lunes, marzo 07, 2005

7. El peligro mata el estrés

En mi vida, el estrés es como un perrito feo: siempre está acompañándome pero yo no quiero tener nada que ver con él. Aunque he mejorado, todavía tengo episodios de estrés que resultan en dolores de cabeza interminables, una espalda rígida o insomnio (la dolencia más frecuente acá).

Para remediar el estrés hay varias recetas: la primera consiste en tomar pasticas. Esa la podemos descartar, porque la idea de dejar el control de nuestro cuerpo a una sustancia desconocida en forma de cilindro no me parece para nada viable. Otra forma de solucionar el estrés es meditar, pero esa también la tenemos que descartar porque la quietud y el silencio mental no es una de mis pasiones. Claro, hay que aprender algún día, pero tal vez algunas vacaciones sin Internet pueden ayudarme.

También se han inventado otras terapias como gritar dentro de su almohada (lo han tratado? El sonido se ahoga y uno puede gritar hasta que le duela la garganta, y nadie que esté más allá de dos metros va a poder oír nada), ir al campo o a la playa (esta última puede servir, con tal de que no sea una playa cochina). Y existen otros métodos que se describen con palabras compuestas y terminan con el sufijo “–terapia”: orinoterapia, auraterapia, logoterapia, chismoterapia … terapias. Es una de esas palabras que pierde todo significado después de repetirla 7 veces, como una fórmula para despojarla de todo sentido. Terapia terapia terapia terapia terapia terapia terapia. Ven?

De las anteriores, muchas de ellas no las he probado pero sé que pocas me sirven. En mi caso, la profesión que escogí (y de la cual recuerdo muy poco) me ha permitido inventarme un ejercicio “taylor made” para solucionar mi estrés, pero que había estado practicando hace mucho tiempo de manera intuitiva y no consciente. No obstante, servía.

La primera vez que me di cuenta de la terapia de la velocidad fue cuando alguien me sacó la piedra y salí a montar en bicicleta durante una hora. Cuando volví, ya no tenía rabia y me sentía como si nada hubiera pasado. Claro, la bicicleta, el deporte, que buen ejercicio. Todo ejercicio en dosis adecuadas tiene ventajas: 50% menos probabilidad de ataque cardíaco, 30% menos riesgo de ser gordito, pero nunca se da un dato para la tranquilidad. Si me preguntan, cada vez que monto en bicicleta siento que tengo un 80% menos riesgo de morir en los próximos 5 minutos, y un 60% menos de no morir durante el próximo año. Para mi, eso funciona bastante. Lo que no funciona esque, hasta el sábado, no había montado en bicicleta desde que llegué a Bangkok.

Analicemos la situación: Un desplazamiento en Bangkok se puede hacer por varios medios de transporte, cada uno peor que el anterior exceptuando dos de ellos. A esto dedicaremos el resto de este escrito tardío.

Primero que todo, hay que analizar la situación del carro: el vehículo que todo personaje busca tener cuando ya haya ahorrado lo suficiente (o incluso antes, con estas modalidades de pago cualquiera sería feliz con su carrito pagado a 480 meses). Esa comodidad que se ve en las propagandas, la suavidad de los asientos y la maravilla de estar andando a 100 kilómetros por hora en esas carreteras despejadas e inexistentes que nos muestran los publicistas. El carro es nuestro primer paso hacia la felicidad, nunca lo olviden.

Este vehículo es el que más apasionadamente adoran en este Melgar asiático. Se nota a leguas porque la ciudad es llena de ellos, tanto que no se pueden mover por ninguna parte. A veces uno siente que la fila de carros continúa por kilómetros y kilómetros y que no habrá día alguno en el que todos puedan continuar su recorrido. La situación hipotética no se aleja de la realidad.

Por estos motivos, el automóvil es un vehículo para usar cuando uno se vaya de paseo con los niños y solo se debería utilizar los fines de semana. Que la autopista se llene de carros, igual no importa porque uno lleva olla con arroz y papa salada por si nos da hambre, y bolsa de emergencia. Además, el asiento de atrás tiene una sábana vieja que pusieron por si el arroz o la papa se restriega en la tapicería, y pues qué pereza limpiar eso después. No, huevo duro no hay.

Sobre el carro no hablemos más. Creo que su imagen en medio de un trancón ya es suficiente para entender a lo que me refiero: estupidez.

La gente es bruta. Aunque a veces tengo la manía de decir eso como una respuesta automática que generaliza a la vasta población humana, simplemente la uso para resaltar un atributo de alguna persona que denota algún grado de irracionalidad, imbecilidad, ignorancia o simple despiste. La gente es bruta. Ante mi gran sorpresa, hoy un taxista me dijo exactamente la misma frase. Bueno, la dijo en inglés y cambio “bruta” por “estúpida”. Esto no fue lo mejor. Debo explicarme:

El taxi es el segundo vehículo más odiado por mi en esta ciudad. Están por todas partes pero cuando uno los necesita todos se esfuman o están llenos de gente. He llegado a esperar media hora para montarme en uno vacío, y varias veces los conductores han tenido el lujo de echarme del taxi antes de que arranquen. Por qué? Simplemente porque cuando ven la distancia que van a tener que recorrer, prefieren no llevar al pasajero y buscar otro, porque si no pues la tarifa mínima se pierde (el viaje comienza con 35 baht y de ahí pues lo que marque, pero si el recorrido es muy largo marcaría muy poquito y no les funciona). Esta situación es particularmente estresante un viernes por la noche cuando acabo de salir de una película, normalmente a las 11 de la noche y solo, cuando ya cerraron el tren y no puedo encontrar más que taxistas que no prenden el taxímetro y que cobran lo que se les dé la gana. Esta es la situación del taxista típico de Bangkok.

Pero los taxistas no entienden jota de inglés, entonces hay que aprender a pronunciar el nombre del lugar al que uno se dirige. Cuando uno va para una reunión en algún sitio, tiene que preguntarle al anfitrión “y cómo se pronuncia en tailandés el lugar de su oficina?” Ellos responden y uno se demora 10 minutos más practicando la pronunciación. Por ejemplo, la oficina es “saha prachachaaaa”, pero lo más importante es el chaaaa del final. Mi casa es naaa sanamuey ratchadamnoern, y lo más importante es la última palabra, porque si la pronuncio mal me llevan al parque de la ciudad que queda del otro lado. Pero estas son fáciles. Hay veces que tengo que pedir la dirección y quedarme con mi asistente practicando porque ella es tailandesa. Después de ensayar todas las posiciones de mi boca para poder pronunciar bien el nombre del lugar, lo apunto en mi palm (un papelito doblado que llevo con todo lo importante del día escrito adentro) y salgo. Cuando me monto al taxi, pronuncio todo mal y me toca llamar a Cheer al celular y pasarle al taxista, con quien se quedarán hablando durante horas enteras sobre el lugar donde me van a llevar. Básicamente, la mayoría de los minutos de mi celular se terminan en esto.

En fin, hoy nos montamos en un taxi cuyo conductor sabía hablar inglés muy bien. Lastimosamente, íbamos para la oficina con unos holandeses y no sirvió de nada que yo desplegara mi “saha prachachaaa” bien pronunciado, porque justo después el taxista dijo “united nations, ok 40 baht”. Le pedí que prendiera el taxímetro y me respondió con la siguiente frase “you are stupid”.

Los holandeses se asustaron y creyeron que se habían montado con un psicópata. Cómo es posible que un taxista se ponga a insultar al pasajero? Pues el taxista dijo que iba a salir más caro porque yo era estúpido y le había pedido que prendiera el taxímetro, y siguió hablando de este rasgo y afirmando que la gente (en general) es estupida. “people are stupid”. Los holandeses me miraban confundidos y se querían bajar, pero ya habíamos encontrado un taxi y yo no me iba a bajar ni loco, por muy estúpido que fuera.

Lo interesante de todo fue que yo me sentí un poco incómodo con la fuerza de las afirmaciones sobre la inteligencia humana que el taxista decía con tanta convicción, y cuando lo traduje me di cuenta que era exactamente la frase que yo empleo a veces: la gente es bruta. No me gustan los taxis.

Pero siguiendo con la afirmación de la gente bruta y conectándola con la de Koffka (“como un animal de una estupidez increíble pero muy adecuado para los experimentos, se nos recomienda la buena gallina”), creo que se podría decir sin ningún problema que hay un sector de la población de Bangkok que de hecho es completamente estúpida: los conductores del tuk tuk.

Antes que nada, el tuk tuk es un triciclo motorizado que tiene techito y timón de moto, suena como una lancha y andan como locos por todas partes. Sus conductores son bastante letrados en el tailandés oral, pero dudo de su conocimiento del lenguaje escrito. La frase que mejor saben decir en inglés (y tal vez la única) es “one hundred baht”, porque para cualquier viaje cobran eso. Lo mejor es cuando uno les dice para dónde va. Ellos sí tienen un oído biónico que les hace entender únicamente el acento tailandés perfecto, porque cualquier desviación de esa norma les hace perder toda comprensión de su idioma natal. Esto hizo que un día, en un recorrido que ahora hago en 10 minutos, me demorara una hora en llegar porque el conductor no entendía que tenía que ir al hotel de la princesa real. En lugar de esto, me llevó dos veces seguidas al hotel Prince, y además me peleaba porque decía que era exactamente ese el hotel al que yo le había pedido que me llevara. Desastrozo.

Los tuk tuk andan por todas partes como moscos. Nadie se los aguanta y se meten por cualquier sitio por donde quepan, así el pasajero siga dentro del vehículo o no. Es desesperante andar en este aparato, porque además uno realmente no sabe si va para donde debería, y dentro del recorrido siempre se pierden por lo menos tres veces. Para quien vaya a venir, por favor no se tome la molestia de usar estos aparatos, es más barato coger un taxi, así el taxista les diga que son estúpidos.

Y el bus? Hay con aire acondicionado y sin él. Al que no tiene aire no me he montado por un instinto básico de supervivencia. En cambio, a veces he usado el de aire acondicionado pero nunca me puedo dar a entender. Hay una señora que pregunta para dónde voy, y dependiendo de mi respuesta me cobra (en tailandés) lo que tengo que pagar. Esto nunca resulta en una transacción exitosa, y algun buen samaritano que esté sentado en el bus me va a traducir todo para asistirme en el deber. Este vehículo va al mismo paso que un carro o un taxi, entonces no es tampoco un medio muy maravilloso para moverse por Bangkok.

El resto de los medios nos los saltamos porque no tienen nada interesante. Además, solo quedan dos que son de gran importancia: la bicicleta y el barco. La primera constituye la pasión “sin vida o espíritu” más grande que haya tenido en mi vida, que me hizo llegar al lugar que estoy (bueno, vine en avión pero fue por montar en bicicleta). Aunque no había montado desde que llegué, realmente no había encontrado un sitio donde vendieran una bicicleta nueva, ni tenía un sitio donde dejarla. Pero el sábado tuvimos la maravillosa oportunidad de ir a un tour en bicicleta por Bangkok. Alquilamos las bicicletas y nos llevaron entre callecitas estrechas que nos condujeron al río, y de ahí fuimos a un lugar donde había un camino elevado sobre un pantano, angosto y sin barandas. La idea era pasar por los 4 o 5 kilómetros de caminito sin caerse, y lo logramos. Realmente creo que mientras yo iba por todas esas partes el sábado, no pensaba tanto en los sitios sino en el hecho de estar montando en una bicicleta. Parecía como si todo lo que estuviera pasando se redujera a un marco blanco donde solamente sentía los pedales y el viento pasar por la cara.

A veces creo que esas dos cosas son gran parte de mi felicidad, como si la hubiera dejado enganchada de las bielas y del timón. Un alto porcentaje de mi felicidad reside en la oportunidad de sentir el movimiento de mi cuerpo en línea recta y sobre un aparato en el que debo practicar equilibrio constantemente, para sentir solamente el ruido sutil de las ruedas y el aire que pasa por la cara como si hubiera un ventarrón. Esa es mi terapia, la velocidad de la bicicleta. Encontrar un desplazamiento perfecto y sin parar, poder moverse por el espacio sin esforzarse o hacerlo con el menor esfuerzo posible. No generar ruido y saber que el movimiento experimentado es realmente debido al movimiento de mi propio cuerpo, de las piernas en círculos imperfectos.

Como esta maravillosa oportunidad no se había dado en todo este tiempo, tenía que encontrar otra forma de aliviar el estrés. Pensé en pastas, en meditación, en las –terapias, pero ninguna se ajustaba y no encontraba la forma como podría quitarme el dolor de cabeza. Por coincidencia, un día que iba pensando en eso quise experimentar el viaje en barco por el cochino río (es cochino, café, huele horrible y se ven botellas flotando en el agua). Encontré la estación y ya sabía que ese barco terminaba su trayecto cerca de los centros comerciales y que me iba a cobrar únicamente 7 baht por el recorrido. Me senté en una de las bancas de madera, y mis rodillas se pegaron contra el respaldar del asiento de adelante, donde estaba sentado un borracho al que le faltaban dos dientes pero cuyo propietario no le faltaba el descaro, porque no hacía más que mirar el pecho de la señora que se había sentado a su lado. Después se montaron más personas y tres muchachos con cascos azules comenzaron a gritar y se pararon sobre el borde del barco. Arrancamos.
En ese momento, el barco cruza un puente y el techo se baja hasta tocar nuestras cabezas, y el motor suena un poquito más duro que siempre. Antes de llegar a la primera estación, suben unas cortinas de plástico azul para que el río no nos salpique. No sirven de nada porque un minuto después una ola fétida nos moja a todos un poco la cara. Paramos en la primera estación y se bajan la mitad de los pasajeros, por lo que el barco pierde algo de control y se balancea en el agua como una boya alargada. Se bajan y, antes de que la última persona haya salido a salvo del barco, ya están arrancando otra vez.

Otra vez bajan el techo, pero esta vez el pelo está completamente cubierto por el techo, dado que el puente por el que pasamos es bastante bajito y ha que bajar más el techo. En la siguiente estación hay cinco niños de 6 y 7 años empapados en calzoncillos. Estaban jugando a echarse al agua y nos gritaban a todos “helloooo" como si estuviéramos de turismo. Justo después de que el barco vuelve a arrancar, se botan todos al agua otra vez hasta que llegue el otro barco y se tengan que volver a montar al muelle.

Lo más importante de este bote es que, en medio de la bajada del techo y la salpicada, las paradas en las estaciones sin esperar a los demás, los brincos descontrolados cuando pasa otro barco al lado y este tiene que aguantar la estela, todo se siente espectacular. Es como si me hubieran pedido que me metiera en el medio de transporte más peligroso que pudiera pero que me iba a sentir bien, que el peligro de veinte minutos de viaje me iba a resolver todos los problemas de estrés por los que había pasado durante las últimas horas. Convencido, como quien se convence de que tomar su propia orina maximiza la potencia cerebral (es mentira), me monto en el barco y después de unos minutos me siento mucho mejor, como si tuviera cinco años y acabara de jugar en la rueda rueda… cómo se llamaba ese aparato? Un cono gigante que estaba pegado de un poste en el centro y uno daba vueltas como loco? Por qué los quitaron? Será que eran más peligrosos que los columpios de metal? Una vez yo le fui a decir algo a Mónica pero ella estaba montada en uno de esos columpios. Lo único que me acuerdo es que después me desperté en la casa de la tía Carmencita. Pero un momento, qué pasó con las rueda ruedas? No eran pedagógicas o simplemente las dejaron de hacer? Es uno de los inventos más grandes del mundo! Bueno, no entiendo nada. Si alguien me puede explicar o tiene datos fiables, por favor envíelos.

Antes de terminar, y aunque esto está pésimamente escrito, lo dedico a Adriana porque hoy cumplimos dos años de ser novios y preciso estamos demasiado lejos el uno del otro.

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