viernes, mayo 25, 2007

Correo desde Nueva York 5: Perdido

Figura 1. Empire State dentro del Manhattan Bridge.

Nota: calma, es una ilusión óptica.

Este correo debe comenzar con una fe de erratas. El título anterior leía: La travaile et le expérience de petite Monsieur Pardo dans la New York (No.4). Fui corregido, pues esto traduce lo siguiente: La trabaja y la experiencia de pequeña señor Pardo dentro de la New York. De la misma manera, me entregaron una version corregida: Le travail et l’expérience du petit monsieur Pardo á New York. (la tilde de la a es patasarriba). Con esto se pueden dar cuenta que mis infrecuentes incursiones en aquel lenguaje de tildes raras no trae productos muy bien elaborados.

Ya salidos de eso, prosigamos. Durante esta semana he seguido recorriendo la ciudad, porque creo que me es imposible quedarme quieto (esto lo sabía hace rato, pero la soledad hace que sea más consciente de esta incapacidad de descansar más de lo estrictamente necesario. Por esto, me he perdido más de una vez en la ciudad.

Una vez un amigo me dijo que yo no me ubicaba bien en los sitios. Como siempre, no le creí y me esforzé por demostrar que esto no era así. Aquí me he dado cuenta que esto si es así, y que yo debería pedir una garantía por mis otolitos, o por el par entero de canales semicirculares, porque si en las calles no hay números, yo simplemente no me ubico. Mis dotes de personalizar una calle hasta tal punto que recuerde su nombre son limitadas, más cuando llevo viviendo entre la fría pero deliciosamente eficiente malla cartesiana llena de numeritos y Calles y Carreras, donde las cosas se encuentran más fácil.

Mientras pensaba en estas cosas caí en cuenta que estar perdido es algo a lo que recurren algunos escritores para dar transmitir sentimientos románticos. Dicen estar perdidos entre los brazos de la otra persona, perdidos en sus encantos, perdidos en el enamoramiento y perdidos entre sus piernas. Tal vez lo que quieren decir es que el amor es tan peligroso que uno puede perderse ahí dentro, y que además quien está perdido no le importa el hecho, simplemente lo goza. Su percepción de los hechos se ha alterado hasta tal punto que se siente completamente perdido y lo siente como algo no perjudicial sino beneficioso. Conclusión: el amor es para los locos perdidos (léase bien este párrafo para entenderlo. De ser posible, léase más de dos o tres veces).

Fito Paez tiene una cancioncita exclusivamente rara, y dice “cuando me pierdo en la ciudad, vos ya sabés comprender, es solo un rato no más”. Bueno, uno ahí no tiene ni idea si el man está perdido y angustiado, o perdido y enamorado, o simplemente perdido.

Por mi parte, yo he estado perdido en esta ciudad una que otra vez. Me he dado cuenta que estar perdido no tiene nada de romántico, y que mi amor no constituye una alteración de la percepción hasta tal punto que llegue a ver lo perjudicial como romántico. Nunca he sentido que estar perdido es algo maravilloso, siento un dolorcito de estómago que sé que es algo perjudicial.

Perdón. ¿Quién no está de acuerdo? Estar en un sitio y ver avisitos verdes para tratar de ubicarse, y de pronto leer “Schwab” y “Van Dam”, y no tener ni la más remota idea dónde es el bendito norte, o hacia dónde caminar. Es como cuando los escritores (los que sí entienden la naturaleza humana) escriben que estan perdidos como en un desierto, perdidos en la mitad de sus pensamientos o perdidos y ya. La angustia de Adso en la biblioteca es el ejemplo perfecto. Dan ganas de gritar, aunque sabiendo que los gritos no conducirán a nada. Además, aquí sinceramente no es raro ver a alguien gritar por ahí por la calle, incluso el jueves estaba una señora caminando con su perro y discutía con él (bueno, para él, hacia él, lo que sea). Otro día estaba un tipo dándole plata a una pareja para comprar a sus hijos, y además les ofrecía poquitico! Bueno, el hecho es que gritar cuando uno no sabe donde está no conduciría a la aproximación de un buen samaritano que discrimine en aquel grito un “ayuda”, si mucho podrá uno recibir una amenaza de un gordito policía con un bagel en la mano, que le dice a uno que no haga ruido, mientras mastica el roscón duro ese.

