domingo, febrero 13, 2005

4. Cuaresma en Nakhon Sawan

4. Cuaresma en nakhon Sawan

Esta semana fue miércoles de ceniza, verdad? Sinceramente yo no tenía ni la más remota idea, sino que hay una señora en mi oficina que es católica y siempre me habla de cosas que yo debería saber, como si acabara de encontrar al gran devoto de occidente. Supe que era católica porque estabamos en un almuerzo y ella me preguntó por mi religión. Le dije que era católico, y sentí que estaba en una de esas situaciones donde uno cree que puede inventarse lo que quiera sobre su religión porque está en medio de una cantidad de gente que no tienen ni idea de Cristo y su historia. Me preguntó que si iba a misa todos los domingos y, comenzando a emocionarme con mi posible ventaja de mentiras creíbles (como cuando un extranejro le pregunta a uno por artesanías muiscas y uno responde con cualquier invento: “si, si, del sur de Colombia, en el Valle…esa figurita es un león mitológico”) le dije que en nuestra religión no somos tan intensos como ellos.

Ella me miró con cara arrugada (esa que es como diciendo “aaah? No creo!”) y me di cuenta que había algo raro. Le seguí afirmando que los católicos no íbamos a misa tanto como los budistas, y ella en ese momento me dijo “esque yo soy católica”. Aaahhh, entonces… vale. Me comenzó a dar un sustico porque me di cuenta que si uno era católico en un país budista, había dos posiblidades: tenía que ser católico de verdad, o un católico inventado. En este caso, mi interlocutora es una católica de verdad. Me contó que el primer sábado de cada mes iban a Ayuthaya a una iglesia católica (el resto de los sábados van a una en Bangkok) y que cargaban a la virgen… alguna virgen (esque no me acuerdo cual) y se devolvían por la noche. Claro, a este plan me voy a pegar cada primer sábado del mes, para volver a mis raíces católicas y también para tener plan en estos días.

Todo esto lo explico para contar que, por cuestiones de calendarios superpuestos, en Tailandia el miércoles de ceniza es un viernes. La razón es un conflicto de calendarios: este miércoles de ceniza coincide con el año nuevo chino. De eso se trata toda esta historia.

Kerati es un amigo circunstancial que conocí en una comida con consultores de transporte, que vive en Tokio pero es tailandés, y al parecer tiene la misma falta de plan que yo y por eso me invita a todas partes. Pero ha sido muy provechosa su compañía porque me ha llevado a conocer la capital antigua y también me ha enseñado a hablar tailandés como toca.

El fin de semana pasado, Kerati había dicho que iba a ir a su ciudad natal. Yo accedí a acompañarlo, pero me dejó con los rulos hechos cuando me llamó el viernes y me dijo que ya no podía ir porque le tocaba trabajar. Vale, tranquilo, igual yo iba a ir al zoológico y al médico porque estaba enfermo, pero esa historia ya la conté.

Pero el miércoles, día del año nuevo chino, Kerati me llamó al celular y me dijo que si quería ir a Chinatown a ver toda la celebración. Vale, chévere, por qué no. Imagino que será lo máximo.

Ese día en clase de Thai, la profesora nos contó que Chinatown iba a estar lleno y que ella, aunque era de ascendencia china (casi toda Tailandia es de familia de ojo rasgado), no iba a asistir. Pero que era lo máximo… Bueno, igual pues tocará ir porque en Bogotá no hay chinatown ni tampoco año nuevo chino. Además, pues toca reemplazar el miércoles de ceniza con algo, no? Entonces salí de mi clase de Thai para ponerme la camisa roja (el rojo es super importante para los chinos, y en el año nuevo hay que tener camisa roja para la buena suerte) y esperar la llamada de Kerati, que me había dicho que pasaba por mi casa a las 6:30.

6:35. Este imbécil ni llega ni llama. Me sentía nuevamente traicionado por el pesado itinerario de mi compañero de desparche. Sentado en mi cama esperando que me llamara, con la camisa roja de bicicletas, supuse que ya no habría año nuevo chino que ver, y lo iba a reemplazar por una comida en McDonalds.

