viernes, mayo 25, 2007

Correo desde Nueva York 8: Nada que escribir ni que leer (último desde NY)

Hoy no hay ni foto, ni dedicatoria, ni muerto. Si caen en cuenta de alguno de los tres, sugieran

Cuando es viernes comienzo a pensar en lo que voy a escribir el lunes, el correo largo. Pero no se me ocurre nada en absoluto. Tal vez es por todo el cansancio de la semana, por las ganas que me dan de dormir, y las pocas ganas que tengo de sentarme en un computador un viernes por la tarde. Entonces no me preocupo por la falta de ideas.

El sábado normalmente camino por ahí y comienzo a unir ideas, me acuerdo de las cosas que han pasado durante toda la semana, y me doy cuenta que todas podrían caber dentro de una sola historia. Me paso el resto del fin de semana elaborando mentalmente (perdón por el término) la forma como las voy a unir, y el domingo por la noche ya se me ha ocurrido un título. Creo que por eso es que me pierdo tanto por ahí, porque estoy englobado pensando en el lunes en la mañana mientras camino por la ciudad.

Si el sábado no se me ha ocurrido nada, el domingo a veces estoy acelerado por el hecho, y al final de la noche se me ocurre algo. Esto me está comenzando a divertir, es como armar un collar con diferentes piezas, pero armarlo de tal forma que se vea bien. Si seguimos la analogía, el viernes solo tengo las piezas, y durante el fin de semana las voy uniendo por medio de la cuerda que las sostiene.

Ayer (domingo), en la tarde y en la noche, no tenía ni piezas ni cuerda, ni nada. No tenía ni idea qué iba a escribir, tal vez porque me la pasé todo el día montando en bicicleta (en un recorrido por Queens para “raise marrow bone awareness”, opinen lo que quieran), y el sábado caminé por ahí para encontrar sitios que no conociera de Manhattan (esta ha pasado a ser una actividad bastante interesante). No estuve englobado (por lo menos no con esta historia), y llegaba la noche y no tenía qué escribir el lunes.

Entonces comencé a buscar temas, y pensé en simplemente escribir sobre el acto de escribir, o tal vez sobre el acto de leer. Me acordé de los libros de Umberto Eco que leí (por partes) en la casa (de Salas), y me pareció un poco aburrido dar una versión primípara e inexacta de semiótica a personas que pueden saber más de esto, o que sinceramente no les importa un pito los significados o los significantes, o el texto, el autor y el lector.

Entonces, qué hago? Me resigné a escribir cualquier porquería, y me dejé de preocupar por eso. Cogí un libro de Calvino y me sumergí en los primeros cuatro capítulos, y lo cerré. Hablaba sobre leer, y sobre buscar libros en librerías (solo al principio). Me englobé pensando en las bibliotecas, y en mi persistencia por leer cualquier cosa. A veces me siento como si tuviera la obligación de leer todo lo que se me pasa en frente. No sé cuantos de ustedes gozan leyendo mientras caminan, pero a mí me puede parecer una actividad espectacular. Comencé a hacerlo en bachillerato cuando caminaba hacia el paradero del bus, que ya quedaba lo suficientemente lejos como para poder leer unas buenas cinco o seis páginas del libro que tocara leer para español o inglés. Al principio la actividad me pareció bastante difícil, porque no era capaz de bajar andenes sin apartar la vista de lo que leía, y a veces cruzaba las calles y me pitaban los carros porque estaba leyendo. Si estaba muy de malas, metía la pata en un hueco lleno de agua mientras leía, y duraba dos o tres días sin leer hacia el paradero porque me daba miedo caer en una alcantarilla destapada.

Cáigase en cuenta que mi paradero quedaba en la 127, y me tocaba cruzarla. Meses después de emprender mi lectura caminante, ya podía cruzar la gran avenida con una mirada a través del rabillo del ojo, elegantemente volviendo a la línea en la que había quedado.

Más adelante, cuando mis intereses se distanciaban un poco de los libros y llegaron a las bicicletas, ya no caminaba al paradero sino que me iba montado hasta el colegio. Como tocaba irse por la autopista, no leía durante el viaje. Pero algunos años después, confiando en mi destreza al montar en la bicicleta, comencé a leer mientras llegaba a un sitio. Aunque esto no lo hago mucho (siempre ando con afán, brincando andenes y volándome semáforos en rojo), cada vez que tengo la oportunidad, estoy relajado y puedo irme por una ciclorruta con pocos cruces, llevo un libro y lo leo durante el recorrido. Una vez lo hice por la Calle 90, y algunas otras bajando por la 92 (tengo freno de pie, entonces puedo soltar las dos manos para leer). Una vez leí una carta de amor (más bien, de dolor) mientras montaba, y comento a quienes piensen hacerlo que no es ni fácil ni divertido, yo lo hice porque era inminente y debía leerla en ese momento, pero es muy difícil estar leyendo algo afectivo y caótico, y al mismo tiempo dirigir una bicicleta mientras los ojos se humedecen un poco.

Entonces leo cuando puedo, y creo que mi inclinación a leer en movimiento se debe a mi dificultad para quedarme quieto, es una especie de mecanismo de adaptación entre la hierpquinesia y la necesidad de leer. Raro...

Otra cosa que va unida a esto es la infinita paciencia que tengo (y que he visto en otros) para ver todos los libros en una biblioteca o librería, por lo menos de las áreas que me interesan. Cuando entro a una casa, después de ver los marcos de los cuadros y las chapas de las puertas, me quedo unos minutos (si es posible, varios) mirando el repertorio bibliográfico del hogar. Si los libros son seriados, sin están en algun orden, si han sido abiertos, y si todos son de una época específica. Si pueden demostrar la inclinación intelectual de sus dueños, o si simplemente han sido comprados por metros y para llenar espacios. Si es posible (y si tengo la confianza suficiente) cojo uno de los libros que me interese y lo hojeo. Si tiene un señalador se lo pido al dueño o dueña, y le ofrezco otro a cambio, que después se lo traigo, ay porfa, usted igual no usa este señalador.

Es impresionante la capacidad que uno puede obtener de mirar libros verticalmente. Me explico: cuando uno está viendo libros en una librería, todos están dispuestos de lado. Esto hace que los títulos se vean verticalmente, y si uno tiene suerte todos estan del mismo lado. Uno parece un patito caminando hacia los lados y mirando todos los libros que hay, en especial cuando están en el estante del centro, donde uno se debe agachar. Entonces uno termina agachado, con la cabeza inclinada un cuarto de giro, con la boca abierta, mirando qué título puede ser de interés. Si uno está en una librería de Bogotá, es prohibido sacar los libros, y mucho más abrirlos y leer un poco. Como si uno se lo fuera a terminar, y como si uno tuviera un poder especial que le hiciera saber si el libro es interesante o no. Y después los dueños de las librerías se preguntan por qué la sociedad colombiana no lee. Pues porque no los dejan ver los libros!

Esto nos lleva de vuelta a Nueva York. Capital del mundo en muchos aspectos (todavía estoy debatiendo conmigo mismo si es una capital cultural o no, sigo dudándolo fuertemente), para mí es capital editorial. Gran parte de los libros en ingles que uno ve tienen como lugar de editorial esta ciudad. Esto llega a ser tan absurdo que, cuando estoy escribiendo la bibliografía de un libro que no recuerdo bien, le enchufo New York: Anchor o New York: Penguin Classics, porque son las típicas editoriales que uno encuentra (además de Prentice Hall y McGraw Hill). Esta puede ser la ciudad de los edificios, de los locos, de los acelerados o del apocalipsis. Para mí, es la ciudad de los libros.

En la calle 18 con 5ª hay una librería que fue fundada en 1873, llamada Barnes and Noble. En este momento, en Estados Unidos hay más librerías Barnes and Noble que Crepes en Bogotá. Pero la de la calle 18 es la más gigantesca que yo haya entrado. Ya había ido a una en Texas, que solamente tenía dos pisos, pero de todas maneras era grandecita. Ahí compré Walden y tres libros de Calvin y Hobbes (lectura densa pero indispensable), pero nada más me pareció interesante. En la calle 18 uno se siente en Alejandría. Entra, camina durante un rato y parece que ya se acabó. Pero sigue caminando y encuentra que hay otra parte de libros de textos gigante, y sigue caminando para encontrarse otra parte más grande llena de libros de segunda mano. Los estantes tienen cerca de 10 pisos, hay escalera para subir a buscar libros, y esta llena de gente leyendo.

Esto es espectacular. Después de la experiencia de prohibición en Bogotá, en esta librería no solamente lo dejan a uno leer libros, sino que uno está casi obligado a coger cinco o seis y llevárselos al cafecito del segundo piso, pedir un frapuccino y quedarse horas leyendo. Cuando uno termina, pasa una señora y recoge todos los libros que han dejado en las mesas para volver a dejarlos en su lugar. De esta forma he sondeado biografías de Einstein, libros de Freud, otros de temas extraños (dragones y epostemología, manos, Van Gogh, Gould, Dickens, etc). En la calle 22 hay otro Barnes and Noble casi tan gigantesco al anterior, pero en este hacen conferencias de autores (creo que la intención es coger el peor libro de la semana y traer al autor para ver si la gente se anima a comprarlo).

En la calle 12 hay otro Barnes and Noble, y por fuera parece tan grande como la Bucholz de la 73. Ayer entré porque estaba perdido (raro) y necesitaba aire acondicionado (y libros). Me quedé mirando y me dí cuenta que no era para nada grande. Además, no tenían nada interesante ni sección de descuentos. Entonces busqué escaleritas, y encontré dos. Las que daban para abajo llevaban a un sótano gigantesco lleno de libros de niños, y las que daban para arriba tenían un segundo piso con más libros, esta vez bastante interesantes. Una historia de las bibliotecas carísima, y más libros de Foucault (estan en todas partes). De ahí sali sin más libros.

Pero entre la librería de la 18 y la de la 22 hay cincuenta más, todas de libros usados. Estas las encontré por coincidencia (es decir, estaba perdido) y entré a una que estaba en descuentos. Las librerías de libros usados son las más chéveres de todas, porque huelen a ese polvito de los libros que tienen más de cincuenta años, que hacen estornudar y que en excesivas cantidades dan alergias en la nariz. En esta librería compré un libro de expresiones faciales y nada más.

Y en Greenwich hay otra librería donde encontré varios libros de interés (claramente la librería era de libros usados). Primero, una edición vieeja de Lorenz, el librito que es hecho de cuenticos. No lo compré porque lo tengo en español, pero todavía dudo por haberlo dejado ahí sentadito, solito. Una biografía de Einstein de 1200 páginas (creo) por 10 dólares- con pasta dura- y otra biografía de Freud con fotos y de tamaño gigante (como para tumbar a alguien de un librazo- golpe de libro-) por 21, una anatomía de Gray por 7 dólares que no compré porque está en Internet, y otros más de Jung. También había una edición especial de Edgar Allan Poe, que venía el libro dentro de una cajita, esos que hacen porque son muy delicados entonces tienen que cuidarlos. Había varios de etología y de ciencia también otros, pero tuve que dejar ahí. Además, cogí señaladores del sitio para recordar donde quedaba y para engrosar mi colección.

En la calle 42, entre 5ª y 6ª, hay otra librería. En esta hay como diez mil postales diferentes, y encontré un libro de urbanismo a todo color por 6 dólares, almanaques y atlas, The Lord of the Rings en cinco ediciones diferentes, y libreticas chéveres. Compré como tres libros, y me regalaron un café (dicen que el café de esta ciudad es hediondo, pero a mí me parece delicioso, tal vez porque nunca tomo café pero aquí comencé a tomar).

Pero en la calle 14, casi con 4ª, hay otra librería de usados, que dicen tener 8 millas de libros. Cuando entré les creí, además tienen libros antiguos, y afuera de la tienda hay cerca de veinte anaqueles móviles con 300 libros cada uno, todos por un dólar (pues, cada uno).

Y también hay bibliotecas públicas. El sábado entré a una, que tenía seis millones de libros adentro. Las salas de lectura son tan grandes que se podría jugar futbol adentro, y ahí uno no se siente en Alejandría sino en la biblioteca del monasterio del nombre de la rosa (otra vez). Esta biblioteca solo la recorrí porque no tenía tiempo, eran las 5 y media y cerraban a las 6, y con ese tamaño tuve el tiempo exacto para recorrer lo importante.

Después de recordar todas estas librerías y la biblioteca, me doy cuenta de la razón por la cual pasó lo de anoche. Cogí todos los libros que he comprado, los uní a los que me han regalado sobre transporte (en la oficina), y los metí en una maleta... bueno, los traté de meter, porque no cupieron todos. Ahora tengo dos maletas de viaje llenas de libros, y no tengo ni idea dónde voy a meter la ropa. Al ver esto, tomé una decisión bastante madura: si no cabe la ropa en las maletas cuando me vaya, solo me llevo los libros.

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