observando con sus relojes. Cortazar tenía razón. Cuando dijo que el reloj era una forma de atarnos a la realidad, y de esclavizarnos a tener que darle cuerda todos los días, solamente hablaba de relojes de pulsera. Pero si hubiera vivido acá se hubiera vuelto loco, y el escrito de instrucciones preliminares para dar cuerda a un reloj se llamarían “advertencias sobre los relojes de Nueva York”. Ya no es necesario comprar un yunquecito con mecanismos ínfimos que cuentan el tiempo, sino que la ciudad los provee. La ciudad nos esclaviza al tiempo. Y yo, feliz. Qué tal!

Este personaje del reloj está por todas partes en esta ciudad. Pero también hay estatuas que contrarresten su poder. Las estatuas están en todas partes, todas miran, todas están haciendo algo. En la estación de policía al lado del Brooklyn Bridge hay una señora dorada que mira desde arriba. Al lado, en City Hall, hay otros manes con batas que parecen pedir justicia por algo. En la calle 41, entre 6ta y 7ma, hay un edificio donde se quedaron unas estatuas ahí sentadas desde la cosntrucción, pero no parecen estar para nada incómodas. Tienen los pies colgados, y estan sonrientes, pero no miran sino para adelante (muy raro, son tres tipos que no se miran el uno al otro, aunque lleven ahí tanto tiempo). En la 42 con 5ta hay leones ahí echados, al parecer cuidando los 6 millones de libros que están en la biblioteca pública de la ciudad, que en sus paredes también tiene una mano de gente ahí mirando. Cuando uno entra a Central park por la esquina suroccidental, está cristóbal colón saludando desde quince metros de altura, simón bolviar en el caballo, y más cerca de la entrada esta un chino en bola mostrando algo, al lado de un tipo gigante echado sobre las piedras de la fuente, en riverside church están personajes históricos (hasta Einstein, un judío en una iglesia católica) todos en piedra, intimidando la entrada. Esto también es particular: Antes de entrar a cualquier iglesia uno ha pasado por la mirada de por lo menos doce personajes en piedra, que parece advertirnos que entramos a un lugar sagrado.

Pero la mejor de las esculturas es la de Grand Central Station. Además de estar al lado de un reloj, es un personaje en movimiento, y dos más que lo miran sentados. Debajo de él está el reloj, dorado, que inevitablemente se roba el show.

Figura 2. Exacto, esta.

Pero no me he explicado. Simplemente el interés por las estatuas y esculturas, en contraposición con los relojes, es porque son completamente contradictorios. Las primeras piden paciencia, tranquilidad, quietud, o por lo menos tratan de equilibrar el imparable movimiento de la ciudad con personas inmóviles, de piedra. Los otros incitan al movimiento, a la atención al tiempo, al paso de las horas y al cumplimiento y la puntualidad. Va tarde, va temprano, va rápido o va despacio. Entonces no he logrado entender cómo pueden convivir relojes y estatuas en un mismo lugar. Si ha sido dificil para los seres humanos convivir, creo que el mejor ejemplo es el de la figura 2, la convivencia entre la quietud y el movimiento, la tranquilidad sublime, clara y el afán desproporcionado, dorado. Es por eso.

Y esto se une perfectamente con los baños, o no? Bueno, cada texto se va por si solo, su autor no tiene nada que decir después de entregarlo. Les dejo el resto a ustedes.

Adios.

Carlos F. Pardo.

Correo desde Nueva York 6: Hamburgers are good for you

Figura 1. Dos monumentos luchan para obtener el centro de atención, y los dos lo obtienen. Rockefeller Center y aquella catedral frente a la estatuilla.

Este correo está dedicado a otra artista, quien murió la semana pasada, Celia Cruz. Esta dedicatoria no se puede cambiar, así alguien pida que la cambien por la de su abuela que murió ayer (igual, creo que sería poco probable que me pelearan porque esta breve carta tuviera una dedicatoria diferente, en especial por su insignificante impacto en los lectores). Las razones por la importancia de la dedicatoria deberán ser solicitadas por correo, pues tendrían que ser expuestas en varias páginas, además de aprobadas por una tercera persona.

Bueno, como ya ha pasado la novedad de lo que les cuento, esto ya lo leen pocos. Sinceramente, me siento más cómodo, pues así sé que los que leen estan realmente interesados, además el hecho de tener un público más cercano afectivamente me hace sentirme más cómodo, pero me hacen ser mucho más sincero y contar cosas más... bueno si, íntimas. Entonces agárrense. Aquí vamos.

El título de este escrito es bastante incoherente a primera vista, pues pareciera que la estatua en lucha contra la catedral y la dedicatoria a la salsera de pelo y vestimenta colorida no tuvieran nada que ver con datos nutricionales de la comida tradicional estadounidense. Para esto tendremos que ver muchas anécdotas, y finalmente llegaremos a una Gestalt del asunto (bueno, una visión holística, pero esque el término Gestalt es mucho más comprensible).

Primero que todo tengo que contarles (recordarles a algunos) el mecanismo mediante el cual los gallos establecen jerarquías en un grupo (si, en una gallada, sería). La etología es una de las ciencias más maravillosas del siglo XX, y ha sido capaz de lograr explicaciones comprensivas y bastante amplias de fenomenos animales y humanos (animales, también), en términos de sus conductas. Una de ellas es este establecimiento de jerarquías en diferentes especies, cuya función sería la de establecer finalmente quien come primero, quien tiene las mejores hembras, quien será el que se reproduce más que los demás.

En el caso de los gallos, se presentan peleas durante algun tiempo entre todos y, como en una serie de partidos de futbol por eliminados, terminan estableciendose los lugares en la jerarquía. El primero es el que manda y fue quien ganó a todos, el segundo y tercero le siguen, y así sucesivamente. Vale decir que al primero, después de establecer su lugar, nadie le pelea. Los que estan debajo de él podrán agarrarse las mechas hasta casi asesinarse, pero el líder es el líder, y a él nadie lo toca.

Entonces esto sucede de forma parecida en otras especies. Los lobos también son espectacularmente ordenados al establecer jerarquías, así como los seres humanos. Pero la diferencia con los seres humanos es que no son artísticos (como los gallos y los lobos) al establecer sus jeraraquías. Son asquerosos. Tienen resagos filogenéticos de otras especies, y tratan de subsanarlos con racionalidades incoherentes. Es decir, actúan como si supieran lo que estan haciendo, pero no tienen ni idea porque realmente son conductas arraigadas biológicamente (en parte, no nos metamos con la discusión genes-cultura) que no saben controlar.