Sali caminando de mi casa, cabizbajo y pensando “no tengo amigos, y el único imbécil que se aproxima a esta categoría se corre de los planes”. Salí por la callecita de la casa y sonó el teléfono. Kerati! Ah, vale, tengo que llegar a la estación central de Bangkok, donde salen los trenes para el norte. Listo, Kuaaaa Lampoooon. Me hizo repetir el nombre tres veces para ver si lo pronunciaba bien, y quedé listo para emprender el viaje. Cogí un tuk tuk y le pronuncié el lugar, a lo que el conducto respondió lentamente y mirando al piso “Kuaaa Lamphoooon, chai chai, hasip baaaht”. Cincuenta baht! Ni loco, man! Cuarenta… bueno, cuarenta pues, móntese.

Llegué a la estación y era inmensa. No había forma de llamar a este man porque había cogido el metro y ahí no entra el celular. Esperé durante media hora hasta que por fin me llamó y me dijo que ya estaba llegando. Vale, cogimos un taxi y llegamos a un sitio donde había un trancón inmenso. Nos bajamos del taxi.

Mi emoción era algo intensa, pues realmente esperaba ver un espectáculo largo e impresionante. Al bajarnos del taxi se oía la pólvora y las personas hablando por parlantes, y las calles estaban llenas de gente con camisas rojas por todas partes. Vendían unos dragoncitos con tambores incluidos para celebrar, y seguimos caminando para encontrar el espectáculo central.

Llegamos a un lugar infestado de gente donde sonaban cientos de canciones y personas hablando de cosas en chino y tailandés. Era como ir a un bazar gigantesco donde nadie sabe a que va ni de dónde viene y tratan de comprender lo que está pasando por todas partes pero puede entender nada porque el de al lado habla de una cosa y el de atrás empuja para otro lado. Realmente, el año nuevo chino en Bangkok se convierte en un tumulto de gente caminando por las calles y buscando comida entre los chuzos que hay en la calle. Otra vez se ven los mantis fritos, las cucarachas, y una que otra sopa de intestinos de marrano o cangrejos vivos que uno escoge para que se los preparen en una olla de agua (u otra sustancia líquida). Kerati tenía ganas de comer algo típico, pero yo acababa de llegar donde la enfermera de Naciones Unidas (creo que me voy a volver en el mejor amigo de ellos) que me había dicho que mi estómago no estaba de acuerdo con la comida tailandesa, y que tenía que comer Burger King (el sistema médico de este país es lo máximo, le dicen a uno lo que uno quiere oir!). Entonces le dije a mi acompañante que podíamos ir a un sitio de esos asquerosos y yo lo veía comer (como dice a veces mi papá), pero que después yo buscaba otro sitio de comida más occidental (es chistoso que la comida se divide en oriental y occidental, y la occidental se divide en europea y McDonalds). En medio de la desesperación, Kerati prefirió ser buen anfitrión e ir conmigo a un sitio de comida “europea- occidental”. Entonces seguimos caminando entre el tumulto cada vez más denso, y pasábamos al lado de comida que parecía por molestar, como si uno estuviera en una casa de miedo y hubiera brujas preparando ollas gigantescas con caldo de ojos de gato (realmente son unas bolitas de cerdo, pero parecen ojos). A Kerati se le iban los ojos y me preguntaba “you sure you don’t want…” y sugería cosas que yo no imaginaba que se pudieran mezclar en un plato.

De pronto, vi un aviso que decía “grill” y, para mi asombro, un montón de pinchos de carne, con tomate y pimentón y cebolla, preparándose en la calle. Casi lloro de la emoción, porque había encontrado algo con lo que mi estómago estaría de acuerdo y que no moriría de hambre esa noche. Abrí los ojos y le dije a Kerati que yo quería eso. El me miró con una cara de “usted no puede estar hablando en serio. Estamos en Tailandia, en el festival del año nuevo chino, y usted quiere comer pinchos?” Jeje, pues si. No dizque estamos en la globalización? No dizque queremos echarnos de cabeza en las aguas de lo intercultural? Ah bueno, entonces qué tiene de raro comer pinchos de carne en el Chinatown de Bangkok, un colombiano y un chino-tailandés? Solo falta que nos estuviera acompañando un gay islandés socialista y la situación genera un corto circuito en la realidad, porque no puede haber tantas incoherencias en un solo momento y lugar. Por lo pronto, pedimos el pincho y esperamos mientras el resto de la gente pasaba comiendo pescado ensartado y sopa de verduras.

Después de la extraña situación del pincho, seguimos caminando hasta un punto en el que no podíamos movernos para ningún lado. Un joven tailandés gritaba frases incomprensibles (bueno, es que era tailandés) y señalaba para adelante y para atrás. Le pregunté a mi traductor, y me dijo “no, esque la princesa está más adelante y por eso es el tumulto, entonces el tipo dice que nos quedemos acá o que nos devolvamos”. Pues nos devolvemos, porque realmente no creo que vayamos a ver a la bendita princesa, y si la vemos será como ver un puntito blanco que mueve la mano y saluda mientras todos gritan. Al tratar de dar la vuelta, me di cuenta que la mitad de la gente que estaba allí era extranjera, y que los gritos del muchacho solamente llegaban a la mitad de la población (que querían ver a la princesa y se quedaban allí), mientras que el resto trataba de seguir avanzando aunque les estuvieran advirtiendo (en un idioma que ellos no conocían) que era imposible moverse un paso.

La idea de todo esto era ver un tal dragón gigantesco que debía pasearse por las calles y entrar a bendecir los almacenes. Pero en este tumulto era imposible que un dragón pudiera transitar, entonces tuvimos que salir a buscarlo a otro lugar. Por fin, encontramos a una especie de lagartija compuesta por 10 seres humanos que la cargaban, algo flácida y desnutrida, que decíase era un dragón. Teníamos que meter plata en su boca para que nos diera buena suerte, y ese era el fin de la sesión.

Ahí nos devolvimos. Me quedé pensando que si eso era un año nuevo chino, que no entendía por qué tenían que hacerle tanta bulla, no era nada raro, y ese dragón no era como el que muestran en las películas y en las propagandas, sino era una chanda! Ah, debí haberme quedado en la casa… me bajé del taxi y me fui a dormir a mi casa temprano, desilusionado.

Antes de bajarme del taxi, Kerati me había dicho que el tal vez iba a su ciudad natal en el fin de semana, y me preguntó si yo quería ir. “Si, claro, para que me deje plantado otra vez, idiota”. Me dijo que esta vez si era en serio, pero que de todas maneras me llamaba a confirmar el viernes por si acaso. Bueno, pues, será creerle.
El viernes era el miércoles de ceniza. Qué frase tan rara. Entonces la señora de mi oficina, la leal católica, me había invitado a la misa de la noche para que me pusieran la cruz en la frente. Listo, rico, cualquier cosa es bienvenida, como siempre. Ya estaba planeando mi fin de semana y tenía pensado ir a otro templo gigante que hay cruzando el río, porque Kerati no había llamado. A veces me siento como una mujer con un mal novio: “claro, usted siempre llegando tarde y quedándose en el trabajo, y yo aquí, como una imbécil, plantada esperándolooooo". Pero esta vez, el mal novio apareció: por la tarde, Kerati me llamó y me dijo que iba a salir ese mismo día, y que si yo podía llegar a su hotel a las 7:30 de la noche para arrancar desde allá. “Bueno pues, será no ir a la misa de mi religión por acompañarlo a usted a su capricho… después no diga que no lo acompaño a sus cosaaaas”. Decliné la invitación a la misa y la cruz gris en mi frente, y alisté las maletas para irme a Nakhon Sawan, sin siquiera saber por qué iba a ese lugar. Pero pues era un plan y duraba todo el fin de semana, además iba a conocer. Vale.

Por fin, terminamos saliendo de Bangkok a eso de las 9 de la noche, y llegamos a la bendita ciudad natal de Kerati a las 12 de la noche. Todo el mundo seguía en la calle, y Kerati me dijo que era porque aquí todavía seguían celebrando el año nuevo y que duraba hasta el sábado.

No jodás! Otra vez esta pendejada, el tumulto de gente y el dragón desnutrido? Qué planes tan estúpidos los de este man… en ese momento me quería devolver en el primer barquito que viera, pero a esa hora ya no viajan porque de noche es muy peligroso, entonces me tocó quedarme esperando a aguantarme otra vez el espiche del miércoles, esta vez durante todo el sábado.

Al día siguiente, después de dormir en una cama con cobijas de Winnie pooh y almohadas de Disney, en un cuarto lleno de libritos de star trek y Tiggers, piglets y más winnie poohs (el cuarto de Kerati, él se quedó a dormir en el de su hermana), me levanté para ir a la celebración, esperando lo peor.

Por fortuna, esta ciudad es la más grande “colonia” china de Tailandia. Pero cuando llegamos, aunque estaba lleno de gente, se podía ver lo que estaba pasando y el dragón era como el de las películas! Explico todo mejor:

El evento, subisidiado completamente por la comunidad china, consiste en que dragones, tigres y otros personajes de la mitolología china se pasean por las tiendas de la ciudad haciendo espectáculos. Por su parte, los dueños de las tiendas deben preparar sobres con billetes para entregarle a todos y cada uno de los pobres personajes disfrazados (en ese calor, sudando como caballos) uno de ellos. Todo lo que recolectan lo entregan al templo del sector, y con eso subsisten cada año.

El espectáculo central del evento es el dragón gigante, cargado por cincuenta personas y bailando y brincando por todas partes. Cada 300 o 400 metros, se detiene para hacer un show: elevan un poste de 30 metros donde se montan 7 personas y suben el dragón hasta la parte de arriba. Desde ahí, siguen bailando y el dragón subsiste gracias al esfuerzo de estos personajes. Segundos después de que el gigantesco animal se ha incorporado en el poste, se ve otro de ellos elevándose como una catapulta y con una sola persona en la punta: es el guerrero que va a atacar al dragón. Comienza una pelea en el sexto piso del barrio: el dragón escupe agua por su boca y el guerrero pelea con un palo azul que realmente no sirve para nada, mientras abajo todos aplauden y los tambores suenan para darle ambientación al espectáculo. El guerrero baja de repente, y sube un guerrero 10 años más joven para seguir peleando con el dragón. Después de este turno, cambian al guerrero y ahora sube un muchachito de 12 años a luchar con el animal, para finalizar la batalla (no porque alguno se muera, sino porque ya es hora de bajar y de continuar con la procesión).

Entre todos estos sucesos, pasaba un carro con una olla llena de agua bendita y una señora nos echaba agua en la cabeza para bendecirnos. Después de un rato, llegaba un señor con un cubo rojo como de cera y todo el mundo se arrodillaba en el piso (yo tenía que actuar como el resto, entonces para el piso). De pronto el tipo comenzó a mojar el cubo en un agua extraña y le pegaba con el cubo a la gente en la frente. Carajo, trepanaciones! Bueno, finalmente no era tan grave: era como un miércoles de ceniza porque todos quedábamos con la frente roja y nos parecía super normal. Entonces me imaginé que era la cruz gris y me dejé golpear en la frente para quedar con una mancha roja que simbolizara algo (Kerati tampoco tenía ni idea lo que eso quiere decir).

En medio de todo esto también había pólvora que prendían cada diez minutos. Cada vez que iban a prender una cuerda de estas, le hacían señas a todos para que se quitaran. En una de estas ocasiones, hicieron señas y todos se quitaron, y comenzó a sonar la pólvora. Pero, como una perfecta situación de Murphy, un ciego estaba pasando por ahí y casi le da un ataque cardíaco. Tuvieron que socorrerlo y dejarlo dentro de una tienda, donde respiraba con dificultad.

Después del dragón, todo el festival se termina y justo detrás vienen los carros de bomberos (por si alguien se quema con la pólvora) y los del aseo. Limpian las calles y vuelven los carros. Veinte minutos después, la gente camina como si nada… es super raro, como si no hubiera habido una celebración de año nuevo. Yo comparaba con un año nuevo en Bogotá, donde la gente se queda dormida durante el día siguiente y no quieren saber nada por el guayabo tan terrible… raro.

Después de todo esto, los papás de Kerati nos invitaron a comer y todo volvió a la normalidad. Como siempre, me dormí temprano porque prefiero quedarme pensando en español a estar oyendo personas hablar en Thai, y ahora estoy al otro día escribiendo esto en el patiecito de la casa, esperando a llegar a Bangkok otra vez porque estoy desesperado del calor y en esta ciudad no hay nada que hacer. Con todo, logré escribir este correo más coherentemente de cómo comencé (llevo dos horas recortando y pegando para ver si hay alguna forma de explicar el cuento).

No hay comentarios.: