lunes, febrero 28, 2005

6. La revolución de los sexos

(un poco tarde…)

El susto más chistoso que he presenciado en mi vida fue hace ya casi 15 años. Estábamos en la finca de mi abuelo y casi toda mi familia extensa materna se estaba quedando allí. Como en toda situación familiar de este tipo, había solo un baño para todos los nietos. Esto hacía que, después de alguna comida, todos los primos nos amotináramos en el baño para lavarse los dientes, y después entrábamos en orden al baño.

Claramente, en otros momentos del día el baño no era el gran protagonista y pues podíamos entrar sin problemas. El baño tenía tres puertas y ninguna ventana. Pero tenía una marquesina arriba por donde entraba toda la luz y pues uno a veces no tenía que prender el bombillo que colgaba del techo (de esos que tienen una cadenita pegada para prenderlos). El pequeño espacio de tres puertas era igual que el resto de la finca: puertas rojas, pasadores en lugar de chapas (en puertas de poca importancia), y un sentimiento de soledad que, paradójicamente, nos tranquilizaba.

El día del episodio que estoy contando, Tatín había entrado al baño en una hora de poca afluencia. Por casualidad, Juan David iba a entrar al baño y estaba cerca de la puerta cuando Tatín ya estaba por salir. Ya había abierto las dos puertas con pasadores, e iba a salir por la misma que Juan David quería entrar. Abrió la chapa y se encontró a Juan David (cuerpo grande, cejas gruesas, serio y en frente suyo) y gritó con uno de esos gritos que solo se emiten cuando uno tiene un susto de verdad. La boca se abre pero parece que la lengua traba la mitad del sonido y solamente dejar salir una “a” ahogada, pero muy alta. Como si un tenor hubiera sido pisado por su hermano mayor en la mesa del comedor. “aa!”, pero una a con cara de e, uno de esos sonidos que no se pueden describir.

Pues bien, el susto de Tatín es uno de esos pocos momentos que mi rudimentaria memoria biográfica (que solo almacena dos o tres datos de gran importancia por año) salvó para la posteridad. Creo que lo guardé porque todavía me río cuando me acuerdo de ese día, e inevitablemente la risa se convierte en llanto si me quedo pensando en el hecho unos segundos más.

El susto es como una ventaja adaptativa que ya no debería existir. Es como el estrés: por definición, el estrés es una respuesta adaptativa frente a una situación que se percibe como perjudicial para el sujeto. Y siempre nos dicen “un poquito de estrés no está tan mal, lo malo es el exceso”. En los excesos está todo lo malo, nunca lo olviden: exceso de agua, exceso de sal, exceso de azucar, exceso de alcohol, exceso d peso, exceso de bajo peso, exceso de _____ (nadie mandó la vez pasada opciones, entonces no me ilusiono). Con el susto no pasa lo mismo, el susto es peor de inútil que el estrés (en exceso). Es como un apéndice situacional, que nos sirve cuando estamos frente a un toro (poca probabilidad), un dinosaurio (extintos), un monstruo (inexistentes) o un perro bravo. Claro, siempre están las situaciones que se nos salen de las manos como un terremoto, un huracán o el conocidísimo tsunami. Pero finalmente en esas situaciones uno muy probablemente se va a morir, entonces ya qué importa si uno tiene susto o no.

Por esto es que siempre me ha causado tanta risa el susto de Tatín, porque me hace acordarme de la instensidad con que él solía asustarse por varias cosas: el silencio de un lugar, la oscuridad y la noche. A veces se quedaba en nuestra casa (incluso vacaciones enteras) y me despertaba (o llamaba “ppiiiipeee, maachhhhhtoooo”) cuando ya debíamos estar en el tercer sueño de los cinco que denominan la profunidad total (“estaba en el quinto sueño…”). Yo le preguntaba que pasaba y me decía con voz baja, como en secreto “piiiipee, tengo mieeedooo. Será que prendemos la luz?” Claro, yo era el gran hombre del cuarto, porque yo le llevaba 5 años a el y 2 a Mario, entonces sería el que socorrería en esta situación. Prendía la luz y listo, todo estaba bien porque el ya podía ver debajo de mi cama (si había arreglado su cama en el piso) o el resto del cuarto (si habíamos cambiado y se había quedado en mi cama).