Un perfecto ejemplo son las competencias, y vamos a ver el ejemplo específico de las bicicletas (porque se me acaba de ocurrir, no es por nada particular), con una anécdota del sábado. Cuando acababamos de comprar la bicicleta de Salas, y él estaba feliz porque volvía a hacer parte de esa cultura de dos ruedas, pasamos por la casa de unos amigos suyos, y salimos con ellos a montar. Ibamos para un supermercado a comprar comida para cocinar, y eramos cuatro personas en bicicleta. Había semáforos, cruces con pares y contravías en el camino, pero durante todo el tiempo prevalecía la búsqueda inconciente del primer lugar, aunque no fuera una carrera. Obviamente, yo era el primero en disputar el primer lugar, pues mi inmadurez ciclística me ha hecho imposible concebir que alguien esté delante de mí y no me esté retando. Durante todo el tiempo cruzamos semáforos en rojo, nos metimos por andenes y buscamos formas de cortar entre los carros en la mitad de la vía para llegar de primeros. Cabe resaltar que eramos tres hombres y una mujer, y los tres hombres eramos los que más nos peleabamos el primer lugar. Claro, nunca sin decir algo. Finalmente llegamos, guardamos las bicicletas y no se volvió a tratar el asunto. Yo tenía el orgullo de haber estado de primero, de haberme cruzado TODOS los semáforos en rojo, y de no prestar atención a un solo pare. Como un imbécil, tenía una leve sonrisa ante los demás, y era reconocido como “el man” que monta más. Qué estúpido.

Voy a cambiar de tema abruptamente. En otra ocasión, estaba hablando de lo ridículo que logra ser atribuirle un sentimiento romanticón a estar perdido. Esta semana he pensado que hay otro evento de la vida que también se le ha dado este mismo carácter, pero lo tiene (en parte) justificado. Es la lluvia. En esta ciudad venden millones de postales de la ciudad, y de vez en cuando la lluvia aparece como un tema fundamentalmente romántico. Por qué pasa esto? Tal vez porque para estar debajo de una sombrilla hay que estar cerca, y los abrazos son más fáciles (para algunos) en estas circunstancias, o tal vez más útiles. También se le ha dado una importancia absurda a los besos bajo la lluvia. Bueno si, admito, es algo delicioso, el momento en el que se humedece toda la cara y los labios pueden deslizarse con mayor facilidad entre los de la otra persona es delicioso, y parece como si fuera una sola boca y una sola persona. Pero después del beso qué? Uno está todo mojado, y tiene que caminar quién sabe cuántas cuadras hasta llegar a la casa, todo porque le pareció romántico el beso bajo la lluvia. Y la gripa del otro día, y la sorbedera de mocos, además del regaño de la mamá porque las medias estan todas mojadas “y quién sabe desde qué horas está con la ropa así”. Con suerte, al otro día solamente tiene la nariz roja, mocos líquidos y un recuerdo lindo de treinta segundos de emoción inigualable, pero una hora más de tedio, donde los zapatos sonaban a cada paso porque estaban tan empapados que el agua entraba y salía todo el tiempo.

Además, los besos bajo la lluvia no pueden ser cerca de la casa. Tienen que ser lejos, porque o sino pierden todo su encanto. Entonces la idea de salir a darse un beso cuando está lloviendo no sería para nada romántico si salen del edificio, se dan el beso y vuelven y entran. Además que sería como raro. “Qué se hizo fulanito?” “No, salió un momentico a mojarse”. “Aaa.”

Bueno, y podríamos seguir con ejemplos de lluvia y de mojarse que no son románticos ni siquiera en principio. Darse besos bajo el agua de una ducha también suele ser algo desesperante. No sé por qué, pero el agua rebota en los cuerpos y hace imposible que los ojos de cualquiera de los dos estén abiertos, y la experiencia peliculesca que en principio pareciera tan emocionante, se despeluca cuando comienzan a arder los ojos y el parpadeo sea incesante, y el beso se convierta en algo secundario, pues primero que todo está la salud, y quién va a querer darse besos mientras le da un glaucoma por descuido acuático. Este ejemplo también desromantiza el agua como elemento catalizador de experiencias románticas.

En fin, mojarse no es ni chistoso ni emocionante ni romántico. Es simplemente desesperante. Las únicas ocasiones donde es rico mojarse es en las piscinas, porque uno va a eso, o en los campamentos, porque uno va preparado para eso. Y no se valen los besos en las piscinas (que son deliciosos pero son de latin lover con escapulario en el tobillo) ni los besos en los campamentos bajo la lluvia (porque los campamentos siempre implican estar mugriento y sudoroso, y los besos con sudor son muy salados, además con mugre si no es muy atractivo). En fin, el amor (o sus expresiones) y el agua no van juntos. Bueno, en actividades de primer nivel amoroso.

Ahora, tenemos que volver a cambiar de tema, esta vez a una anécdota, para después anudar todo. Esto es un poco largo, pero les pido paciencia.

Yo había querido ir al Museo de Arte Moderno (en adelante MoMA) desde que llegué. Los primeros días no fui porque quería dejarlo para un momento de calma. Después me dijeron que estaba cerrado pero que el de Queens estaba abierto. Entonces me quedé un rato sin querer ir, porque me imaginaba que el de queens no era tan chévere. No obstante, cuando Camila me mostró sus fotos del mes que estuvo acá, vi una foto donde aparecía ella, su amiga y La Noche estrellada de Van Gogh en el fondo. “Y ese afiche tan lindo? Dónde lo compraron?” “Cómo asi? Si es el MoMA!”. En ese momento, mis ganas de entrar al MoMA eran mayores. Carajo! Si es la noche estrellada de Van Gogh! Quién no querría ver esa pintura! Sería capaz de decir, o no, más bien lo afirmo, que desde ese momento ir al MoMA era expresamente ir a ver la noche estrellada de Van Gogh. Ya había visto en el Metropolitan los nenúfares, el puente y la catedral de Monet, los irises de Van Gogh y un autorretrato, entonces realmente me faltaba la noche estrellada y un musical para poderme montar al avión tranquilo, así fuera en tercera clase y con el ala al lado, pero habiendo estimulado mi corteza visual (V1,V2 y V3 ó 17, 18 y 19) con esas obras maestras del arte occidental.

Figura 2. Si, esta es la noche estrellada.

Bueno. Entonces busqué los horarios gratuitos (o de menor costo) del MoMA, y supe que el viernes entre 4:30 y 7:30 podía entrar y pagar lo que quisiera. Cogí un calendario y establecí una fecha adecuada: Julio 18 de 2003, 4:30pm salgo de la oficina para que no me toque la fila de los líchigos, sino la de los que, además de líchigos, llegan tarde. Esperé pacientemente, y cada vez que pensaba en el MoMA, inmediatamente pensaba en la noche estrellada, casi que me perseguía la imagen, como cuando uno quiere tomarse una cocacola en un día de calor y todas las que venden son al clima, entonces uno sabe que tiene que esperar a conseguir un sitio donde esten frías para disfrutarla más (para llegar a una comprensión absoluta, deben sustituir la cocacola con cualquiera de sus vicios más frecuentes, pero deliciosos-chocolate, cigarrillo, alcohol, etc).

Entonces llegó el 18 de Julio. A las 4pm ya estaba metiéndome a la página del MoMA, viendo las indicaciones para llegar, anotando el nombre del tren y de la estación donde me debía bajar, la parte exacta donde quedaba el museo en relación con la estación, y viendo el mapa que explicaba todo (aquí hay mapas en todo, falta uno en el baño que le expliquen a uno donde queda el lavamanos y el inodoro, y cómo debe pararse frente al inodoro para no regar nada a los lados). Estaba listo. Llevé dos pares de pilas cargadas (uno nunca sabe, estas cámaras digitales son muy raras), mi maletica y veinte dólares (porque típica cobraban la foto frente a la pintura, y uno no quería quedarse sin ella, no?).

Me subí al metro a las 4:45 pm, y a las 5:00pm en punto estaba bajandome de la estación. Extrañamente, todo iba muy bien: no me perdí, cogí los dos trenes (había que hacer cambio de tren) exactamente cuando llegué a las estaciones, y encontré facilísimo el MoMA). Que buen día! Entonces estaba caminando con fuerza, con los pies en ángulo recto con respecto a la pierna, con la pierna en un ángulo de 45° con respecto al piso, y moviéndome con mayor rapidez que de costumbre. Entré al museo y comencé a buscar la entrada a la exposición. Si, el sitio es bastante chiquito, pero esque la noche estrellada no necesita casi espacio, casi que podría ser un cuartico y ya (en este momento de la historia, mi única meta para entrar a aquel lugar y pagar un dólar de contribución era ver la noche estrellada, pedirle a algun japonés o colombiano que me tomara una foto con la ansiada pintura, y salir, sin siquiera buscar alguna otra pintura, entonces no comprendía que el museo era un museo, y que no se llamaba “el museo de la noche estrellada de Van Gogh y nada más”, sino El Museo de Arte Moderno de Nueva York).

Subí las escaleras de dos en dos y llegué a la mesita donde me revisan la maletica. “Señor, puedo tomar fotos sin flash?” “But of course”. Wuju. Perfecto.

(en este momento del cuento, tienen que pasar a la grabadora y buscar “All I wanna do” de Sheryl Crow, ponerla y cantarla un momento, y seguir leyendo, con la música de fondo. Si no la tienen, traten de acordarse “all I wanna do, is have some fun...”)

Seguí caminando con la energía que me caracterizaba en aquel soleado y esplendoroso día, y dos pasos más adelante me di cuenta que no todo en la vida es tan perfecto. Ante mí había un pequeño aviso en una hoja tamaño carta al lado del pendejo que vendía los tiquetes, que decía lo siguiente:

“Van Gogh’s Starry Night is not for exhibition at this moment”

tr: “La noche estrellada de Van Gogh no está siendo exhibida en este momento”

Croe que en ese momento me di cuenta que iba a tener que volver a la dentistería pronto, porque la fuerza con la que apreté mis dientes no fue normal, y creo que asusté al pequeño idiota de los tiquetes mientras templaba tenazmente los músculos de mi frente y pensaba todas las groserías que se me podían ocurrir en ese momento, sin espacios entre ellas, todas de una vez, en inglés y español.

(en este momento quiten la canción)

Pero entonces me di cuenta que el avisito tenía más cosas. Explicaban para dónde se la habían llevado, y que iba a ir de ahí (Viena o algo así) a otro sitio (Australia o algun otro lado) y de ahí a otro sitio (algún otro lugar más lejos aún, como la luna), y que volvía a estar en exhibición en Noviembre del 2004.

Ah bueno. Entonces lo único que tenemos que hacer es entrar, mirar la estúpida exposición del bendito museo que queda bien lejos como para devolverse, para ver si aunque sea había otro cuadro que valiera la pena. Pagué al imbécil ese (no sé por qué le echo la culpa al pobre hombre, pero cuando leí el aviso se me hizo completamente responsable en medio de su inocencia) y entré. No había nada interesante (les recuerdo que el MoMA original esta en remodelación, y que esto es una pinche bodega con dos que tres pinturas cualquiera, y ahora SIN la noche estrellada), solamente el imperio de la luz de Magritte, entonces me quedé tres minutos más de los esperados en el lugar y me fui. Compré postales (bueno, aunque sea una de Duchenne electrocutándose la cara para hacer caras raras) y sali. Llegué a la oficina y les conté la farsa y se rieron, y comencé a pensar que las cosas podrían ser peores. Hablé por messenger con Adriana y me calmé, pero después salí en bicicleta de la oficina, y comencé a sentir que tenía una nube personal, que lo único que faltaba era que comenzara a llover, y que me lloviera hasta la casa. Comencé a meterme en un video absurdo durante unas cuadras, donde me imaginaba que en la mitad de este verano iba a empezar a llover torrencialmente y me iba a mojar hasta que mis pantalones parecieran de cuero, que iba a llegar a mi casa e iba a tener que cambiarme, secar los zapatos, y sin siquiera haberme dado un beso con nadie (tampoco sería mi intención porque Adriana no está, aclaro) como para justificar el hecho. Estaba tan metido en el video que el sol se apagó un poco y comencé a ver nubes. Y me dije a mi mismo “todo podría ser peor, mire que es verano y sería imposible que llueva hasta su casa, siempre a esta hora el atardecer es un espectáculo por la ciclorruta de la costa, y el río se ve maravilloso”. Entonces me tranquilicé.

Y cayó una gota, y cayó otra, y comenzó a caer el aguacero más absurdo que he presenciado en esta ciudad, y todavía me faltaban 45 minutos de viaje para llegar a la casa, y me daba pereza devolverme a la oficina que estaba como a 10 minutos. Como me había envideado previamente, me mojé hasta que mis pantalones parecían de cuero, llegué a la casa y tuve que cambiarme (no sin estar cerca de que me atropellaran cinco gringos estúpidos),tuve que quitarme los zapatos para dejarlos secando, y sin siquiera haberme dado un beso con nadie (tampoco era mi intención porque Adriana no está, aclaro) como para justificar el hecho.

Y todavía dicen que la lluvia, mojarse y todo lo relacionado es romántico. Si hay algo relacionado a ello, es el peligro. Casi me matan esos imbéciles por el afán que tenían de llegar a sus casas, porque su carro se mojaba, mientras yo estaba como un pobre idiota en la mitad de la lluvia, y el que se mojaba no era el carro ni el motor ni la cabeza, sino todo yo, todo mi yo. Maldita sea.

Después de toda esa preocupación tengo que decir que no todo siguió asi. “El negro panorama se fue aclarando lentamente”, como diría alguien, y el sábado me levanté para lavar la ropa blanca, y volví a la casa y me di cuenta que Salas estaba tratando de arreglar su cuarto. Claramente, este día me iba a quedar todo el día ayudándole, porque además de arreglar el cuarto podía limpiar las ventanas, tema que puede ser mi obsesión (para mayor profundidad al respecto, léase La Insoportable Levedad del Ser). Desde las 10am hasta las 5pm estuvimos corriendo mesas, aspirando, lavando y limpiando ventanas (por dentro y por fuera) y oyendo salsa y después David Bowie, que rápidamente cambié por las BBC sessions de Led Zeppelin. Comimos en el techo de la casa (desde donde se ven el Empire State y el Chrysler) y listo. Fue un día que, apenada por todo lo sucedido el día anterior, mi vida me regaló para que no muriera de tristeza.

