domingo, febrero 20, 2005

5. Un colombiano en Bangkok

Antes que nada, tengo que anotar que el título de este correo inicialmente fue “un Colombiano en Nueva York”. Hay dos explicaciones probables. La primera es que realmente es una variación de una canción (Englishman in New York). Aunque este no es el caso (ya quisiera yo estar otra vez en Nueva York, aunque la nacionalidad no me molesta tanto), tengo que admitir que sí hay algo personal que influyó al escribirlo. Como algunos saben, este ejercicio de escritura semanal realmente son un clon de la experiencia de Nueva York en el 2003. Tal vez por ahí se fue el título (siempre tengo parte de mi vida pegada a esa ciudad)

No obstante, siento la necesidad de explicarme mejor. Yo tengo una debilidad que me ha hecho aceptar todas estas locuras de irme a cualquier sitio que me ofrezcan: conocer las ciudades. Realmente cuando me dijeron Bangkok no estaba pensando en nada, solamente que era una ciudad y que se conocía por los trancones. Mi idea de la ciudad era levísima (tanto que incluso pensé que era en China, sin decir mentiras), pero sí me interesó desde que me dijeron que existía la remotísima posibilidad de venir a trabajar acá.

Qué tienen las ciudades? Creo que lo principal es la velocidad, seguida de la estimulación excesiva y tal vez la desviación de carácter del ser humano en estos lugares. Si me preguntan a mí, las personas no son las mismas en las ciudades, pierden algo y crean algo, se convierten en otro animal que ahora cambia su rutina para ubicarse en los espacios cuadrados y fríos (bueno, no tanto en este caso) que han surgido desde hace unos años.

La idea de una ciudad “occidental” me ha parecido particularmente interesante en este lugar. Carros a la izquierda por influencia inglesa, algunos palacios con tapete por influencia occidental en general y avenidas que terminaron de salirse de las manos de todos. Por ejemplo, al lado de mi casa (cuando digo al lado me refiero a una distancia de 100 metros) hay un 7-eleven donde compro los yogurts para desayunar. Cuando el semáforo está en verde (para mí), voy y vuelvo en 8 minutos. Cuando el semáforo está en rojo, tengo que agregar 15 a 17 minutos más para esperar todas las fases del ilustre aparato que guía nuestro movimiento en la urbe. Todo porque a los jefes de la ciudad les parece que es mejor que los semáforos no sean automáticos sino que los policías de tránsito los manejen desde una casetita que hay en frente. Estos individuos (que no han estudiado ingeniería de tránsito pero sí tienen una alta carga de ego transitístico que los hace creer que saben cómo deben hacer para mover a las personas eficientemente) les gusta hacer dos cosas: la primera, dejar los semáforos sin cambiar durante 5 minutos para cada lado (en un cruce de 4 sentidos, quiere decir que, en un mal momento, hay que esperar 15 minutos para que cambie el sentido del semáforo en el que uno está manejando). Pero este es el mejor de los casos, porque por lo menos los policías están asistidos por el aparato hasta cierto punto.

La segunda idea que tienen los policías para darle mayor eficiencia al tránsito es la siguiente: apagar los semáforos. Tal cual, apagan el semáforo y se paran en el cruce para hacer mover a los carros. La persona que no me crea puede pedirme que le mande fotos, porque es en serio y además a nadie le importa.

Se lograrán imaginar mi ira cuando, con la simple intención de ir a comprar una bebida láctea que odio pero que sé que es de lo poco que puedo comer para no vomitarme en segundos, tengo que esperar durante 20 minutos para que el idiota vestido de azul oscuro le de por cambiar las luces cada año. Esto no es lo peor. Lo peor es si hay fila en el 7eleven, porque al volver tengo que esperar otra vez a que cambien todos los semáforos, sumando a unos 35 minutos de espera para simple y llanamente engullir esa cochinada y seguir con corn flakes, milo y ocasionalmente una ensaladita de frutas que venden en la oficina.

Bueno, gracias por dejarme desahogar. Debo anotar que tuve una mejor idea para solucionar esto: ya que no hay ningún otro sitio cerca además del 7eleven (por lo menos no hay un sitio antes del semáforo para ninguno de los dos lados), voy solamente dos veces por semana y saco 3 o 4 tarritos para no tener que volver la siguiente mañana. El esfuerzo por hacer que los tarros lleguen de la nevera a la caja registradora es considerable, ya que no hay canastita para llevarlos y, después de que los tengo en las dos manos (uno a veces debería tener tres), siempre hay alguien parado en alguno de los angostos corredores por los que hay que pasar. En este caso, tengo que acordarme cómo se dice “perdón” en thai. Nunca lo logro, me equivoco y digo “hola” y la gente queda algo desubicada, pero después caen en cuenta que soy un extranjero y que a uno siempre le parece difícil ese idioma, pobrecito y sonríen.

Esta ciudad es la perfecta demostración de que Tailandia es un país eminentemente turístico. En la zona donde yo vivo (Ratakosin, pero eso es como largo de explicar), parece que se quedan todos los extranjeros mochileros en una callecita peatonal que se llama Khao San (“el arroz feliz”, creo). Entonces, de cada 5 personas que pasan caminando por el andén, por lo menos 3 son extranjeros. Los que están en los carros son tailandeses (les encanta estar en esos trancones, yo de verdad no entiendo), y los que están en los tuc tucs (el pequeño mototaxi, el vehículo más peligroso del mundo) son extranjeros o una familia de 7 personas que se espicha en un espacio para dos. Aunque es más pintoresco cuando van en las motos: papá, mamá, chino mayor atrás, chino del medio entre los dos papás y, en los casos de mayor extensión familiar, el niño de 2 años sobre el volante (otra vez, si no me creen pidan fotos).

Los extranjeros que hay aquí son de dos procedencias, principalmente: Australia y Europa. Muy pocos latinos, algunos gringos y uno que otro Indio. De los indios (minúscula) hablamos después. Pero los extranjeros también se subdividen: los mochileros: la niña sin lavarse el pelo y con falda, y alguna cosa de lana es indispensable, y el joven sin afeitarse (sin lavarse el pelo tampoco), con pantalones de algodón y también con algo de lana en su atuendo. La segunda subdivisión son los viejitos, que siempre toman fotos de cualquier tailandés que se aparezca y los hacen posar. Por ahí hay categorías compuestas por grupos muy pequeños que podemos encajar dentro de la amplia categoría de “otros”: el colombiano que trabaja en Naciones Unidas y nadie entiende cómo paró aquí, el australiano desocupado que viene a estafar y los chinos, indonesios, Indios, etc (esta categorización está como repetitiva, pero bueno, después trataré de darle más forma. Hoy es domingo y no quiero pensar tanto en categorías).

Creo que hay algo que distingue a los turistas de los “residentes temporales” como yo: por un lado, los turistas son super confiados y caminan por cualquier parte sin creer que es peligroso, y por otro le creen a cualquiera lo que le digan. “Si, sigue por esta calle y llegas a un lugar super lindo, ya verás.” Y ellos van. En cambio, los que estamos aquí por un tiempo más prolongado tenemos un poco más de instinto de supervivencia y no tragamos entero. O tal vez soy solo yo, o tal vez es que aquí en sus países no hay casi ladrones.

Ladrones: a veces uno extraña al muchacho que mira detenidamente a alguien para examinar sus movimientos y posteriormente atracarlo. Hay que imaginarse a los ladrones y describirlos con detalle, porque uno de ellos va a ser importante durante el resto de este cuento: chaqueta elite o similar negra con naranja o similar verde con naranja. Un poco de bigote como el que me dejé crecer hace unos meses (incipiente, tres pelos en cada lado), pelo grasoso, ojos un poco rojos porque tomaron alcohol esta mañana y aliento fuerte (por no desayunar, fumar hace unos minutos y acabarse de levantar). La voz es un ingrediente fundamental: grave, pero no grave porque nacieron así sino porque la cultura los moldeó para hablar con la voz baja. Además, sus frases siempre empiezan con “uyy” o “tan” y terminan con una risita: Además se refieren a los demás con su nombre precedido de un artículo: “el Carlos”, “el Edison”, “el Güilian”, etc.