Toda esta introducción para hacerles comprender cómo me sentía al estar perdido, y ni siquiera he dado algunos ejemplos. El primero fue cuando, una semana después de llegar, iba a coger el metro para llegar donde Camila. Era un sábado, y los fines de semana arreglan cerca del 60% de las líneas del senil metro, y todas las rutas cambian. Claro, yo me metí al tren W (si, si era ese), y despegó. Unas estaciones después, comencé a notar que, según el mapa, el aparatejo iba para el otro lado hacia donde yo quería llegar. Estaba ya casi en otro distrito (borough), y me bajé en una estación soola. Cogí el metro que tocaba, consciente de que estaba media hora atrasado, y seguimos. Algunas estaciones después, la locutora decía algo incomprensible (bueno, eso es redundante, todo lo que dicen es incomprensible), y todo el mundo se bajó del tren. En ese momento, algo dentro de mí me dijo que debía bajarme, pero como nunca creo a esos “algo dentro de mis”, me quedé adentro pensando que esa era una estación concurrida.

Nos quedamos dentro de este tren un borracho, dos que tres personas de distintos lugares del mundo y yo. Todos callados, lejanos y al parecer, perdidos. De pronto, el bendito tren paró, y otra vez se oyeron las frases incomprensibles, pero esta vez con un volumen mayor. De pronto, dentro de aquel lenguaje babélico, entendí “get off the car, please”. Entonces me bajé en una estación repleta de gente, con manes del MTA haciendo señas. Pregunté a otro, y me dijo que tenía que coger el Q, después el 7 y después otra vez el W, porque estaba cerrado nosequé puente. Claro, llegué una hora tarde, acompañado de una úlcera péptica que me pudo haber llevado a la muerte, pero que simplemente me llevó a la casa de Camila, un poco tarde.

Ahora, este no fue el único caso. El sábado (si, hace dos días) fui a ayudar a Paul a su “stoop sale” (venta de garaje, venta de jardín, pero sin ninguno de los anteriores, sino solamente las escalerillas de la casa). Necesitaban pegar papelitos por el barrio anunciando el evento, y me pidieron el favor a mi de ir por ahí a pegarlos. En ese momento, la parte interior de mis cejas se levantó, y se templaron un poco mis labios. “Esque yo me pierdo”. NO! No lo dije, valientemente tomé los papeles y dije que ya volvía, pero en tono de chiste les dije que si no había vuelto en un par de horas era porque estaba perdido (poco sabían ellos que eso podía ser verdad, y que si en dos horas no había vuelto, debían llamar a los bomberos para ir a buscarme- porque aquí los bomberos sirven hasta para abrirle cocacolas a las mujeres que les quedó grande-). Claramente, diez minutos después, el norte ya no era el norte y el oeste se había convertido en sur, falsa percepción que me hizo maldecir el día que olvidé traer la brújula, y que hizo que mi recorrido se enriqueciera al prolongarse durante media hora, después de la cual por fin encontré una calle con número (5th), y supe para donde ir. Llegué donde Paul y dije que había parado a comer algo, como si hubiera sido lo más normal del mundo.

Pero esa perdida no fue grave. Otra peor fue la de un día en la semana pasada. Me encontré con mi “inquilino”, y me dijo que había un concierto de la filarmónica de NY en el parque de Brooklyn. Entonces le dije que listo, que salía para allá después de dejar las cosas en la casa. Le pregunté el nombre del sitio, y me dijo “Band Shell”. Me dio indicaciones, pero me pasó lo que a veces me pasa cuando alguien me está hablando, y fue que me quedé pensando en su pelo, que era todo churrusco y que no entendía cómo no se peluqueaba rápido, y después pasé a pensar cómo de caras son las peluquerías en este país, y hasta pensé “juepucha, qué voy a hacer yo cuando ya mi pelo esté horrible? Me va a tocar tusarme, o aprender a peluquearme”. Cuando ya estaba en la tusada, y me imaginaba mi grandota cabeza brillando y el dolor de cabeza que me daría por el calor, este man ya había terminado de explicarme. “Listo, yo llego”.

Además de eso, tuve la grandiosa idea de dejar la bicicleta, porque me pareció que daba como pena entrar a un concierto de orquesta con bicicleta (que estupídez, esas pendejadas yo creo que le hacen a uno perder neuronas, además no iba a entrar a ningun lado, eso era al aire libre). Salí caminando, pensando que era fácil llegar, y que además no es tan difícil. Y, admito, sí oí algunas partes claves de la explicación, como el nombre, que quedaba cerca de una esquina del parque, y ya. Entonces pensé que no podía ser tan difícil porque el parque tenía cuatro esquinas, entonces que quedaba cerca de alguna, no?