En la mitad de la comida en el techo con los amigos de Salas, entró el tema de la comida y la nutrición, y uno de ellos dijo que toda la comida de este país engorda, hasta tal punto que “burgers are good for you”. Me gustó la frase y la dejé como el lema de la incoherencia estadounidense, de la búsqueda por la salud y el hallazgo de ella en lo menos esperado, porque ya todo es hormonizado y genetizado, y lo tradicional fue lo que terminó siendo lo más saludable. Que viva la Cocacola y las hamburguesas.

Pd: la foto del principio no tiene nada que ver, dejen de ser ilusos. Y lo de la etología es un buen ejemplo, ilustrativo si al caso, pero tampoco está relacionado con el resto. Perdonen no cumplir con la promesa de la hilación, pero estamos en el discurso posmoderno, donde la coherencia es solo opcional. Esa es mi excusa hoy.

Correo desde Nueva York 5: Perdido

Figura 1. Empire State dentro del Manhattan Bridge.

Nota: calma, es una ilusión óptica.

Este correo debe comenzar con una fe de erratas. El título anterior leía: La travaile et le expérience de petite Monsieur Pardo dans la New York (No.4). Fui corregido, pues esto traduce lo siguiente: La trabaja y la experiencia de pequeña señor Pardo dentro de la New York. De la misma manera, me entregaron una version corregida: Le travail et l’expérience du petit monsieur Pardo á New York. (la tilde de la a es patasarriba). Con esto se pueden dar cuenta que mis infrecuentes incursiones en aquel lenguaje de tildes raras no trae productos muy bien elaborados.

Ya salidos de eso, prosigamos. Durante esta semana he seguido recorriendo la ciudad, porque creo que me es imposible quedarme quieto (esto lo sabía hace rato, pero la soledad hace que sea más consciente de esta incapacidad de descansar más de lo estrictamente necesario. Por esto, me he perdido más de una vez en la ciudad.

Una vez un amigo me dijo que yo no me ubicaba bien en los sitios. Como siempre, no le creí y me esforzé por demostrar que esto no era así. Aquí me he dado cuenta que esto si es así, y que yo debería pedir una garantía por mis otolitos, o por el par entero de canales semicirculares, porque si en las calles no hay números, yo simplemente no me ubico. Mis dotes de personalizar una calle hasta tal punto que recuerde su nombre son limitadas, más cuando llevo viviendo entre la fría pero deliciosamente eficiente malla cartesiana llena de numeritos y Calles y Carreras, donde las cosas se encuentran más fácil.

Mientras pensaba en estas cosas caí en cuenta que estar perdido es algo a lo que recurren algunos escritores para dar transmitir sentimientos románticos. Dicen estar perdidos entre los brazos de la otra persona, perdidos en sus encantos, perdidos en el enamoramiento y perdidos entre sus piernas. Tal vez lo que quieren decir es que el amor es tan peligroso que uno puede perderse ahí dentro, y que además quien está perdido no le importa el hecho, simplemente lo goza. Su percepción de los hechos se ha alterado hasta tal punto que se siente completamente perdido y lo siente como algo no perjudicial sino beneficioso. Conclusión: el amor es para los locos perdidos (léase bien este párrafo para entenderlo. De ser posible, léase más de dos o tres veces).

Fito Paez tiene una cancioncita exclusivamente rara, y dice “cuando me pierdo en la ciudad, vos ya sabés comprender, es solo un rato no más”. Bueno, uno ahí no tiene ni idea si el man está perdido y angustiado, o perdido y enamorado, o simplemente perdido.

Por mi parte, yo he estado perdido en esta ciudad una que otra vez. Me he dado cuenta que estar perdido no tiene nada de romántico, y que mi amor no constituye una alteración de la percepción hasta tal punto que llegue a ver lo perjudicial como romántico. Nunca he sentido que estar perdido es algo maravilloso, siento un dolorcito de estómago que sé que es algo perjudicial.

Perdón. ¿Quién no está de acuerdo? Estar en un sitio y ver avisitos verdes para tratar de ubicarse, y de pronto leer “Schwab” y “Van Dam”, y no tener ni la más remota idea dónde es el bendito norte, o hacia dónde caminar. Es como cuando los escritores (los que sí entienden la naturaleza humana) escriben que estan perdidos como en un desierto, perdidos en la mitad de sus pensamientos o perdidos y ya. La angustia de Adso en la biblioteca es el ejemplo perfecto. Dan ganas de gritar, aunque sabiendo que los gritos no conducirán a nada. Además, aquí sinceramente no es raro ver a alguien gritar por ahí por la calle, incluso el jueves estaba una señora caminando con su perro y discutía con él (bueno, para él, hacia él, lo que sea). Otro día estaba un tipo dándole plata a una pareja para comprar a sus hijos, y además les ofrecía poquitico! Bueno, el hecho es que gritar cuando uno no sabe donde está no conduciría a la aproximación de un buen samaritano que discrimine en aquel grito un “ayuda”, si mucho podrá uno recibir una amenaza de un gordito policía con un bagel en la mano, que le dice a uno que no haga ruido, mientras mastica el roscón duro ese.

Toda esta introducción para hacerles comprender cómo me sentía al estar perdido, y ni siquiera he dado algunos ejemplos. El primero fue cuando, una semana después de llegar, iba a coger el metro para llegar donde Camila. Era un sábado, y los fines de semana arreglan cerca del 60% de las líneas del senil metro, y todas las rutas cambian. Claro, yo me metí al tren W (si, si era ese), y despegó. Unas estaciones después, comencé a notar que, según el mapa, el aparatejo iba para el otro lado hacia donde yo quería llegar. Estaba ya casi en otro distrito (borough), y me bajé en una estación soola. Cogí el metro que tocaba, consciente de que estaba media hora atrasado, y seguimos. Algunas estaciones después, la locutora decía algo incomprensible (bueno, eso es redundante, todo lo que dicen es incomprensible), y todo el mundo se bajó del tren. En ese momento, algo dentro de mí me dijo que debía bajarme, pero como nunca creo a esos “algo dentro de mis”, me quedé adentro pensando que esa era una estación concurrida.

Nos quedamos dentro de este tren un borracho, dos que tres personas de distintos lugares del mundo y yo. Todos callados, lejanos y al parecer, perdidos. De pronto, el bendito tren paró, y otra vez se oyeron las frases incomprensibles, pero esta vez con un volumen mayor. De pronto, dentro de aquel lenguaje babélico, entendí “get off the car, please”. Entonces me bajé en una estación repleta de gente, con manes del MTA haciendo señas. Pregunté a otro, y me dijo que tenía que coger el Q, después el 7 y después otra vez el W, porque estaba cerrado nosequé puente. Claro, llegué una hora tarde, acompañado de una úlcera péptica que me pudo haber llevado a la muerte, pero que simplemente me llevó a la casa de Camila, un poco tarde.