Nuestro ladrón (hay que inventarse un ladrón para esto) se llama Arturo. Llegó a Tailandia porque ahorró lo suficiente en España y ya lo estaban buscando demasiado entonces quería cambiar de ambiente. Además, el pasaje a Tailandia era super barato y pues rico ir a Japón, no?

Arturo se bajó del avión y percibió el calor sofocante en la breve caminata del avión a la sala de equipajes, por lo que se apresuró a quitarse su chaqueta élite. Primera vez en cinco años se la quita, su mamá le decía en Bogotá que gracias a Dios se bañaba porque si no fuera por eso ya se le hubiera pegado a la piel, “esa cosa inmunda que ni siquiera deja lavar, hola” (el siempre responde a este reclamo con el siguiente argumento: la chaqueta no se ensucia porque es de un material sintético que la hace impermeable al mugre).

Pues tocó quitársela porque este calor si no se lo aguanta es nadie. Después de pasar por inmigración y coger su maleta, llegó a la ciudad a buscar qué se podría llevar de los demás. En los aeropuertos es imposible porque ahí si todo el mundo cree que le van a robar hasta la camisa, y prefirió no perder tiempo allá.

Hay que hacer una pausa explicativa: los templos. En la entrada de todos los templos budistas hay una repisa. Al lado de la repisa, un aviso: please dress politely… vistase con decencia? Uno se empelota para entrar a los templos? Y en ese caso, además hay que tener cuidado con la forma como uno se viste? No entiendo. Ah, después entendí: hay que vestirse BIEN, ni escotes ni pantalonetas ni esqueletos ni ombligueras… Al lado del aviso de la orden para vestirse (o para llegar vestido) está otro en thai y en inglés: please take off your shoes. Claro, para entrar a los templos (al igual que para entrar a las casas de tailandeses) hay que quitarse los zapatos.


Con esta advertencia, por favor tengan en cuenta que cuando vengan a Tailandia tienen que traer chanclas de piscina (esas que suenan tac, tac cuando uno camina y que se meten entre el dedo gordo y el del lado, que duelen los pies después de cinco segundos de usarlas y que la gente sigue empeñada en afirmar que sirven para caminar). Básicamente las tienen que tener por pereza: cada siete minutos van a tener que quitarselas: please take off your shoes es algo que se lee más de lo aguantable. Una vez, en un templo de Ayyuthaya, me desesperé hasta tal punto que entré al primer templo y caminé el resto del tour descalzo, para no tener que quitarme las sandalias (maravilloso invento, por cierto, pero no son para estar quitándoselas cada dos segundos). Entonces, si así funciona la regla de los zapatos, por favor imagínense la entrada de un templo: escaleras llenas de zapatos, entradas llenas de zapatos, repisas llenas de zapatos: una zapatería!

Algún día se me ocurrió que aquí no funcionan algunas moralejas. Particularmente (y para el caso concreto del que estamos hablando), no funciona la moraleja de los dos vendedores de zapatos. Para los que no se acuerdan, los dos son enviados a una ciudad donde deben decidir si se podrían vender zapatos o no. En el cuento original, nadie en la ciudad usa zapatos y cada vendedor tiene una idea distinta: uno (el pesimista) dice que no se pueden vender porque nadie los usa. El otro (el optimista, gran vendedor, Og Mandino, exitoso, el ratón pilo, etc) dice que se pueden vender porque nadie los usa. Claro! La misma razón pero dos puntos de vista! El vaso está medio lleno o medio vacío, todo depende de cómo lo veas! Vamos, campeón. Que asco.

Mi idea era que enviaran a los vendedores a Bangkok. Qué dirían? Mi hipótesis es que los dos se quedarían pensando y después se reúnen en secreto: “Bueno, usted qué dice, ni idea. Yo solamente sabía qué hacer en las situaciones extremas… nadie los usa o todos los usan… y ahora? Será que decimos que nadie usaba zapatos? Así todos quedan felices, no? Igual sabemos que esa es la mejor manera de dar la moraleja y así se vende mejor el libro. Entonces hagamos una cosa: yo digo que no se puede y usted dice que sí se puede, listo, pero los dos decimos que porque nadie los usa. Eso… ah, no nos hemos visto, no? Listo chao.”

