lunes, febrero 28, 2005

6. La revolución de los sexos

(un poco tarde…)

El susto más chistoso que he presenciado en mi vida fue hace ya casi 15 años. Estábamos en la finca de mi abuelo y casi toda mi familia extensa materna se estaba quedando allí. Como en toda situación familiar de este tipo, había solo un baño para todos los nietos. Esto hacía que, después de alguna comida, todos los primos nos amotináramos en el baño para lavarse los dientes, y después entrábamos en orden al baño.

Claramente, en otros momentos del día el baño no era el gran protagonista y pues podíamos entrar sin problemas. El baño tenía tres puertas y ninguna ventana. Pero tenía una marquesina arriba por donde entraba toda la luz y pues uno a veces no tenía que prender el bombillo que colgaba del techo (de esos que tienen una cadenita pegada para prenderlos). El pequeño espacio de tres puertas era igual que el resto de la finca: puertas rojas, pasadores en lugar de chapas (en puertas de poca importancia), y un sentimiento de soledad que, paradójicamente, nos tranquilizaba.

El día del episodio que estoy contando, Tatín había entrado al baño en una hora de poca afluencia. Por casualidad, Juan David iba a entrar al baño y estaba cerca de la puerta cuando Tatín ya estaba por salir. Ya había abierto las dos puertas con pasadores, e iba a salir por la misma que Juan David quería entrar. Abrió la chapa y se encontró a Juan David (cuerpo grande, cejas gruesas, serio y en frente suyo) y gritó con uno de esos gritos que solo se emiten cuando uno tiene un susto de verdad. La boca se abre pero parece que la lengua traba la mitad del sonido y solamente dejar salir una “a” ahogada, pero muy alta. Como si un tenor hubiera sido pisado por su hermano mayor en la mesa del comedor. “aa!”, pero una a con cara de e, uno de esos sonidos que no se pueden describir.

Pues bien, el susto de Tatín es uno de esos pocos momentos que mi rudimentaria memoria biográfica (que solo almacena dos o tres datos de gran importancia por año) salvó para la posteridad. Creo que lo guardé porque todavía me río cuando me acuerdo de ese día, e inevitablemente la risa se convierte en llanto si me quedo pensando en el hecho unos segundos más.

El susto es como una ventaja adaptativa que ya no debería existir. Es como el estrés: por definición, el estrés es una respuesta adaptativa frente a una situación que se percibe como perjudicial para el sujeto. Y siempre nos dicen “un poquito de estrés no está tan mal, lo malo es el exceso”. En los excesos está todo lo malo, nunca lo olviden: exceso de agua, exceso de sal, exceso de azucar, exceso de alcohol, exceso d peso, exceso de bajo peso, exceso de _____ (nadie mandó la vez pasada opciones, entonces no me ilusiono). Con el susto no pasa lo mismo, el susto es peor de inútil que el estrés (en exceso). Es como un apéndice situacional, que nos sirve cuando estamos frente a un toro (poca probabilidad), un dinosaurio (extintos), un monstruo (inexistentes) o un perro bravo. Claro, siempre están las situaciones que se nos salen de las manos como un terremoto, un huracán o el conocidísimo tsunami. Pero finalmente en esas situaciones uno muy probablemente se va a morir, entonces ya qué importa si uno tiene susto o no.

Por esto es que siempre me ha causado tanta risa el susto de Tatín, porque me hace acordarme de la instensidad con que él solía asustarse por varias cosas: el silencio de un lugar, la oscuridad y la noche. A veces se quedaba en nuestra casa (incluso vacaciones enteras) y me despertaba (o llamaba “ppiiiipeee, maachhhhhtoooo”) cuando ya debíamos estar en el tercer sueño de los cinco que denominan la profunidad total (“estaba en el quinto sueño…”). Yo le preguntaba que pasaba y me decía con voz baja, como en secreto “piiiipee, tengo mieeedooo. Será que prendemos la luz?” Claro, yo era el gran hombre del cuarto, porque yo le llevaba 5 años a el y 2 a Mario, entonces sería el que socorrería en esta situación. Prendía la luz y listo, todo estaba bien porque el ya podía ver debajo de mi cama (si había arreglado su cama en el piso) o el resto del cuarto (si habíamos cambiado y se había quedado en mi cama).

Creo que estos sustos le duraron gran parte de su breve vida, aunque ya los sabía esconder o manejar al final. Pero sí era la persona más asustada que yo conocía, hasta que hace poco me comencé a conocer a mi mismo en situaciones similares, más risibles aún.

Uno de los últimos ejemplos de mi susto fue el que me dio mi vecina. Aunque pocos han oído hablar de ella, tengo una china vecina (una vecina china, si se entiende más fácil), cuyo nombre es Lu Fu o Fu Lu, dependiendo del idioma. Me explico: en chino se dice Fu Lu porque hay de decirlo en orden apellido- nombre, pero en español u otro idioma pues se llama Lu Fu. El caso es que si se le fuera a llamar a comer el almuerzo en la casa, la llamarían “Luuuu”, no “Fuuuu”, porque lo segundo sería como llamar “Pardoooo” en mi casa para que alguien en específico fuera a comer (en esa situación, lo más probable es que yo sienta que es a mi al que me llaman). Entonces vamos a llamar “Lu” a la señorita Lu Fu.

A Lu la conocí por casualidad. Bueno, no tanto por casualidad sino porque es mi vecina, y el día que llegué ella me vio y me saludó. Yo no me acuerdo de eso, pero unos días después ella me saludó en el ascensor de Naciones Unidas y yo no sabía quién era. Bueno, como todo el mundo acá tiene caras parecidas entonces la saludé creyendo que era alguna señora del piso de mi oficina, y listo. Entonces me dijo que si yo era el que vivía en DS House, y me dijo que ella era mi vecina. “Ah, hola”. Me explicó que era la del cuarto 41. Esto es como el chavo del ocho sino que con menos números: “la china del 41, el gafufo del 43, la bruja del 22 (la hija del dueño de la casa), el Indio del 42.” Básicamente, Lu vive en la puerta frente a la mía, y durante dos semanas nunca la ví. Un día de fin de semana, en medio de mi desespero por estar callado tanto tiempo, cogí el teléfono y llame a su extensión (41). No me acordaba del nombre entonces fue como complicado explicar, pero pues finalmente salimos a almorzar algo y después al zoológico (justo antes de que yo fuera a la clínica), porque a esta loca nada le parece interesante y todo le parece aburrido entonces tuve que apelar a su “niña interior”.

Lu vivió aquí el año pasado durante 5 meses, y tiene bastante más experiencia que yo en el tema Bangkok. Por su parte, le parece que la comida es hedionda y que la ciudad es aburrida, y además que todos los templos son iguales. Sus fines de semana los pasa echada viendo televisión en chino (los canales están con subtitulos en chino) y yendo de shopping con las amigas. Entonces, el agua y el aceite son como uña y mugre cuando se comparan con Lu y yo. Que pereza de actitud. Pero bueno, por lo menos me explicó que uno se podía ir en barquito hasta los centros comerciales, y también me mostró dónde podía comprar mercado barato y comida para hacer en microondas (el remplazo de McDonalds, je). En las tres veces que hemos salido a hacer algo (básicamente, la vez del zoológico y otras dos a almorzar y hacer mercado o shopping), me ha explicado cosas sobre el “Asian way of life”, que ella tal vez comprende mejor que yo. Entonces, al igual que Kerati, es una amiga circunstancial. Por fin encontré una definición de un amigo circunstancial: un amigo que, en otras condiciones de vida, no sería un amigo para nada, pero en las actuales condiciones parece como el mejor de los amigos. En Tailandés hay un término para esto: Phyun kin, amigo de comer. Es decir el amigo que solamente está ahí cuando uno le ofrece comida. Entonces Lu se ubica perfectamente en esa categoría: amiga de cuando los dos tenemos hambre y estamos desparchados.

Pero, además de las tres veces que hemos ido a hacer algo, una vez más tuve la oportunidad de verla, aunque me encantaría borrar de mi memoria aquel momento patético. Paso a describir:

Estaba en mi cuarto el jueves pasado y ya eran las 8:20. Había quedado de hablar con Adri por Skype, entonces tenía que salir un poco rápido al cafecito Internet que queda a 20 minutos de la casa. Abrí la puerta y salí, y cuando ya iba a comenzar a bajar las escaleras, volteé hacia el microondas y vi la cosa más espantosa que había visto en mi vida entera: Lu en piyama preparándose la comida.

Creo que en este momento mi respiración se detuvo durante unos segundos y abrí mis ojos. Mi puerta estaba cerrada, pero si hubiera estado abierta yo estaría corriendo de vuelta a mi cuarto y me hubiera botado dentro de la cama, me metería a Internet desde el cuarto y no saldría hasta el otro día. Que susto! No pude gritar porque, en mi caso, el susto era tan grande que mi lengua supo ahogar por completo el ruido de la a y convertirla en una hache.

Después del shock (un segundo que duró milenios en mi cerebro dando vueltas), la saludé y traté de evadir mi mirada de aquella mujer china con un camisón puesto y una tacita con pasta en la mano, recién calentada en el microondas. Bajé las escaleras corriendo como esas ocasiones en que uno cree que un fantasma lo está persiguiendo, y salí despavorido de la casa, con mi corazón palpitando como si un toro llevara persiguiéndome durante 10 minutos.

A salvo por ahora… pero, y el resto de los días? Qué voy a hacer si mi vecina vuelve a estar en piyama haciendo algo por ahí? Y si vuelvo y ella está calentándose otros noodles? Creo que voy a tener que subir con cuidado, me muero donde tenga que revivir semejante episodio.

Afortunadamente, creo que reprimí todo recuerdo de ello hasta hace poco, y cuando volví a la casa no tuve tanto susto de subir. Desde ese día, cuando voy a salir de mi casa miro por el huequito que hay en la puerta y me aseguro de que no haya nadie por ahí que me pueda generar otro desequilibrio como el de aquel jueves en la noche. Después abro la puerta con cuidado y miro en silencio, tratando de percibir cualquier ruido que sugiera que hay alguien cerca. Si no lo oigo, salgo tranquilamente.

Creo que este susto es el estandarte de mi susto por las mujeres en general. Como algunos de ustedes ya recordarán, tengo un problema marcado de pavor hacia el género opuesto, aunque no sé en qué se fundamenta ni es el momento para hacerlo. Creo que esta ciudad tampoco es el lugar apropiado para un personaje como yo, pues las mujeres son particularmente “amigas” de los extranjeros y una conversación con una tailandesa puede convertirse en un atraco, una violación (de ella hacia uno) o cualquier situación que implique ligereza de ropas y/o luces rojas. Cuando fui al PatPong (el sitio donde están todos los bares), creo que cerré los ojos más de tres veces por el susto que me daba ver a las señoras que saludaban coquetamente, y me sentía realmente violado con sus miradas amenazantes. Yo sinceramente no sirvo para estas cosas, creo que por eso es que me gusta tanto andar con Adri: porque ella sabe caopeira y me defiende de las demás mujeres. Además Kundera tenía razón: las mujeres se odian para propagar la especie, entonces mi mejor arma contra las mujeres es otra mujer que me defienda de las fauces de las demás de su extraño género.

La trama continúa. Este susto de Lu en piyama puede ser comparable con el otro que viví en mi oficina durante el transcurso de una mañana. Todos los días llega una señora a vender el desayuno a quienes no desayunaron en su casa. Al principio me pareció una idea bastante conveniente pagar cada día 1200 pesos y recibir frutas y un café de desayuno. Ya no.

Resulta que uno de estos días (no de los primeros, antes de que comprara yogurt) salí a comprar mi desayuno cuando llegó el carrito lleno de viandas mañaneras. De pronto, la cara de la señora que vendía el desayuno se me hizo un poco más ancha y con facciones un poco más fuertes, aunque suavizadas gentilmente con base y con bastante maquillaje. Comencé a dudar de su género, pero me pareció imposible que un hombre se hubiera convertido en mujer y estuviera vendiendo, tan campante, café y galletas en el noveno piso del edificio de Naciones Unidas. Miré la falta, las piernas depiladas, y su chalequito desinflado por ausencia de lo que debería estar en su pecho. En resumen: era un hombre.

Después de lograr este insight, pagué rápidamente al transformer y me devolví a mi computador, un poco mareado. Me volteé y le pregunté a mi secretaria si ese personaje que acababa de entrar a vender cosas trabajaba aquí o si era un/a infiltrado/a. Y entonces? Cómo asi que siempre viene acá a vender desayuno? Nooo, eso no se puede, yo no puedo soportar este tipo de eventos! Un hombre vestido como mujer y no está actuando en teatro? Perdón, pero eso si no es admisible. Las cosas son como son, si uno es hombre pues todo como hombre, y si uno es mujer pues todo como mujer. Pero esto qué es? Bueno, me quedo sin entender.

Para evitar encontrones con este personaje, ahora tengo grandes cantidades de yogurt en mi neverita y milo, además de Corn Flakes y muesli que como todas las mañanas. Pero todavía no me había salvado de su presencia. Resulta que el cuarto piso del edificio tiene una cafetería, y allí he ido a almorzar una que otra vez. Un día supe que allí vendían helado y cogí un helado de chocolate de la neverita que hay en las droguerías. Fui a la caja a pagar y no había nadie porque ya era un poco tarde y no había tanta gente. Me quedé esperando a que llegara una cajera, y preciso llegó el personaje transformer a recibir el pago por el helado. Me sonrío pícaramente y recibió la moneda de 10 Baht Después del breve escalofrío, tuve fuerzas suficientes para entrar al ascensor y volver al edificio para sentarme rápidamente y recuperarme. Ahora no compro el helado en este lugar, sino que bajo hasta el primer piso y camino hasta el otro edificio donde hay un sitiecito donde también venden el mismo helado. Con esto, ya he resuelto el problema del transformer y no me lo he vuelto a encontrar salvo las veces que he ido a almorzar y paso por su caja (pero pago en otra).

El otro día me mandaron un forward con preguntas, y había una que preguntaba yo qué haría si mañana se acabara el mundo. Respondí que me devolvería a Bogotá, pero lo triste de la respuesta es que si realmente mañana fuera el fin del mundo, no alcanzaría a llegar a Bogotá así saliera a la 1 de la mañana. Estaría por el océano Atlántico cuando el mundo se acabara. Ese pensamiento me llenó de tristeza y me hizo llorar un poquito. Pero bueno, si el mundo se acaba el 11 de abril, pues nos toca celebrar mi cumpleaños antes pero juntos, porque (previniendo fines del mundo posteriores), cambié mis vacaciones a Abril 4, voy a Madrid y visito a mi hermana (por si se acaba el mundo) y después llego el 10 a Bogotá y me estoy el último día de la existencia en mi casa, pero me pido que Adri esté conmigo todo el tiempo.

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