Ahora, este no fue el único caso. El sábado (si, hace dos días) fui a ayudar a Paul a su “stoop sale” (venta de garaje, venta de jardín, pero sin ninguno de los anteriores, sino solamente las escalerillas de la casa). Necesitaban pegar papelitos por el barrio anunciando el evento, y me pidieron el favor a mi de ir por ahí a pegarlos. En ese momento, la parte interior de mis cejas se levantó, y se templaron un poco mis labios. “Esque yo me pierdo”. NO! No lo dije, valientemente tomé los papeles y dije que ya volvía, pero en tono de chiste les dije que si no había vuelto en un par de horas era porque estaba perdido (poco sabían ellos que eso podía ser verdad, y que si en dos horas no había vuelto, debían llamar a los bomberos para ir a buscarme- porque aquí los bomberos sirven hasta para abrirle cocacolas a las mujeres que les quedó grande-). Claramente, diez minutos después, el norte ya no era el norte y el oeste se había convertido en sur, falsa percepción que me hizo maldecir el día que olvidé traer la brújula, y que hizo que mi recorrido se enriqueciera al prolongarse durante media hora, después de la cual por fin encontré una calle con número (5th), y supe para donde ir. Llegué donde Paul y dije que había parado a comer algo, como si hubiera sido lo más normal del mundo.

Pero esa perdida no fue grave. Otra peor fue la de un día en la semana pasada. Me encontré con mi “inquilino”, y me dijo que había un concierto de la filarmónica de NY en el parque de Brooklyn. Entonces le dije que listo, que salía para allá después de dejar las cosas en la casa. Le pregunté el nombre del sitio, y me dijo “Band Shell”. Me dio indicaciones, pero me pasó lo que a veces me pasa cuando alguien me está hablando, y fue que me quedé pensando en su pelo, que era todo churrusco y que no entendía cómo no se peluqueaba rápido, y después pasé a pensar cómo de caras son las peluquerías en este país, y hasta pensé “juepucha, qué voy a hacer yo cuando ya mi pelo esté horrible? Me va a tocar tusarme, o aprender a peluquearme”. Cuando ya estaba en la tusada, y me imaginaba mi grandota cabeza brillando y el dolor de cabeza que me daría por el calor, este man ya había terminado de explicarme. “Listo, yo llego”.

Además de eso, tuve la grandiosa idea de dejar la bicicleta, porque me pareció que daba como pena entrar a un concierto de orquesta con bicicleta (que estupídez, esas pendejadas yo creo que le hacen a uno perder neuronas, además no iba a entrar a ningun lado, eso era al aire libre). Salí caminando, pensando que era fácil llegar, y que además no es tan difícil. Y, admito, sí oí algunas partes claves de la explicación, como el nombre, que quedaba cerca de una esquina del parque, y ya. Entonces pensé que no podía ser tan difícil porque el parque tenía cuatro esquinas, entonces que quedaba cerca de alguna, no?

Dispúseme a caminar, e intuitivamente traté de llegar al sitio. Mi intuición, lógicamente, sirvió de tres pitos. Caminé y caminé y caminé, y no veía el bendito bandshell por ningun lado. Además era tan iluso que pensaba que iba a ser una cosntrucción gigantesca que se viera a la distancia. Finalmente, encontré un mapa, y busqué el bandshell. Ví que avenidas eran las de la esquina, y seguí, pensando que la siguiente esquina sería alguna de esas calles. Y no era. Seguí caminando (les comento que el bendito parque es como cuatro veces el Simón Bolivar), y en otro mapa me di cuenta que, para mi desgracia, Prospect Park tiene seis esquinas. Maldita sea. Ya me dolían los pies, y maldije no haber traído la bendita bicicleta, y otra vez maldije no tener mi maravillosa brújula en mis manos. Mientras caminaba no sé hacia dónde (ya estaba resignado y prefería darle la vuelta completa al parque y devolverme, porque estaba en el extremo completamente opuesto), me imaginaba la estúpida brújula en su lugar, donde no servía de nada, pegada en la mesa del computador, y me decía “imbécil, es que se iba a perder en su casa, en sus pensamientos o qué? Y de qué le iba a servir la brújula?” Bueno, insultos aparte, seguí caminando, además cada vez más rápido, y cada vez más desesperado. Logré llegar a otro mapa, y ví que el bandshell estaba sobre esa cuadra, no sabía si cerca o no.

Finalmente, una hora después de comenzar la vuelta por el parque, llegué al maldito bandshell, y además que lo encontré por la música, por nada más. Entonces me senté en la mitad del pasto (había como 200 personas), y me puse a oir la música, y me acordé del impacto que siento cuando oigo orquestas. Era lo máximo. Como un pendejo, me puse a llorar, y no supe si era por el dolor de los pies, por la angustia acumulada durante mi breve excursión por mundos desconocidos, o si era por la música. Tal vez era por los tres. Y más piedra me dio cuando, después del movimiento que yo había oído, tocaron cinco minutos del último, y todos se fueron. Y peor aún, cuando me devolví para la casa, duré quince minutos en llegar, es decir, dí toda la vuelta al bendito prospect park a pie, y eso puede sumar 6 millas (según lo relatado por mi compañera de oficina).

Pero esa tampoco fue la peor. El viernes yo no tenía nada que hacer (como todos los viernes, gracias a Dios a nadie se le ocurre hacerme gastar plata que no tengo), pero me llamó Jonas. El es el que me recogió en el aeropuerto, el que ahora vive en long island, y el que me llevó a la fiesta de locos uruguayos el primer día, la primera noche. Entonces me asustó un poco su llamada.

Me dijo que fueramos a hacer algo (“sho no se, caminar por ahí, qué se sho”). Entonces accedí, y le dije que hablábamos por la noche. Al hablar por la noche, me explicó brevemente cómo llegar al sitio en bicicleta, y me dijo que cogiera el mapa que el me había regalado (un mapa que yo tenía guardado porque no lo encontraba útil- ¿?-). Cogí el mapa y salí a buscar el sitio. Iba bien, todo lo conocía, pero cuando entré al barrio, comencé a perderme. “Claro! El mapa”. Entonces, montado en la bicicleta, saqué el mapa de mi maleta, y lo comencé a abrir. Y entonces comienza a desplegarse el mapa más gigantesco que yo haya visto en mi vida, con la menor minucia de calles y avenidas de toda la ciudad. En su plena extensión, el bendito mapa mide dos metros de largo y uno y medio de ancho, y yo lo abrí todo. Esto es algo pintoresco, porque podrán imaginarse a un chino en una bicicleta, con un mapa gigantesco abierto, sin mirar los semáforos porque era metodológicamente imposible, y además el viento pegaba contra él (debido a la alta velocidad que llevaba la bicicleta), hundiendo en sus ojos y fosas nasales aquel gigantesco papel. Dos cruces en rojo después, decidí que lo más sensato era parar y tratar de entender el mapa detenido. Paré, y no entendí nada. Además eran las 9 de la noche, entonces no había la luz de la vida. El barrio era un poco feo, y era lleno de una gente con sombreros rarísimos, no supe bien para qué los tenían puestos pero eran demasiado raros. Traté de doblar el mapa, y lo único que conseguí fue hacer un balón de papel, y meterlo entre mi espalda y la maleta, un poco alargado, porque dentro de la maleta ya no cabía. Comencé a preguntar a la gente dónde carajos quedaba Broadway (no el Broadway d eManhattan, sino el de Brooklyn), y dos personas me dijeron “para alla”, y los otros dos “para allá (dirección contraria)”. Y entonces? Para estar seguro, pregunté a otra persona más, en inglés. El tipo me miró raro y le comenzó a hablar en español al otro: “dile que tiene que seguir derecho por esta, pos”. Entonces seguí la conversación en español, y me dijeron cómo llegar. Y llegué.

Pero fue al devolverme que me perdí realmente. La llegada al sitio había sido realmente un breve detour, pero después de toda la fiestecilla, el cuento fue peor. Habíamos ido a un barbecue donde nos daban pinchos sin carne (creo que habíamos llegado un poco tarde, entonces ese producto ya se había acabado), y todo el mundo hablaba de cosas ridículamente superficiales. Presencié una conversación de dos personas durante media hora que discutían cómo se llamaban, y cómo se podrían llamar para que fuera más acorde con su personalidad. Además, echaban chistes malos, tomaban cerveza, y todos se hacían amigos con la mayor facilidad. Yo estaba completamente friqueado, y estuve callado todo el tiempo. Después fuimos a un bar y terminé hablando del tema más reteñido de la vida, de la tesis sapir-wolf (no se escribe así), pero sin decir autores. Unos manes estaban impresionados por el lenguaje como hecho social, y echaban lora y lora. Yo daba pinceladas que trataban de orientar la discusión, pero no llegamos a puntos decisivos en teorías del lenguaje, ni a hilaciones interesantes entre aspectos de nuestras vidas. Lo máximo que lograron fue decir que el español es difícil, el inglés fácil, el francés ni idea, y ya.

Jonas se dio cuenta que yo estaba mamado, y me dijo que me acompañaba a recoger la bicicleta, y que de ahí salía. Fuimos, y me explicó con otro mapa (el mío ya era inservible, porque creo que inconscientemente lo rasgué todo y tal vez me comí algunos trozos en la mitad de la piedra). Listo, apunté en mi mano las calles claves, y seguí. Salí con la mayor de las tranquilidades, pensando en la homogénea superficialidad de las conversaciones que acababa de oír y tener, y juré no volver a salir en este país. Hasta en esta ciudad hablan de pendejadas!

Pero volvamos al viaje de vuelta. Hay que anotar que salí de la casa de Jonas antes de las 2 am, y que la ciudad estaba un poco sola. Y debemos también caer en cuenta que Brooklyn puede extenderse hasta llegar a Long Island, y de ahí en adelante otros 500 kilómetros. Entonces el recurso de buscar la costa (el que siempre uso en Manhattan) no funciona. Cogí las calles que debía, y cuando llegué a una que se llamaba Flushing, cogí para la izquierda, seguro de que era la forma de llegar. Y seguí.

Veinte minutos después de voltear, caí en cuenta que no llegaba a nada de lo que esperaba, y que la calle que me mano-agenda indicaba (Washington) no aparecía. Las calles eran cada vez más solas, me acercaba cada vez más a lugares como Kennedy (pre-Peñalosa), y me asusté. Estaba mamado, tenía ganas de entrar al baño, y no tenía ni la más remota idea de dónde estaba. Entonces di la vuelta y seguí. Cuando volví al sitio del desvío, cogí para la derecha, claramente. Entonces ya había perdido 40 minutos de viaje, y eran las 2:40. Dos cuadras después de mi desvío estaba Washington, y me dio más piedra. Seguí, encontré Washington, y me fui para la casa. Llegue a las 3:13 am, y dormí, para levantarme al otro día a las 7, porque tenía que ayudar a Paul, y además a las 8:15 me iba a volver a perder entre las calles con nombres.

Esas fueron las perdidas espaciales. Pero también he tenido perdiciones mentales, conceptuales y teleológicas. Me puse a pensar el otro día que la palabra reflexión en español es como dos flexiones. Entonces es como un ejercicio mental. Pero cuando es en inglés, reflection es lo mismo que reflejo, como en un espejo, entonces la palabra cambia de significado. Si seguimos con mi etimología casera, cuando yo digo en español reflexión, estoy aludiendo a un ejercicio mental, mientras que si digo reflection, me refiero a reflejarme a mi mismo (me imagino) hasta comprenderme. Por mi obsesión con las caras, prefiero el término en inglés, aunque no sé cual de los dos me sirva más para mis actuales intenciones. Necesito resolver problemas y comprenderlos, y no sé si lo logre mediante ejercicios o reflejos. He decidido realizar los dos, reflexion y reflection, para acudir a soluciones desde cualquiera de los dos.

Además de estar perdido espacialmente, a veces quedo perdido en reflexión, y el laberinto que Eco le diseño a Adso no es ni un 10% de los enredos en los que me meto en estos días. Con suerte, mi brújula mental si sirve muy bien, y no me pierdo tan estúpidamente como lo hago con lo espacial, y llego a conclusiones maravillosas. Incluso creo que mis perdiciones espaciales se deben a las mentales, es decir, ando englobado todo el tiempo y por eso me pierdo en la ciudad, poco románticamente. Y creo que prefiero seguir perdido en el espacio para seguir englobado. Sigo ilusiones como la de la figura 1, hasta encontrarles sentido, y encuentro que simplemente no lo tienen, que son ilusiones ópticas que se resuelven fácilmente descentrándose un poco. Espero llegar a respuestas en próximas ediciones, aunque creo que estan cerca.

Correo desde Nueva York 4

Este correo está dedicado a Adriana Hurtado, porque hoy cumplimos 4 meses (es decir, hace cuatro meses ella estuvo de acuerdo con comenzar este trayecto amoroso con este desequilibrado autor- si es que se me puede dar ese título-). La amo toda.

Si no estuviera dedicado a Adriana, lo dedicaría a Barry White, que murió la semana pasada, y todos los afro-americanos del barrio han sacado sus radiolas para poner sus canciones a todo volumen. Cu-cu.

Creo que lo logré. Ayer recibí un correo donde alguien me decía que se sentía más cerca de mí cuando leía mis correos, por lo menos más cerca que cuando estaba en Bogotá. Era exactamente lo que estaba buscando, que tal vez con esto hiciera que la gente sintiera que yo ya no era tan distante como lo soy siempre incluso cuando pueden oírme respirar. Será que me tengo que quedar? Bueno, lamentablemente eso no es una posibilidad ni un deseo, entonces les tocará rendirse a aceptar que volveré a Bogotá para volver a mi distanciamento cotidiano. Por ahora, lean.

Cuando yo había viajado a el estado de Texas (nada bonito, por cierto), tuvimos un episodio que, como en raras ocasiones sucede, comprobó una teoría de las ciencias humanas. Hall dijo que las distancias interpersonales cambian según los contextos. Entonces una persona latina va a estar apachurrada contra otra, y ni siquiera les va a importar. Pero un gringo no puede estar cerca del otro, porque ya se siente incómodo.

Entonces, el gran seminario era con personas que en un 90% (si, 36 de 40) eran latinas. Todos nos quedábamos en el mismo hotel y acababamos de almorzar. Claramente, todos teníamos que subir al cuarto a entrar al baño o a lavarnos los dientes. Y como siempre pasa en este país, solamente se podía subir por el ascensor (las escaleras están destinadas a situaciones de emergencia, como si la actividad física fuera prohibida o peligrosa, aunque a veces lo pareciera). Entonces eramos 35 latinos todos hacinados, esperando uno de cuatro ascensores y,claro, nadie iba a ser capaz de esperar al segundo. Todos teníamos que caber en el primero.

Segundos después de que llegara el ascensor y salieran dos que tres gorditos con botas y sombrero, hablando todo duro y diciendo "hey y'all", comenzamos todos a tratar de entrar al ascensor estadounidense. El límite de peso era de 18 personas, pero realmente podría ser de 10, porque 18 gringos, con aquel problema ya citado de las distancias entre uno y otro, no iban a meterse en la caja que asciende.

Claro, los latinos NO prestamos atención al aviso de "solo caben 18, ni unito más, no espichen, en serio que no cabe uno solo más", y entramos cerca de 24 (había costaricenses chiquiticos, y tampoco es que en Latinoamérica seamos grandototes). El ascensor trató de comenzar a subir, y difícilmente lo hizo. Todos llegamos a nuestros cuartos y nos lavamos los dientes o entramos al baño, y no pensamos en el incidente del ascensor como algo raro o poco cotidiano. Era como andar en una buseta en hora pico, o en una fila para cualquier trámite: apachurrada, amacizada, asquerosa. Pero a nadie le importó.

Esto fue el segundo día. Ya en el cuarto día, los ascensores (los 4) estaban dañados, claramente porque los técnicos ascensoristas nunca creyeron que al Ramada de Fort Worth (Texas) fueran a llegar 36 latinos a dañar los ascensores por exceso de peso. Conclusión: Los latinos en Texas no pueden entrar porque dañan los ascensores. No se nos haga raro que Estados Unidos abra una oficina específica para tratar situaciones de elevadores dañados por exceso de peso de latinos.

Y es obvio que durante el resto de la semana seguimos subiendonos los mismos 24 al ascensor con peso límite de 18, y nunca abrieron las escaleras, que gustosamente los 6 sobrantes hubiésemos tomado para no estar en el apachurre.

Pero me he dado cuenta que no todo el país funciona así. En esta ciudad parece que el presidente de Otis y el de Schindler se prestaron mutuamente los libros de Hall, y leyeron atentamente los capítulos de diferencias interculturales. De esta manera, pusieron cables más gruesos en los aparatos, los hicieron más chiquitos de lo normal y quedaron invencibles contra latinos. Como el candado de bicicletas que se llama New York Lock (porque fue hecho para la ciudad), estos ascensores son New York Elevator.

De esta manera, cuando uno sube a un ascensor, puede tener la sensación de estar subido en una torre de Babel. No solamente por la altura, sino porque todos hablan idiomas diferentes. Hay un turco gritando al otro, un puertorriqueño que no puede pronunciar la erre hablando por celular, el colombiano callado y mirando atentamente, y dos gringos (claro, también hay siete ecuatorianos), tal vez tres chinos o cuatro japoneses (ellos también son chiquiticos).

Y en estes caso el amacize no es latino, pero tampoco gringo. Es todo el mundo tratando que su voz recorra el ascensor para llegar a su compatriota del otro lado, y todos al tiempo. Y el ascensor sube y baja permanentemente con esta población y NO SE DAÑA! Esto si es la maravilla, que espectáculo. Los gringos si se pusieron las pilas con todo en esta ciudad, no joda. Y me bajo con una sonrisa cada mañana en el piso de la oficina, después de hacer fila para entrar al ascensor (si, hay fila que a veces se sale del edificio) y entrar al ascensor pluricultural.

Pero esta situación no es solamente propia de los ascensores, es también de las calles, los mercados, el metro (en especial el metro). Y también existen situaciones raras como la enchilada china y el jazz japonés.

La enchilada china es simplemente un restaurante de comida mexicana que queda en Brooklyn. Estaba yo caminando con hambre (bueno, caminando, porque el hambre si es permanente durante toda mi vida), y vi de pronto "tacos 1.45", y supe que debía entrar. Miré la carta, y fui a pedir a la señorita: era china. Cómo asi? Entonces me voltée a mirar si el sitio era chino o realmente mexicano. Noo, era mexicano. Entonces la china? Pues nunca entendí porque todo el mundo que estaba ahí dentro era chino, y a nadie se le hacía raro que una mano de chinos hubieran dejado de lado sus eggrolls y su arrocito para hacer enchiladas, chilaquiles y tacos. Lo peor es que eran hasta ricos.

Y el otro caso es el jazz japonés. Yo bajaba tranquilamente por la gigantesca estación de la Calle 34, y de pronto oí un saxofón. Siempre había oído saxofones en las calles (en especial los domingos por la quinta), pero nunca en el metro. Pues sucede que había un grupo de jazz tocando en la estación del metro. Era parte de un programa de música en las estaciones, pero este grupo era demasiado espectacular. Yo nunca creí que me iba a quedar veinte minutos oyendo la música. Hasta hice el ejercicio de pensar que estaba en un concierto de jazz en un bar, y funcionó! Cerré los ojos e imaginé que me iban a llevar un martini y que yo estaba entre el humo de cigarrillos de varias personas, sentado solo en una mesa y esperando que terminaran la canción para aplaudir. Estaba de corbatín (no sé por qué) y esperaba a Adriana, que no había llegado. De pronto abrí los ojos y me di cuenta que estaba muy tarde para llegar a ver la pólvora pre-4 de Julio donde Camila (hay pólvora el 3 de Julio en queens...?), y salí corriendo. El grupo estaba compuesto por dos afroamericanos, un gringo y un japonés, y el último era quien tocaba el saxofón. Bonita situación, y bonito video, especialmente la parte que pensaba que Adriana estaba conmigo, pero me desperté.

Estas situaciones no se viven en otra parte. El hecho de bajar a una estación donde uno espera encontrar un tren plateado con una letra Q amarilla, subirse y llegar a su casa, y terminar en medio de un concierto, soñando con otro, solo pasa acá. Esto es lo máximo.