Dispúseme a caminar, e intuitivamente traté de llegar al sitio. Mi intuición, lógicamente, sirvió de tres pitos. Caminé y caminé y caminé, y no veía el bendito bandshell por ningun lado. Además era tan iluso que pensaba que iba a ser una cosntrucción gigantesca que se viera a la distancia. Finalmente, encontré un mapa, y busqué el bandshell. Ví que avenidas eran las de la esquina, y seguí, pensando que la siguiente esquina sería alguna de esas calles. Y no era. Seguí caminando (les comento que el bendito parque es como cuatro veces el Simón Bolivar), y en otro mapa me di cuenta que, para mi desgracia, Prospect Park tiene seis esquinas. Maldita sea. Ya me dolían los pies, y maldije no haber traído la bendita bicicleta, y otra vez maldije no tener mi maravillosa brújula en mis manos. Mientras caminaba no sé hacia dónde (ya estaba resignado y prefería darle la vuelta completa al parque y devolverme, porque estaba en el extremo completamente opuesto), me imaginaba la estúpida brújula en su lugar, donde no servía de nada, pegada en la mesa del computador, y me decía “imbécil, es que se iba a perder en su casa, en sus pensamientos o qué? Y de qué le iba a servir la brújula?” Bueno, insultos aparte, seguí caminando, además cada vez más rápido, y cada vez más desesperado. Logré llegar a otro mapa, y ví que el bandshell estaba sobre esa cuadra, no sabía si cerca o no.

Finalmente, una hora después de comenzar la vuelta por el parque, llegué al maldito bandshell, y además que lo encontré por la música, por nada más. Entonces me senté en la mitad del pasto (había como 200 personas), y me puse a oir la música, y me acordé del impacto que siento cuando oigo orquestas. Era lo máximo. Como un pendejo, me puse a llorar, y no supe si era por el dolor de los pies, por la angustia acumulada durante mi breve excursión por mundos desconocidos, o si era por la música. Tal vez era por los tres. Y más piedra me dio cuando, después del movimiento que yo había oído, tocaron cinco minutos del último, y todos se fueron. Y peor aún, cuando me devolví para la casa, duré quince minutos en llegar, es decir, dí toda la vuelta al bendito prospect park a pie, y eso puede sumar 6 millas (según lo relatado por mi compañera de oficina).

Pero esa tampoco fue la peor. El viernes yo no tenía nada que hacer (como todos los viernes, gracias a Dios a nadie se le ocurre hacerme gastar plata que no tengo), pero me llamó Jonas. El es el que me recogió en el aeropuerto, el que ahora vive en long island, y el que me llevó a la fiesta de locos uruguayos el primer día, la primera noche. Entonces me asustó un poco su llamada.

Me dijo que fueramos a hacer algo (“sho no se, caminar por ahí, qué se sho”). Entonces accedí, y le dije que hablábamos por la noche. Al hablar por la noche, me explicó brevemente cómo llegar al sitio en bicicleta, y me dijo que cogiera el mapa que el me había regalado (un mapa que yo tenía guardado porque no lo encontraba útil- ¿?-). Cogí el mapa y salí a buscar el sitio. Iba bien, todo lo conocía, pero cuando entré al barrio, comencé a perderme. “Claro! El mapa”. Entonces, montado en la bicicleta, saqué el mapa de mi maleta, y lo comencé a abrir. Y entonces comienza a desplegarse el mapa más gigantesco que yo haya visto en mi vida, con la menor minucia de calles y avenidas de toda la ciudad. En su plena extensión, el bendito mapa mide dos metros de largo y uno y medio de ancho, y yo lo abrí todo. Esto es algo pintoresco, porque podrán imaginarse a un chino en una bicicleta, con un mapa gigantesco abierto, sin mirar los semáforos porque era metodológicamente imposible, y además el viento pegaba contra él (debido a la alta velocidad que llevaba la bicicleta), hundiendo en sus ojos y fosas nasales aquel gigantesco papel. Dos cruces en rojo después, decidí que lo más sensato era parar y tratar de entender el mapa detenido. Paré, y no entendí nada. Además eran las 9 de la noche, entonces no había la luz de la vida. El barrio era un poco feo, y era lleno de una gente con sombreros rarísimos, no supe bien para qué los tenían puestos pero eran demasiado raros. Traté de doblar el mapa, y lo único que conseguí fue hacer un balón de papel, y meterlo entre mi espalda y la maleta, un poco alargado, porque dentro de la maleta ya no cabía. Comencé a preguntar a la gente dónde carajos quedaba Broadway (no el Broadway d eManhattan, sino el de Brooklyn), y dos personas me dijeron “para alla”, y los otros dos “para allá (dirección contraria)”. Y entonces? Para estar seguro, pregunté a otra persona más, en inglés. El tipo me miró raro y le comenzó a hablar en español al otro: “dile que tiene que seguir derecho por esta, pos”. Entonces seguí la conversación en español, y me dijeron cómo llegar. Y llegué.

Pero fue al devolverme que me perdí realmente. La llegada al sitio había sido realmente un breve detour, pero después de toda la fiestecilla, el cuento fue peor. Habíamos ido a un barbecue donde nos daban pinchos sin carne (creo que habíamos llegado un poco tarde, entonces ese producto ya se había acabado), y todo el mundo hablaba de cosas ridículamente superficiales. Presencié una conversación de dos personas durante media hora que discutían cómo se llamaban, y cómo se podrían llamar para que fuera más acorde con su personalidad. Además, echaban chistes malos, tomaban cerveza, y todos se hacían amigos con la mayor facilidad. Yo estaba completamente friqueado, y estuve callado todo el tiempo. Después fuimos a un bar y terminé hablando del tema más reteñido de la vida, de la tesis sapir-wolf (no se escribe así), pero sin decir autores. Unos manes estaban impresionados por el lenguaje como hecho social, y echaban lora y lora. Yo daba pinceladas que trataban de orientar la discusión, pero no llegamos a puntos decisivos en teorías del lenguaje, ni a hilaciones interesantes entre aspectos de nuestras vidas. Lo máximo que lograron fue decir que el español es difícil, el inglés fácil, el francés ni idea, y ya.

Jonas se dio cuenta que yo estaba mamado, y me dijo que me acompañaba a recoger la bicicleta, y que de ahí salía. Fuimos, y me explicó con otro mapa (el mío ya era inservible, porque creo que inconscientemente lo rasgué todo y tal vez me comí algunos trozos en la mitad de la piedra). Listo, apunté en mi mano las calles claves, y seguí. Salí con la mayor de las tranquilidades, pensando en la homogénea superficialidad de las conversaciones que acababa de oír y tener, y juré no volver a salir en este país. Hasta en esta ciudad hablan de pendejadas!

Pero volvamos al viaje de vuelta. Hay que anotar que salí de la casa de Jonas antes de las 2 am, y que la ciudad estaba un poco sola. Y debemos también caer en cuenta que Brooklyn puede extenderse hasta llegar a Long Island, y de ahí en adelante otros 500 kilómetros. Entonces el recurso de buscar la costa (el que siempre uso en Manhattan) no funciona. Cogí las calles que debía, y cuando llegué a una que se llamaba Flushing, cogí para la izquierda, seguro de que era la forma de llegar. Y seguí.

Veinte minutos después de voltear, caí en cuenta que no llegaba a nada de lo que esperaba, y que la calle que me mano-agenda indicaba (Washington) no aparecía. Las calles eran cada vez más solas, me acercaba cada vez más a lugares como Kennedy (pre-Peñalosa), y me asusté. Estaba mamado, tenía ganas de entrar al baño, y no tenía ni la más remota idea de dónde estaba. Entonces di la vuelta y seguí. Cuando volví al sitio del desvío, cogí para la derecha, claramente. Entonces ya había perdido 40 minutos de viaje, y eran las 2:40. Dos cuadras después de mi desvío estaba Washington, y me dio más piedra. Seguí, encontré Washington, y me fui para la casa. Llegue a las 3:13 am, y dormí, para levantarme al otro día a las 7, porque tenía que ayudar a Paul, y además a las 8:15 me iba a volver a perder entre las calles con nombres.

Esas fueron las perdidas espaciales. Pero también he tenido perdiciones mentales, conceptuales y teleológicas. Me puse a pensar el otro día que la palabra reflexión en español es como dos flexiones. Entonces es como un ejercicio mental. Pero cuando es en inglés, reflection es lo mismo que reflejo, como en un espejo, entonces la palabra cambia de significado. Si seguimos con mi etimología casera, cuando yo digo en español reflexión, estoy aludiendo a un ejercicio mental, mientras que si digo reflection, me refiero a reflejarme a mi mismo (me imagino) hasta comprenderme. Por mi obsesión con las caras, prefiero el término en inglés, aunque no sé cual de los dos me sirva más para mis actuales intenciones. Necesito resolver problemas y comprenderlos, y no sé si lo logre mediante ejercicios o reflejos. He decidido realizar los dos, reflexion y reflection, para acudir a soluciones desde cualquiera de los dos.

Además de estar perdido espacialmente, a veces quedo perdido en reflexión, y el laberinto que Eco le diseño a Adso no es ni un 10% de los enredos en los que me meto en estos días. Con suerte, mi brújula mental si sirve muy bien, y no me pierdo tan estúpidamente como lo hago con lo espacial, y llego a conclusiones maravillosas. Incluso creo que mis perdiciones espaciales se deben a las mentales, es decir, ando englobado todo el tiempo y por eso me pierdo en la ciudad, poco románticamente. Y creo que prefiero seguir perdido en el espacio para seguir englobado. Sigo ilusiones como la de la figura 1, hasta encontrarles sentido, y encuentro que simplemente no lo tienen, que son ilusiones ópticas que se resuelven fácilmente descentrándose un poco. Espero llegar a respuestas en próximas ediciones, aunque creo que estan cerca.

No hay comentarios.: