viernes, mayo 25, 2007

Correo desde Nueva York 7: Baños, estatuas y relojes

Figura 1. No se alcanzan a ver, pero son el grand central station y el Chrysler. Esta vez ninguno pelea

“(...) por experiencia, no puedo recomendar a nadie que siga mi ejemplo (...)”

Sigmund Freud, Estudio Autobiográfico (1935), 2 páginas antes de terminar.

Perdón, esa cita tenía que ir ahí. Si la leen así, van a pensar que estoy atacando, como siempre, al psicoanálisis. Pero para los que han leído el libro, se darán cuenta que lo que hago es seguir con el psicoanálisis en el corazón (no se ha ido de ahí, y nunca se irá).

Ahora la dedicatoria. Debido a la fecha, este correo tiene que ser dedicado a Catalina Sánchez, porque es su cumpleaños, y porque nunca he visto a alguien que goce más con este evento que nos recuerda que estamos cada vez más cerca de la muerte, o para algunos otros que hemos vivido más. Feliz Cumpleaños.

Estamos como disperses hoy, y creo que todo el correo estará más que disperso. Los temas de hoy son dos, uno de mayor importancia que el otro, pero los dos tratan un mismo tema, aunque no lo parezca. El tema principal es la relativización de todo después de que todo el mundo le entendió mal a Einstein. Claro, nada va a ser en términos físicos porque esto no es una revista científica. Son dos ejemplos más que claros de esta constante cultural, cada vez más arraigada en nosotros.

Primer caso

La semana pasada fue algo agitada, pues este miércoles tengo que entregar un informe final tentativo a la organización, y he estado haciendo entrevistas (5 entrevistas de media hora, todas transcritas a word y analizadas, además de 8 diarios de campo. Es decir, estoy cansado). Además, estaba hablando con Oscar Diaz (asistente de Peñalosa y un compañero de trabajo en ITDP), y le dije que me gustaría tener una entrevista con Peñalosa. “Pero pues claro, fresco. Eso toca esta semana porque la otra se va a Bogotá”. Entonces me dispuse a ser el más intenso con el tema de la entrevista, acordándole a Oscar todos los días del evento. Y casi lo logro. Peñalosa iba a venir el Jueves a la ciudad (como era de esperarse, vive en un suburbio), e iba a darme un tiempo para entrevistarlo. Finalmente, le dio pereza venir a Nueva York (está lloviendo, le toca coger metro y hacer transfer, etc), y me quedé sin entrevista.

Cuando estaba todo casi por lograrse, sentí que iba a escribir hoy todo el tiempo sobre Peñalosa, y sobre cosas chistosas que tuviera. Tal vez tenía una foto en la oficina donde saliera con sus hijos en vestido de baño naranja, con pelo en pecho, y muerto de la risa. O de pronto las medias eran de muñequitos de plaza sésamo, pero eran oscuras entonces nadie se había dado cuenta.

Bueno, lo importante es que no lo entrevisté y me quedé sin tema para hoy. O más bien, no es que me haya quedado sin tema, sino que el que pensaba contar ya no era parte del repertorio.

Pero el Jueves pasó algo rarísimo en este edificio. Les tengo que explicar detalladamente cómo funciona el piso 12 de 115 W30th, para que entiendan: Estas oficinas son chiquitas, y ninguna tiene baño. Los baños quedan a los extremos, y en cada extremo del piso hay un baño para mujeres y otro para hombres. Gracias a Dios estan debidamente marcados, porque si no imagínese la pena de salir del baño de mujeres y encontrarse con una mujer, dejarle salpicado todo y conocerla... nooo.

Además de estar marcados, tienen ventanas. Lógico, gran parte de los baños tienen ventanas. Pero un día entré al baño (de hombres, claro), y comencé a mirar por la ventana. Me di cuenta que se veía una antena como en la punta de un edificio, y me pareció que yo conocía ese edificio. Sin más ni más, salí y seguí en mis cosas.