Claramente, estos vendedores no se parecen en nada a Arturo. Él goza (padece, no sé cual poner) de lo que algunos llaman la “malicia indígena” (término horrible pero bastante útil para varias conversaciones y explicaciones del estilo de vida latinoamericano y colombiano). El cambia las reglas del juego de “todos con zapatos” o “todos sin zapatos”, puede elaborar formas de evadir respuestas, pagos, entradas, filas largas, requisitos, visas, etc. El es el dueño y señor de la perspicacia, y además es ladrón.

Arturo sería entonces nuestro héroe de la moraleja. En el caso de Bangkok, donde los zapatos los usan pero no los usan, Arturo encuentra la moraleja perfecta: si la gente no usa los zapatos, pues quíteselos y lléveselos al que más los necesita. Una especie de Robin Hood con ánimo de lucro, porque en este caso va a tomar algo de quien lo tiene y lo va a entregar a quien no lo tiene, pero a cambio de una tarifa. En términos sencillos, es un ladrón que vende cosas usadas.

Después de dos días de estadía en esta ciudad, Arturo encuentra la mejor forma de ganarse la vida: robar zapatos. Camina por toda la ciudad con una maleta donde mete los zapatos de cada templo. Según Adri, las maletas son lo que distingue al ladrón del no ladrón, porque el ladrón nunca las usa- claro, tiene que correr y meterse por todas partes, por lo que una maleta sería super incómoda. Pero en este caso pues no hay manera de entrar a un templo con un par de zapatos y salir con 14 en las manos… “ah, esque los de mi grupo ya salieron pero dejaron los zapatos y me llamaron para que se los llevara… en serio en serio.”

Arturo se vuelve el rey de la importación de los zapatos europeos (en Tailandia) a Colombia, y sus secuaces en Bogotá se vuelven millonarios lavando zapatos (literalmente lavándolos, porque llegan sucios y con pecueca y hay que dejarlos limpios para cuando los lleven a sandandresito). Por su parte, las autoridades de turismo tailandés comienzan a ver que hay una creciente inmigración de colombianos con chaquetas negras y naranja, verdes y naranja, sin maletas (esas las compran allá) y ojos un poco rojos. El olor de la ciudad ha cambiado un poco con su aliento y los turistas comienzan a sentir que hay algo raro, que hay un aire de desconfianza en los policías de la entrada de los templos. Un aire a aguardiente eructado.

Olvidemos toda esta hipotética y extraña situación y volvamos a la normalidad: Arturo sigue en España y no se ha quitado su chaqueta elite, y todos siguen entrando a los templos y encuentran los zapatos a su salida (no obstante, yo lo pensaría dos veces antes de comprar un par de “pisos” en sanandresito, y más si son de tallas grandes). Pero no todo está a salvo porque yo sigo aquí. Me explico antes de que se asusten: resulta que yo, al ser colombiano, he aprendido un poco de la malicia indígena y la puedo utilizar de vez en cuando. Tranquilos, no tengo un closet lleno de zapatos y sigo pagando por mis cosas. Aunque a veces me doy cuenta que uno sí podría ahorrarse mucha plata en estos sitios.

Por ejemplo, para entrar a los templos sin pagar, solamente hay que ir temprano y entrar por la salida como si estuvieran perdidos. Así, es como si se hubieran devuelto por algo. Otra manera es entrar por la puerta de adelante pero caminar despacio y pasar derecho, evitando tener en su campo de visión el aviso que dice “pague entrada”. Así, no pagan entrada. Sencillo.

Debo admitir que esto lo he hecho varias veces, pero al final siempre me arrepiento y pago la boleta antes de salir. Esto es chistoso porque la gente de la taquilla se queda despistada: ven a un muchacho caminando rápido que paga y…sale! Raro, no? Pero bueno, igual les pagué y todos quedaron felices. Ah, admito también que lo hago porque a los tailandeses les sale gratis la entrada (si alguno de ustedes parece tailandés, puede entrar fresco por la entrada de tailandeses y decir sawatdii krab y listo), y yo no soy turista ni tailandés pero en ese caso no estoy aquí de paseo por una semana. Bueno, pero igual SI PAGO EN TODOS LOS TEMPLOS.

Este caso de robo es en el que uno es el que lo causa. Pero en otros, la malicia indígena sirve para prevenirlo. En el día de ayer, yo salía del 7eleven con mi bolsita con tres yogurts y una sprite. De pronto alguien sentado al lado de un cajero electrónico me dice “do you know english?” Yes…pero, al lado de un cajero… Bueno. Veamos que quiere. Solamente una llamada… perdió toda su plata en una playa porque una tailandesa con la que durmió se lo robó todo. Es inglés (tiene acento australiano que se nota a leguas)… le dejo llamar del celular porque tengo una tarjeta de llamada con la que cuesta 120 pesos la llamada a Europa (y 2,000 a Bogotá!). Marca y habla con alguien durante 15 segundos. “si, que mi mamá ya está haciendo las vueltas. Pero esque sabe qué, estoy sin un peso y necesito a alguien que me ayude con mi mastercard. Usted conoce mastercard?” En este momento hay un tema de plata y me pongo mosca de inmediato.

A ver man: Soy colombiano. Tener esa nacionalidad quiere decir que recibo 21 correos al mes con descripciones detalladas de distintas formas de atracos, asesinatos, robos, estafas, personas haciéndose pasar por otras, personas vendiendo órganos, personas que dicen ser ciegas, y cosas por el estilo. Para complementarlo, nuestras madres (y las de nuestra novia, amigos, etc) siempre nos están dando a conocer la forma como atracaron (violaron, mataron) a la hija de la prima de la amiga de alguien. Además, en las calles pasan personas entregando papeles que dicen que son sordomudos, y cuando no están mirando responden a los pitos del carro (sordos! Oyen pitos!). Con estas características, no podemos hacer parte de una situación con un desconocido sin dejar de pensar que hay varias formas como nos pueden estar mintiendo, y si nos mencionan plata o algo parecido es que son ladrones. Además! Usted tiene acento australiano y dice ser inglés, y no está pálido aunque supuestamente no ha comido. Y quiere que le ayude con su tarjeta de crédito? Paapá, yo nací ayer pero no anoche!

El párrafo anterior fue un pensamiento que duró un segundo, después del cual le dije “no, sabe qué, más bien vaya a la policía porque yo no le puedo ayudar.” De inmediato caminé rápidamente al cruce y me dispuse a cruzar. Rojo. Rojo Rojo ROJO. Ah, 15 minutos aquí con un estafador en frente que puede tener un cuchillo y asesinarme por no dejarme estafar, o puede estar llamando a sus secuaces para que me agarren y me metan en un carro (pero con estos trancones? No creo). Me volteé y lo vi caminar hacia mi, pasó al lado, se despidió y siguió caminando hacia otro lugar, como pensando “este no se la comió…”

El hombre encontró al que no era. No sabe que yo no soy turista y que, para completar, soy latino. Si fuera turista, tal vez le creo porque estaría pensando que aquí todo es verdad y nada es peligroso. Y si fuera un turista europeo, pues peor.

Hay un tipo de turistas que no mencioné deliberadamente, o que no los expliqué por completo. Los viejitos que toman fotos. Estos se subdividen a su vez en dos: los que tienen esposa viejita y los que tienen chica tailandesa. Los segundos se ven por todas partes, son personas que aparentemente dijeron en la casa “necesito tiempo para encontrarme a mí mismo. Me voy para Tailandia y solo”. Creo que lo que querían decir era “necesito encontrar a alguien y que nadie se de cuenta que lo estoy haciendo. Me voy para Tailandia y solo.” Las damas de compañía de estos señores están dispuestas a acompañarlos a los templos (que habrán visto mil veces con mil viejitos más), a acompañarlos a los centros comerciales para que les compren muebles (lo juro, pero de eso sí no tengo fotos), y a hacer cosas que no me constan y que no me gustaría describir en un correo que tal vez pueda leer alguno de mis futuros hijos (no tenemos ni hay alguno encargado, tranquilos, el matrimonio se basa en amor único y verdadero, no en el afán de adelantarnos a una barriga desproporcionada. Además, hagan cuentas y después vean a Adri, está más flaca que nunca).

Volvamos al tema, los viejitos con moza tailandesa. Pues que hagan lo que se les de la gana. Ellos finalmente sabrán que quieren y pues se morirán en poco tiempo entonces tocará dejarlos, últimos deseos y todo eso, aunque yo no haría lo mismo.

Pero los viejitos con su esposa son lo máximo. Van caminando despacio porque saben que este es tal vez una de las últimas oportunidades de ver cosas raras y de conocer sitios lejanos. Se toman todo el tiempo del mundo para conocer, aprender y entender la cultura tailandesa, y pueden demorarse el día entero en un templo que normalmente se visita por completo en media hora. Llevan una cámara digital que no saben usar bien pero pues finalmente saben que hay que espichar como en todas las cámaras y que después el nieto les revelará ese rollo de 200 fotos en el computador. Esperan a su esposa cuando caminan, ella los espera a ellos, siempre se quedan mirando las estatuas de los templos y no sudan casi porque siempre van de blanco y se echaron medio tarro de bloqueador, además de tener puesto un gorrito blanco de pescador. En una palabra, son tiernos.

Estos viejitos dijeron en sus casas “no se preocupen, vamos a Tailandia pero con guías y en buses con aire acondicionado. Vamos a estar bien y solamente es una semana, además nunca nos hemos dado un lujo como estos”. Después de tres días de tour, algunos de ellos se aburren del guía y salen a caminar por ahí. Se encuentran con el estúpido australiano que les cuenta el cuento. Le creen todo y sienten que es como un hijo o como un nieto (el proteccionismo de las personas incrementa exponencialmente con cada generación que se agrega debajo de ellos). Le dicen que tranquilo, que ellos le ayudan. Qué necesita? Pues si, yo tengo tarjeta de crédito, pero no entiendo para qué la necesita. Pues yo realmente no sé nada de eso, yo solo la uso para pagar en los sitios y saco plata en los cajeros, pero pues si usted sabe lo que hay que hacer…

Segundos después el australiano está corriendo por Ratchadamnoern Nok hacia el otro lado con la tarjeta de crédito de los viejitos, después de amenazarlos y decirles que los mata si no le dicen la clave. Ellos lloran, buscan a alguien pero todos hablan tailandés. Caminan al hotel rápidamente aunque saben que no pueden, hace mucho sol. Llegan al hotel sudando y con el corazón a mil (y ellos tal vez se tienen que preocupar más que yo). Del hotel llaman al lugar de la tarjeta de crédito y la cancelan, pero ya la usaron y sacaron 500 dólares.

Aquí es donde uno se pregunta si será que la malicia indígena finalmente es buena o mala. Y si uno hace esa pregunta en voz alta, siempre alguien levanta la mano con una “gran idea” que simplemente es una fórmula de “si..entonces” aplicable a cualquier situación controversial: “pues yo creo que la malicia indígena hay que saber usarla, porque no es ni mala ni buena, simplemente es. Y yo la puedo usar para hacer el mal o para hacer el bien, eso todo depende de mí. Entonces si me preguntan si yo la usaría, yo sí la usaría pero para el bien de todo el mundo. Gracias.” La reina se acaba de ganar la corona. Por favor, hagan el ejercicio de cambiar las palabras “la malicia indígena” por las siguientes:

- los computadores

- Internet

- los carros

- la globalización

- la eutanasia
- el aborto
- la clonación
- la tecnología
- el azúcar
- la sal
- el aire acondicionado
- los forwards
- los correos de seis páginas para mil personas en los que uno cuenta a todo el mundo cómo le fue.
- (manden opciones y las digo en el próximo correo)

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