Creo que estos sustos le duraron gran parte de su breve vida, aunque ya los sabía esconder o manejar al final. Pero sí era la persona más asustada que yo conocía, hasta que hace poco me comencé a conocer a mi mismo en situaciones similares, más risibles aún.

Uno de los últimos ejemplos de mi susto fue el que me dio mi vecina. Aunque pocos han oído hablar de ella, tengo una china vecina (una vecina china, si se entiende más fácil), cuyo nombre es Lu Fu o Fu Lu, dependiendo del idioma. Me explico: en chino se dice Fu Lu porque hay de decirlo en orden apellido- nombre, pero en español u otro idioma pues se llama Lu Fu. El caso es que si se le fuera a llamar a comer el almuerzo en la casa, la llamarían “Luuuu”, no “Fuuuu”, porque lo segundo sería como llamar “Pardoooo” en mi casa para que alguien en específico fuera a comer (en esa situación, lo más probable es que yo sienta que es a mi al que me llaman). Entonces vamos a llamar “Lu” a la señorita Lu Fu.

A Lu la conocí por casualidad. Bueno, no tanto por casualidad sino porque es mi vecina, y el día que llegué ella me vio y me saludó. Yo no me acuerdo de eso, pero unos días después ella me saludó en el ascensor de Naciones Unidas y yo no sabía quién era. Bueno, como todo el mundo acá tiene caras parecidas entonces la saludé creyendo que era alguna señora del piso de mi oficina, y listo. Entonces me dijo que si yo era el que vivía en DS House, y me dijo que ella era mi vecina. “Ah, hola”. Me explicó que era la del cuarto 41. Esto es como el chavo del ocho sino que con menos números: “la china del 41, el gafufo del 43, la bruja del 22 (la hija del dueño de la casa), el Indio del 42.” Básicamente, Lu vive en la puerta frente a la mía, y durante dos semanas nunca la ví. Un día de fin de semana, en medio de mi desespero por estar callado tanto tiempo, cogí el teléfono y llame a su extensión (41). No me acordaba del nombre entonces fue como complicado explicar, pero pues finalmente salimos a almorzar algo y después al zoológico (justo antes de que yo fuera a la clínica), porque a esta loca nada le parece interesante y todo le parece aburrido entonces tuve que apelar a su “niña interior”.

Lu vivió aquí el año pasado durante 5 meses, y tiene bastante más experiencia que yo en el tema Bangkok. Por su parte, le parece que la comida es hedionda y que la ciudad es aburrida, y además que todos los templos son iguales. Sus fines de semana los pasa echada viendo televisión en chino (los canales están con subtitulos en chino) y yendo de shopping con las amigas. Entonces, el agua y el aceite son como uña y mugre cuando se comparan con Lu y yo. Que pereza de actitud. Pero bueno, por lo menos me explicó que uno se podía ir en barquito hasta los centros comerciales, y también me mostró dónde podía comprar mercado barato y comida para hacer en microondas (el remplazo de McDonalds, je). En las tres veces que hemos salido a hacer algo (básicamente, la vez del zoológico y otras dos a almorzar y hacer mercado o shopping), me ha explicado cosas sobre el “Asian way of life”, que ella tal vez comprende mejor que yo. Entonces, al igual que Kerati, es una amiga circunstancial. Por fin encontré una definición de un amigo circunstancial: un amigo que, en otras condiciones de vida, no sería un amigo para nada, pero en las actuales condiciones parece como el mejor de los amigos. En Tailandés hay un término para esto: Phyun kin, amigo de comer. Es decir el amigo que solamente está ahí cuando uno le ofrece comida. Entonces Lu se ubica perfectamente en esa categoría: amiga de cuando los dos tenemos hambre y estamos desparchados.