Cuando salí del edificio a almorzar, vi el Empire State y, como vil indiazo que sigo siendo, me quedé mirándolo con la boca abierta (este fin de semana me di cuenta que la apertura de mi boca es directamente proporcional al tamaño del edificio que esté mirando). Y vi que en la parte de arriba tenía una antena, y me di cuenta que era la misma que yo había visto desde el baño! En este momento me reí solo, un segundo, y me di cuenta que era una pendejada, que a quién le iba a importar que desde la ventana del baño de la oficina se veía el Empire State.

Mentira! Qué tal una situación donde a uno le pregunten (por ejemplo, en una entrevista de trabajo) que dónde ha trabajado. Yo puedo responder “pues en Nueva York, en un sitio donde la vista del baño era el Empire State”. Muy chévere, no? Bueno, pensándolo mejor, como que no. Además podía ser una especie de ilusión, tal vez era otro edificio cerca al nuestro, y no era el Empire State, y ya la respuesta a la pregunta de la entrevista sería “pues en una ONG de transporte en Nueva York”. Muy aburrido.

Entonces lo que decidí fue verificar que este edificio era el Empire State. Me metí al baño, me monté en el inodoro y saqué la cabeza por la ventana (es como alta) para mirar y, si! Era el Empire State. Lo máximo.

Claro que entré a la oficina y pensé en contarle a la gente, pero como que la cara que me iban a hacer era “este tercermundista imbécil, prefiere ver el Empire State desde el baño que salir y caminar dos cuadras a verlo en frente”. Pero esque ellos no comprenderían la magnitud del asunto. Estoy en un lugar donde un edificio histórico se puede ver desde el sitio menos pensado! O por lo menos desde un sitio donde la última intención del arquitecto era que se viera el Empire State. Si él hubiera sabido que desde ahí se veía el edificio, los baños estarían en otro sitio.

Ese es el primer cuento del baño. Pero tengo que contar más cosas sobre aquel lugar tan incógnito, que no aparece en las telenovelas, y que nadie parece aceptar que pasamos una parte considerable de nuestras vidas ahí dentro.

Cuando estaba en una de mis excursiones investigativas (confieso que ya solamente uso el baño de ese extremo, para ver el Empire State y que nunca se me olvide ese hecho), había otra persona (mujer) que iba hacia allá. Como el baño queda en un pequeño corredor, y primero es la puerta del baño de mujeres y después el de hombres, debía esperar a que la mujer que estaba delante de mí entrara al baño, y tal vez preguntarle si desde su baño también se veía el Empire State (me he visto a tentado a entrar y mirar, pero prefiero no armar alborotos por ahora).

Entonces pacientemente esperé a que la señora entrara al baño. Era una señora de casi cincuenta años, de pelo canoso, y tenía falda escocesa. Por favor no me pregunten que hace un personaje de este tipo en un edificio en pleno manhattan. Simplemente piensen en esta señora en la puerta de un baño de mujeres que sirve para 12 oficinas: se detuvo frente a la puerta, tocó dos veces para saber si había alguien adentro, y de pronto abrieron la puerta rápidamente, y la señora se asustó un poco. Pero la persona que estaba saliendo del baño, y que había abierto la puerta de una manera tan brusca, no era parecida a la muñequita dibujada en la puerta, a diferencia de la señora de faldita que sí merecía entrar al baño con todas las de la ley.

Lo que quiero decir es que del baño estaba saliendo un hombre. Algo delicado, pero un hombre! Dijo un simple “excuse me” y salio caminando hacia su oficina sin el más mínimo reparo.

IIHHH! Entonces me quedé elaborando hipótesis rápidas: el tipo no había alcanzado a entrar al de hombres porque se iba a morir de las ganas de entrar, o estaba ocupado el otro baño. La primera no es tan factible, pero al inspeccionar el baño de hombres, estaba completamente desolado, y además tiene dos “puestos”! Es decir, mi vecino de oficina obtiene cierto placer de entrar a los baños de mujeres. No entiendo todavía a esta gente.

Como mi misión por ratificar la vista del Empire State desde el lugar destinado a las excreciones humanas ya estaba por terminarse, decidí comenzar a investigar al hombre extraño del baño.

Preguntas tentativas: por qué entró al baño si el de hombres estaba desocupado? Por qué nunca se pone zapatos? Por qué esta vestido siempre con pantalones blaancos? Por qué tiene un perro hediondo y despelucado que corre por toda su oficina? No le dará cosa que lo cojan? Por qué tiene la voz suave? Por qué nunca saluda cuando uno llega a la oficina (bueno, yo tampoco lo saludo)? Y la pregunta final: Será que es gay?

En este momento se me avalanzarán la mitad de los lectores para decirme que el homosexualismo no es algo raro ni condenable, que el DSM III ya no sirve, que Portuondo es muy viejo, y que soy un racista asqueroso.

Calma. Simplemente estaba haciendo una pregunta que se debía responder con un sí o con un no, o tal vez con un “maso(menos)”. Quería saber si el hombre realmente era un enfermo mental con interés hacia los baños de mujeres (no puedo entender por qué), o si simplemente se sentía más cómodo en este espacio dadas sus inclinaciones sexuales.

Entonces esto me llevó a una serie de preguntas más interesantes: A qué baño debe entrar un gay? A cuál una lesbiana? Será que toca tener entonces cuatro tipos de baños? Qué símbolo sería rápidamente reconocible para los hombres gays y cuál para las mujeres gays, y que no sea ofensivo o discriminatorio? En este momento me doy cuenta de la estupidez de la lucha por la discriminación en este particular evento. Si quisieran destinar baños a quienes tienen inclinaciones sexuales diferentes, porque estas lo han pedido, entonces hay que discriminar, diferenciar, con un símbolo.

Dejo la pregunta para tentativas respuestas, porque el cuento del Empire State y sus consecuencias me dejó cansado, y después de perseguir al señor de orientaciones sexuales desconocidas o intereses patológicos desconocidos también me opacó la vista por un tiempo. Tal vez antes de irme tengamos una respuesta, la publiquemos en un libro y lo titulamos “A qué baño entraría una persona gay?” Toca ver si el término gay es políticamente correcto, o cuál es el que se debe utilizar. De todas maneras, dejemos este tema poco profundo aquí, para pasar al más profundo.

Segundo caso

Caminar por esta ciudad (bien hidratado y con harta plata para comprar cocacolas y mani) es una delicia. Si uno tiene una cachucha mejor, porque el solecito si no se lo aguanta nadie (recuerden, es verano y el concreto de los innumerables edificios retiene el calor más que en otro lugar). Y cuando uno está caminando por cualquier sitio de la isla, va a ver gente caminando por todas partes, en especial en los días entre lunes y viernes, después de las 4 y media. Todos corren para todas partes. Y los fines de semana en times square, todos caminan para todas partes, todos toman fotos de todas las cosas que ven.

Yo ya estoy como acostumbrado, entonces he podido comenzar a mirar más calmadamente (si, todavía con la boca abierta) todo. Hay dos cosas que me impresionan de toda la ciudad: las estatuas y los relojes. Hay en todas partes. Y no es sectorizado, simplemente estan en todas partes. Realmente en esta ciudad los relojes de pulsera sirven de poco o nada, porque simplemente uno busca el reloj de Macys, el de la 34, el digital de Union Square, o cualquiera que haya por ahí. Todo el tiempo nos están dando el tiempo, todo el tiempo quieren que uno sepa qué hora es, si uno va tarde o si va temprano, y si va temprano pues qué bueno porque va a llegar bien al sitio y tal vez les parece puntual, o si llega tarde pues toca apurarle porque es la tercera vez y ya que pena, ala.

Algunos relojes están dañados, y esto me hace pensar que la costumbre de poner relojes en todas partes ha sido perdida. Cuando construyeron la mayoría de los edificios, les pusieron relojes en algun lugar. Así calculo el tiempo que llevo desde la casa hasta la oficina. Miro todos los relojes que hay en el camino (creo que son 12) y voy viendo si voy más temprano que ayer, más tarde que mañana, y si todos los relojes estan bien sincronizados. Es un viaje por el tiempo, o más bien un viaje evidenciado a través del paso del tiempo, porque todos los viajes son por el tiempo, asi sean cercanos a la velocidad de la luz o cerca de una masa muy grande, pero prometí no meterme con la física.

Caigan en cuenta de lo que esto implica: esta ciudad nos está observando con sus relojes. Cortazar tenía razón. Cuando dijo que el reloj era una forma de atarnos a la realidad, y de esclavizarnos a tener que darle cuerda todos los días, solamente hablaba de relojes de pulsera. Pero si hubiera vivido acá se hubiera vuelto loco, y el escrito de instrucciones preliminares para dar cuerda a un reloj se llamarían “advertencias sobre los relojes de Nueva York”. Ya no es necesario comprar un yunquecito con mecanismos ínfimos que cuentan el tiempo, sino que la ciudad los provee. La ciudad nos esclaviza al tiempo. Y yo, feliz. Qué tal!

Este personaje del reloj está por todas partes en esta ciudad. Pero también hay estatuas que contrarresten su poder. Las estatuas están en todas partes, todas miran, todas están haciendo algo. En la estación de policía al lado del Brooklyn Bridge hay una señora dorada que mira desde arriba. Al lado, en City Hall, hay otros manes con batas que parecen pedir justicia por algo. En la calle 41, entre 6ta y 7ma, hay un edificio donde se quedaron unas estatuas ahí sentadas desde la cosntrucción, pero no parecen estar para nada incómodas. Tienen los pies colgados, y estan sonrientes, pero no miran sino para adelante (muy raro, son tres tipos que no se miran el uno al otro, aunque lleven ahí tanto tiempo). En la 42 con 5ta hay leones ahí echados, al parecer cuidando los 6 millones de libros que están en la biblioteca pública de la ciudad, que en sus paredes también tiene una mano de gente ahí mirando. Cuando uno entra a Central park por la esquina suroccidental, está cristóbal colón saludando desde quince metros de altura, simón bolviar en el caballo, y más cerca de la entrada esta un chino en bola mostrando algo, al lado de un tipo gigante echado sobre las piedras de la fuente, en riverside church están personajes históricos (hasta Einstein, un judío en una iglesia católica) todos en piedra, intimidando la entrada. Esto también es particular: Antes de entrar a cualquier iglesia uno ha pasado por la mirada de por lo menos doce personajes en piedra, que parece advertirnos que entramos a un lugar sagrado.

Pero la mejor de las esculturas es la de Grand Central Station. Además de estar al lado de un reloj, es un personaje en movimiento, y dos más que lo miran sentados. Debajo de él está el reloj, dorado, que inevitablemente se roba el show.

Figura 2. Exacto, esta.

Pero no me he explicado. Simplemente el interés por las estatuas y esculturas, en contraposición con los relojes, es porque son completamente contradictorios. Las primeras piden paciencia, tranquilidad, quietud, o por lo menos tratan de equilibrar el imparable movimiento de la ciudad con personas inmóviles, de piedra. Los otros incitan al movimiento, a la atención al tiempo, al paso de las horas y al cumplimiento y la puntualidad. Va tarde, va temprano, va rápido o va despacio. Entonces no he logrado entender cómo pueden convivir relojes y estatuas en un mismo lugar. Si ha sido dificil para los seres humanos convivir, creo que el mejor ejemplo es el de la figura 2, la convivencia entre la quietud y el movimiento, la tranquilidad sublime, clara y el afán desproporcionado, dorado. Es por eso.

Y esto se une perfectamente con los baños, o no? Bueno, cada texto se va por si solo, su autor no tiene nada que decir después de entregarlo. Les dejo el resto a ustedes.

Adios.

Carlos F. Pardo.

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