Y finalmente vimos la pólvora del 4 de Julio. Ya había visto esa del 3 de Julio y me reí bastante, y la del 4 fue parecida sino que cambiaron algunas cosas. Primero que todo, durante la pólvora del 3 de Julio un hombre le pedía la mano a una mujer, porque pensaba que era un bonito momento. También la gente aplaudía (no a los novios, sino a la pólvora), creyendo que el alcalde o el polvorero los iban a oir. Qué rabia. Por qué aplauden? Esque las luces están haciendo un esfuerzo por mostrarse? Los aplausos están destinados a felicitar a alguien por su performance, pero que aquel persona los oiga. O alguien sabe de una situación donde quienes actúan se tapen los oídos y griten para no oir los aplausos? Entonces, está el polvorero en la mitad del río echando la pólvora, con tapones en los oídos y mugre en las manos, prendiendo cada fogonazo que en segundos morirá en mil luces de colores, y no oye nada en absoluto de los aplausos que le dan. Además, creo que yo soy el único que cuando ve la pólvora piensa en quien la está botando más que en la luz en sí. Pobre man, está allá echado, quemándose y tal vez cantando alguna canción para no pensar tanto en el dolor. Y la gente para quien está echando la pólvora le aplaude, pero no a él sino a lo que él botó. Es como si Montoya ganara una carrera y lo sacaran del carro y se quedan aplaudiendole al carro, mientras que él llora solo en los pits, a las espaldas de todos. Qué infamia. La polvora debería terminar con un aviso: "Todo esto fue gracias a Pepito el polvorero". Y tal vez también podría salir al otro día en el periódico una breve reseña del polvorero, donde dijeran cuáles son sus aficiones, cuántos hijos tienen, cuál fue el espectáculo que más ha gozado (que tal vez el ni siquiera los mira, porque se quema los ojos), qué hace durante el resto del año (seguro tiene trabajo solamente para navidad, año nuevo, thanksgiving y el 3 y 4 de Julio), y cuándo le dio por hacer parte de esa noble y poco reconocida profesión. El artículo tendría que ir con una foto y en una de las primeras páginas, tal vez a color. Podrían tambien tomar una foto con el alcalde, donde el polvorero está todo sucio y le da la mano negra de humo al alcalde en corbata (si quieren, entregan un cheque gigante de icopor, pero eso es opcional).

Bueno, y el 4 de Julio fue lo mismo pero más largo, y con Juana, que felizmente vino a acompañarme durante el fin de semana, y a caminar durante tres días sin parar por esta bendita ciudad. Con ella me di cuenta que los amigos también son lo máximo. La vez anterior solamente dije que extrañaba a mi familia y a mi novia, y con este fin de semana me di cuenta que extraño también a mis amigos, que nunca veo y con quienes nunca hablo, pero que cuando tienen la maravillosa idea de venir a estar acá durante algunos días, me hacen feliz (es decir, espero a quien quiera venir para mostrarles de todo).

Con Juana fuimos al Metropolitan (vimos armaduras, un girasol, un autorretrato y los irises de Van Gogh, además de la catedral de Monet y dos cuadros de nenúfares, entre jardines y pianos de cola), pasamos cerca de la Estatua de la Libertad, entramos a Toys R' Us en Times Square (que tiene una rueda de chicago dentro del almacén, full size), y fuimos al Guggenheim (el museo más espectacular sobre la faz de la tierra, por lo menos la faz que yo conozco). Caminamos como vagabundos desde el viernes hasta el domingo (bueno, dormimos también, lo de vagabundos es un decir), y se fue. Buen fin de semana. Se terminó con Camila, su hermana, su concuñada y Juana en el parque, comiendo sanduches y chocolates en la mitad de un prado, y después buscando sin éxito una estatua de Alicia en el país de las maravillas. Y Camila se va mañana y me quedé sin amigos acá. Que chanda.

Bueno, pero en esta semana pasaron innumerables cosas además de todas las que he contado. La más importante fue el brinco. Esto tiene que ser descrito con detalle.

El puente de Brooklyn es el que paso todos los días. Es grande, tiene ciclorruta amplia, tiene una vista espectacular. Pero cuando voy con los de la oficina hacia algun sitio, pasamos por el Manhattan bridge, que es feito, tiene una reja gigante, y al final tiene escaleras. El hecho de que tenga escaleras quiere decir que, si uno está montando en bicicleta, tiene que bajarse para pasar caminando. Son tres grupos de 10, 14 y 4 escaleras, de arriba hacia abajo. Y antes de las escaleras hay una pequeña curva.

Entonces, estabamos pasando por el puente y recordé la existencia de esas escaleras. Me quedé pensando en la pereza que me daría bajarme de la bicicleta y pasar las escaleras a pie, para después volverme a subir. Que jartera, además ya tenía impulsito y no lo quería perder. Así, faltando diez metros, decidí que mi destino era saltar hasta abajo. Aunque tuve un segundo de duda, cuando llegué a la parte superior de las escaleras bastante rápido, solo me quedó la opción de seguir por los aires hasta el final.

Hace rato que no saltaba tanto. Esos momentos en los que uno está en el aire y todo se detiene son ricos. Claro, salté las primeras diez escaleras, y las siguientes las pasé montado en la bicicleta, para llegar a las últimas cuatro y saltar otra vez.

Hasta ese momento, no había sonreído ante nada, y no había existido ningun suceso que me hiciera sentir feliz. Había sentido asombro ante los edificios y los parques, impresión ante los museos y respeto hacia la gigantesca ciudad que intimida pero que al tiempo seduce. Pero nunca había sentido la felicidad que sentí cuando llegué abajo y estaba todavía montado en la bicicleta, y acababa de brincar como hacía unos años, restableciendo mi posición dentro del mundo de las bicicletas, que no había retomado hacía mucho tiempo. Definitivamente, mi mundo son las bicicletas. Re encontré mi identidad y me sentí feliz.

Creo que esta es la mejor forma de terminar este correo. Un momento de éxtasis que creo que no he podido describir con lujo de detalles, pero sé que me entienden. Ese fue un hito durante mi vida en esta ciudad, es la segunda situación que me hace pensar en que no me va a ir tan mal durante este rato. Ya he dejado de pensar en los porcentajes y en las semanas que faltan, y con eso ya me doy cuenta que al finalizar esta semana ya voy a llevar 1 mes en esta ciudad. Esperaré con poca paciencia durante los otros cuatro meses, para retomar mi vida bogotana, con frío y con lluvia, con bicicletas y con novia, sin empire state o estatua de la libertad, pero dándome cuenta que esta ciudad es la capital del mundo, pero no del mío.

Chao.

Carlos F. Pardo

Pd: se me hace dificil firmar. De ahora en adelante voy a poner una línea contínua, que ustedes podrán sustituir por Carlos, Carlie, Pardo, pipe, capique, Carlos Felipe o Tli (solo Adriana).