Pero, además de las tres veces que hemos ido a hacer algo, una vez más tuve la oportunidad de verla, aunque me encantaría borrar de mi memoria aquel momento patético. Paso a describir:

Estaba en mi cuarto el jueves pasado y ya eran las 8:20. Había quedado de hablar con Adri por Skype, entonces tenía que salir un poco rápido al cafecito Internet que queda a 20 minutos de la casa. Abrí la puerta y salí, y cuando ya iba a comenzar a bajar las escaleras, volteé hacia el microondas y vi la cosa más espantosa que había visto en mi vida entera: Lu en piyama preparándose la comida.

Creo que en este momento mi respiración se detuvo durante unos segundos y abrí mis ojos. Mi puerta estaba cerrada, pero si hubiera estado abierta yo estaría corriendo de vuelta a mi cuarto y me hubiera botado dentro de la cama, me metería a Internet desde el cuarto y no saldría hasta el otro día. Que susto! No pude gritar porque, en mi caso, el susto era tan grande que mi lengua supo ahogar por completo el ruido de la a y convertirla en una hache.

Después del shock (un segundo que duró milenios en mi cerebro dando vueltas), la saludé y traté de evadir mi mirada de aquella mujer china con un camisón puesto y una tacita con pasta en la mano, recién calentada en el microondas. Bajé las escaleras corriendo como esas ocasiones en que uno cree que un fantasma lo está persiguiendo, y salí despavorido de la casa, con mi corazón palpitando como si un toro llevara persiguiéndome durante 10 minutos.

A salvo por ahora… pero, y el resto de los días? Qué voy a hacer si mi vecina vuelve a estar en piyama haciendo algo por ahí? Y si vuelvo y ella está calentándose otros noodles? Creo que voy a tener que subir con cuidado, me muero donde tenga que revivir semejante episodio.

Afortunadamente, creo que reprimí todo recuerdo de ello hasta hace poco, y cuando volví a la casa no tuve tanto susto de subir. Desde ese día, cuando voy a salir de mi casa miro por el huequito que hay en la puerta y me aseguro de que no haya nadie por ahí que me pueda generar otro desequilibrio como el de aquel jueves en la noche. Después abro la puerta con cuidado y miro en silencio, tratando de percibir cualquier ruido que sugiera que hay alguien cerca. Si no lo oigo, salgo tranquilamente.

Creo que este susto es el estandarte de mi susto por las mujeres en general. Como algunos de ustedes ya recordarán, tengo un problema marcado de pavor hacia el género opuesto, aunque no sé en qué se fundamenta ni es el momento para hacerlo. Creo que esta ciudad tampoco es el lugar apropiado para un personaje como yo, pues las mujeres son particularmente “amigas” de los extranjeros y una conversación con una tailandesa puede convertirse en un atraco, una violación (de ella hacia uno) o cualquier situación que implique ligereza de ropas y/o luces rojas. Cuando fui al PatPong (el sitio donde están todos los bares), creo que cerré los ojos más de tres veces por el susto que me daba ver a las señoras que saludaban coquetamente, y me sentía realmente violado con sus miradas amenazantes. Yo sinceramente no sirvo para estas cosas, creo que por eso es que me gusta tanto andar con Adri: porque ella sabe caopeira y me defiende de las demás mujeres. Además Kundera tenía razón: las mujeres se odian para propagar la especie, entonces mi mejor arma contra las mujeres es otra mujer que me defienda de las fauces de las demás de su extraño género.

La trama continúa. Este susto de Lu en piyama puede ser comparable con el otro que viví en mi oficina durante el transcurso de una mañana. Todos los días llega una señora a vender el desayuno a quienes no desayunaron en su casa. Al principio me pareció una idea bastante conveniente pagar cada día 1200 pesos y recibir frutas y un café de desayuno. Ya no.

Resulta que uno de estos días (no de los primeros, antes de que comprara yogurt) salí a comprar mi desayuno cuando llegó el carrito lleno de viandas mañaneras. De pronto, la cara de la señora que vendía el desayuno se me hizo un poco más ancha y con facciones un poco más fuertes, aunque suavizadas gentilmente con base y con bastante maquillaje. Comencé a dudar de su género, pero me pareció imposible que un hombre se hubiera convertido en mujer y estuviera vendiendo, tan campante, café y galletas en el noveno piso del edificio de Naciones Unidas. Miré la falta, las piernas depiladas, y su chalequito desinflado por ausencia de lo que debería estar en su pecho. En resumen: era un hombre.

Después de lograr este insight, pagué rápidamente al transformer y me devolví a mi computador, un poco mareado. Me volteé y le pregunté a mi secretaria si ese personaje que acababa de entrar a vender cosas trabajaba aquí o si era un/a infiltrado/a. Y entonces? Cómo asi que siempre viene acá a vender desayuno? Nooo, eso no se puede, yo no puedo soportar este tipo de eventos! Un hombre vestido como mujer y no está actuando en teatro? Perdón, pero eso si no es admisible. Las cosas son como son, si uno es hombre pues todo como hombre, y si uno es mujer pues todo como mujer. Pero esto qué es? Bueno, me quedo sin entender.

Para evitar encontrones con este personaje, ahora tengo grandes cantidades de yogurt en mi neverita y milo, además de Corn Flakes y muesli que como todas las mañanas. Pero todavía no me había salvado de su presencia. Resulta que el cuarto piso del edificio tiene una cafetería, y allí he ido a almorzar una que otra vez. Un día supe que allí vendían helado y cogí un helado de chocolate de la neverita que hay en las droguerías. Fui a la caja a pagar y no había nadie porque ya era un poco tarde y no había tanta gente. Me quedé esperando a que llegara una cajera, y preciso llegó el personaje transformer a recibir el pago por el helado. Me sonrío pícaramente y recibió la moneda de 10 Baht Después del breve escalofrío, tuve fuerzas suficientes para entrar al ascensor y volver al edificio para sentarme rápidamente y recuperarme. Ahora no compro el helado en este lugar, sino que bajo hasta el primer piso y camino hasta el otro edificio donde hay un sitiecito donde también venden el mismo helado. Con esto, ya he resuelto el problema del transformer y no me lo he vuelto a encontrar salvo las veces que he ido a almorzar y paso por su caja (pero pago en otra).

El otro día me mandaron un forward con preguntas, y había una que preguntaba yo qué haría si mañana se acabara el mundo. Respondí que me devolvería a Bogotá, pero lo triste de la respuesta es que si realmente mañana fuera el fin del mundo, no alcanzaría a llegar a Bogotá así saliera a la 1 de la mañana. Estaría por el océano Atlántico cuando el mundo se acabara. Ese pensamiento me llenó de tristeza y me hizo llorar un poquito. Pero bueno, si el mundo se acaba el 11 de abril, pues nos toca celebrar mi cumpleaños antes pero juntos, porque (previniendo fines del mundo posteriores), cambié mis vacaciones a Abril 4, voy a Madrid y visito a mi hermana (por si se acaba el mundo) y después llego el 10 a Bogotá y me estoy el último día de la existencia en mi casa, pero me pido que Adri esté conmigo todo el tiempo.

domingo, febrero 20, 2005

5. Un colombiano en Bangkok

Antes que nada, tengo que anotar que el título de este correo inicialmente fue “un Colombiano en Nueva York”. Hay dos explicaciones probables. La primera es que realmente es una variación de una canción (Englishman in New York). Aunque este no es el caso (ya quisiera yo estar otra vez en Nueva York, aunque la nacionalidad no me molesta tanto), tengo que admitir que sí hay algo personal que influyó al escribirlo. Como algunos saben, este ejercicio de escritura semanal realmente son un clon de la experiencia de Nueva York en el 2003. Tal vez por ahí se fue el título (siempre tengo parte de mi vida pegada a esa ciudad)

No obstante, siento la necesidad de explicarme mejor. Yo tengo una debilidad que me ha hecho aceptar todas estas locuras de irme a cualquier sitio que me ofrezcan: conocer las ciudades. Realmente cuando me dijeron Bangkok no estaba pensando en nada, solamente que era una ciudad y que se conocía por los trancones. Mi idea de la ciudad era levísima (tanto que incluso pensé que era en China, sin decir mentiras), pero sí me interesó desde que me dijeron que existía la remotísima posibilidad de venir a trabajar acá.

Qué tienen las ciudades? Creo que lo principal es la velocidad, seguida de la estimulación excesiva y tal vez la desviación de carácter del ser humano en estos lugares. Si me preguntan a mí, las personas no son las mismas en las ciudades, pierden algo y crean algo, se convierten en otro animal que ahora cambia su rutina para ubicarse en los espacios cuadrados y fríos (bueno, no tanto en este caso) que han surgido desde hace unos años.

La idea de una ciudad “occidental” me ha parecido particularmente interesante en este lugar. Carros a la izquierda por influencia inglesa, algunos palacios con tapete por influencia occidental en general y avenidas que terminaron de salirse de las manos de todos. Por ejemplo, al lado de mi casa (cuando digo al lado me refiero a una distancia de 100 metros) hay un 7-eleven donde compro los yogurts para desayunar. Cuando el semáforo está en verde (para mí), voy y vuelvo en 8 minutos. Cuando el semáforo está en rojo, tengo que agregar 15 a 17 minutos más para esperar todas las fases del ilustre aparato que guía nuestro movimiento en la urbe. Todo porque a los jefes de la ciudad les parece que es mejor que los semáforos no sean automáticos sino que los policías de tránsito los manejen desde una casetita que hay en frente. Estos individuos (que no han estudiado ingeniería de tránsito pero sí tienen una alta carga de ego transitístico que los hace creer que saben cómo deben hacer para mover a las personas eficientemente) les gusta hacer dos cosas: la primera, dejar los semáforos sin cambiar durante 5 minutos para cada lado (en un cruce de 4 sentidos, quiere decir que, en un mal momento, hay que esperar 15 minutos para que cambie el sentido del semáforo en el que uno está manejando). Pero este es el mejor de los casos, porque por lo menos los policías están asistidos por el aparato hasta cierto punto.

La segunda idea que tienen los policías para darle mayor eficiencia al tránsito es la siguiente: apagar los semáforos. Tal cual, apagan el semáforo y se paran en el cruce para hacer mover a los carros. La persona que no me crea puede pedirme que le mande fotos, porque es en serio y además a nadie le importa.

Se lograrán imaginar mi ira cuando, con la simple intención de ir a comprar una bebida láctea que odio pero que sé que es de lo poco que puedo comer para no vomitarme en segundos, tengo que esperar durante 20 minutos para que el idiota vestido de azul oscuro le de por cambiar las luces cada año. Esto no es lo peor. Lo peor es si hay fila en el 7eleven, porque al volver tengo que esperar otra vez a que cambien todos los semáforos, sumando a unos 35 minutos de espera para simple y llanamente engullir esa cochinada y seguir con corn flakes, milo y ocasionalmente una ensaladita de frutas que venden en la oficina.

Bueno, gracias por dejarme desahogar. Debo anotar que tuve una mejor idea para solucionar esto: ya que no hay ningún otro sitio cerca además del 7eleven (por lo menos no hay un sitio antes del semáforo para ninguno de los dos lados), voy solamente dos veces por semana y saco 3 o 4 tarritos para no tener que volver la siguiente mañana. El esfuerzo por hacer que los tarros lleguen de la nevera a la caja registradora es considerable, ya que no hay canastita para llevarlos y, después de que los tengo en las dos manos (uno a veces debería tener tres), siempre hay alguien parado en alguno de los angostos corredores por los que hay que pasar. En este caso, tengo que acordarme cómo se dice “perdón” en thai. Nunca lo logro, me equivoco y digo “hola” y la gente queda algo desubicada, pero después caen en cuenta que soy un extranjero y que a uno siempre le parece difícil ese idioma, pobrecito y sonríen.

Esta ciudad es la perfecta demostración de que Tailandia es un país eminentemente turístico. En la zona donde yo vivo (Ratakosin, pero eso es como largo de explicar), parece que se quedan todos los extranjeros mochileros en una callecita peatonal que se llama Khao San (“el arroz feliz”, creo). Entonces, de cada 5 personas que pasan caminando por el andén, por lo menos 3 son extranjeros. Los que están en los carros son tailandeses (les encanta estar en esos trancones, yo de verdad no entiendo), y los que están en los tuc tucs (el pequeño mototaxi, el vehículo más peligroso del mundo) son extranjeros o una familia de 7 personas que se espicha en un espacio para dos. Aunque es más pintoresco cuando van en las motos: papá, mamá, chino mayor atrás, chino del medio entre los dos papás y, en los casos de mayor extensión familiar, el niño de 2 años sobre el volante (otra vez, si no me creen pidan fotos).

Los extranjeros que hay aquí son de dos procedencias, principalmente: Australia y Europa. Muy pocos latinos, algunos gringos y uno que otro Indio. De los indios (minúscula) hablamos después. Pero los extranjeros también se subdividen: los mochileros: la niña sin lavarse el pelo y con falda, y alguna cosa de lana es indispensable, y el joven sin afeitarse (sin lavarse el pelo tampoco), con pantalones de algodón y también con algo de lana en su atuendo. La segunda subdivisión son los viejitos, que siempre toman fotos de cualquier tailandés que se aparezca y los hacen posar. Por ahí hay categorías compuestas por grupos muy pequeños que podemos encajar dentro de la amplia categoría de “otros”: el colombiano que trabaja en Naciones Unidas y nadie entiende cómo paró aquí, el australiano desocupado que viene a estafar y los chinos, indonesios, Indios, etc (esta categorización está como repetitiva, pero bueno, después trataré de darle más forma. Hoy es domingo y no quiero pensar tanto en categorías).

Creo que hay algo que distingue a los turistas de los “residentes temporales” como yo: por un lado, los turistas son super confiados y caminan por cualquier parte sin creer que es peligroso, y por otro le creen a cualquiera lo que le digan. “Si, sigue por esta calle y llegas a un lugar super lindo, ya verás.” Y ellos van. En cambio, los que estamos aquí por un tiempo más prolongado tenemos un poco más de instinto de supervivencia y no tragamos entero. O tal vez soy solo yo, o tal vez es que aquí en sus países no hay casi ladrones.

Ladrones: a veces uno extraña al muchacho que mira detenidamente a alguien para examinar sus movimientos y posteriormente atracarlo. Hay que imaginarse a los ladrones y describirlos con detalle, porque uno de ellos va a ser importante durante el resto de este cuento: chaqueta elite o similar negra con naranja o similar verde con naranja. Un poco de bigote como el que me dejé crecer hace unos meses (incipiente, tres pelos en cada lado), pelo grasoso, ojos un poco rojos porque tomaron alcohol esta mañana y aliento fuerte (por no desayunar, fumar hace unos minutos y acabarse de levantar). La voz es un ingrediente fundamental: grave, pero no grave porque nacieron así sino porque la cultura los moldeó para hablar con la voz baja. Además, sus frases siempre empiezan con “uyy” o “tan” y terminan con una risita: Además se refieren a los demás con su nombre precedido de un artículo: “el Carlos”, “el Edison”, “el Güilian”, etc.

Nuestro ladrón (hay que inventarse un ladrón para esto) se llama Arturo. Llegó a Tailandia porque ahorró lo suficiente en España y ya lo estaban buscando demasiado entonces quería cambiar de ambiente. Además, el pasaje a Tailandia era super barato y pues rico ir a Japón, no?

Arturo se bajó del avión y percibió el calor sofocante en la breve caminata del avión a la sala de equipajes, por lo que se apresuró a quitarse su chaqueta élite. Primera vez en cinco años se la quita, su mamá le decía en Bogotá que gracias a Dios se bañaba porque si no fuera por eso ya se le hubiera pegado a la piel, “esa cosa inmunda que ni siquiera deja lavar, hola” (el siempre responde a este reclamo con el siguiente argumento: la chaqueta no se ensucia porque es de un material sintético que la hace impermeable al mugre).

Pues tocó quitársela porque este calor si no se lo aguanta es nadie. Después de pasar por inmigración y coger su maleta, llegó a la ciudad a buscar qué se podría llevar de los demás. En los aeropuertos es imposible porque ahí si todo el mundo cree que le van a robar hasta la camisa, y prefirió no perder tiempo allá.

Hay que hacer una pausa explicativa: los templos. En la entrada de todos los templos budistas hay una repisa. Al lado de la repisa, un aviso: please dress politely… vistase con decencia? Uno se empelota para entrar a los templos? Y en ese caso, además hay que tener cuidado con la forma como uno se viste? No entiendo. Ah, después entendí: hay que vestirse BIEN, ni escotes ni pantalonetas ni esqueletos ni ombligueras… Al lado del aviso de la orden para vestirse (o para llegar vestido) está otro en thai y en inglés: please take off your shoes. Claro, para entrar a los templos (al igual que para entrar a las casas de tailandeses) hay que quitarse los zapatos.


Con esta advertencia, por favor tengan en cuenta que cuando vengan a Tailandia tienen que traer chanclas de piscina (esas que suenan tac, tac cuando uno camina y que se meten entre el dedo gordo y el del lado, que duelen los pies después de cinco segundos de usarlas y que la gente sigue empeñada en afirmar que sirven para caminar). Básicamente las tienen que tener por pereza: cada siete minutos van a tener que quitarselas: please take off your shoes es algo que se lee más de lo aguantable. Una vez, en un templo de Ayyuthaya, me desesperé hasta tal punto que entré al primer templo y caminé el resto del tour descalzo, para no tener que quitarme las sandalias (maravilloso invento, por cierto, pero no son para estar quitándoselas cada dos segundos). Entonces, si así funciona la regla de los zapatos, por favor imagínense la entrada de un templo: escaleras llenas de zapatos, entradas llenas de zapatos, repisas llenas de zapatos: una zapatería!

Algún día se me ocurrió que aquí no funcionan algunas moralejas. Particularmente (y para el caso concreto del que estamos hablando), no funciona la moraleja de los dos vendedores de zapatos. Para los que no se acuerdan, los dos son enviados a una ciudad donde deben decidir si se podrían vender zapatos o no. En el cuento original, nadie en la ciudad usa zapatos y cada vendedor tiene una idea distinta: uno (el pesimista) dice que no se pueden vender porque nadie los usa. El otro (el optimista, gran vendedor, Og Mandino, exitoso, el ratón pilo, etc) dice que se pueden vender porque nadie los usa. Claro! La misma razón pero dos puntos de vista! El vaso está medio lleno o medio vacío, todo depende de cómo lo veas! Vamos, campeón. Que asco.

Mi idea era que enviaran a los vendedores a Bangkok. Qué dirían? Mi hipótesis es que los dos se quedarían pensando y después se reúnen en secreto: “Bueno, usted qué dice, ni idea. Yo solamente sabía qué hacer en las situaciones extremas… nadie los usa o todos los usan… y ahora? Será que decimos que nadie usaba zapatos? Así todos quedan felices, no? Igual sabemos que esa es la mejor manera de dar la moraleja y así se vende mejor el libro. Entonces hagamos una cosa: yo digo que no se puede y usted dice que sí se puede, listo, pero los dos decimos que porque nadie los usa. Eso… ah, no nos hemos visto, no? Listo chao.”

Claramente, estos vendedores no se parecen en nada a Arturo. Él goza (padece, no sé cual poner) de lo que algunos llaman la “malicia indígena” (término horrible pero bastante útil para varias conversaciones y explicaciones del estilo de vida latinoamericano y colombiano). El cambia las reglas del juego de “todos con zapatos” o “todos sin zapatos”, puede elaborar formas de evadir respuestas, pagos, entradas, filas largas, requisitos, visas, etc. El es el dueño y señor de la perspicacia, y además es ladrón.

Arturo sería entonces nuestro héroe de la moraleja. En el caso de Bangkok, donde los zapatos los usan pero no los usan, Arturo encuentra la moraleja perfecta: si la gente no usa los zapatos, pues quíteselos y lléveselos al que más los necesita. Una especie de Robin Hood con ánimo de lucro, porque en este caso va a tomar algo de quien lo tiene y lo va a entregar a quien no lo tiene, pero a cambio de una tarifa. En términos sencillos, es un ladrón que vende cosas usadas.

Después de dos días de estadía en esta ciudad, Arturo encuentra la mejor forma de ganarse la vida: robar zapatos. Camina por toda la ciudad con una maleta donde mete los zapatos de cada templo. Según Adri, las maletas son lo que distingue al ladrón del no ladrón, porque el ladrón nunca las usa- claro, tiene que correr y meterse por todas partes, por lo que una maleta sería super incómoda. Pero en este caso pues no hay manera de entrar a un templo con un par de zapatos y salir con 14 en las manos… “ah, esque los de mi grupo ya salieron pero dejaron los zapatos y me llamaron para que se los llevara… en serio en serio.”

Arturo se vuelve el rey de la importación de los zapatos europeos (en Tailandia) a Colombia, y sus secuaces en Bogotá se vuelven millonarios lavando zapatos (literalmente lavándolos, porque llegan sucios y con pecueca y hay que dejarlos limpios para cuando los lleven a sandandresito). Por su parte, las autoridades de turismo tailandés comienzan a ver que hay una creciente inmigración de colombianos con chaquetas negras y naranja, verdes y naranja, sin maletas (esas las compran allá) y ojos un poco rojos. El olor de la ciudad ha cambiado un poco con su aliento y los turistas comienzan a sentir que hay algo raro, que hay un aire de desconfianza en los policías de la entrada de los templos. Un aire a aguardiente eructado.

Olvidemos toda esta hipotética y extraña situación y volvamos a la normalidad: Arturo sigue en España y no se ha quitado su chaqueta elite, y todos siguen entrando a los templos y encuentran los zapatos a su salida (no obstante, yo lo pensaría dos veces antes de comprar un par de “pisos” en sanandresito, y más si son de tallas grandes). Pero no todo está a salvo porque yo sigo aquí. Me explico antes de que se asusten: resulta que yo, al ser colombiano, he aprendido un poco de la malicia indígena y la puedo utilizar de vez en cuando. Tranquilos, no tengo un closet lleno de zapatos y sigo pagando por mis cosas. Aunque a veces me doy cuenta que uno sí podría ahorrarse mucha plata en estos sitios.

Por ejemplo, para entrar a los templos sin pagar, solamente hay que ir temprano y entrar por la salida como si estuvieran perdidos. Así, es como si se hubieran devuelto por algo. Otra manera es entrar por la puerta de adelante pero caminar despacio y pasar derecho, evitando tener en su campo de visión el aviso que dice “pague entrada”. Así, no pagan entrada. Sencillo.

Debo admitir que esto lo he hecho varias veces, pero al final siempre me arrepiento y pago la boleta antes de salir. Esto es chistoso porque la gente de la taquilla se queda despistada: ven a un muchacho caminando rápido que paga y…sale! Raro, no? Pero bueno, igual les pagué y todos quedaron felices. Ah, admito también que lo hago porque a los tailandeses les sale gratis la entrada (si alguno de ustedes parece tailandés, puede entrar fresco por la entrada de tailandeses y decir sawatdii krab y listo), y yo no soy turista ni tailandés pero en ese caso no estoy aquí de paseo por una semana. Bueno, pero igual SI PAGO EN TODOS LOS TEMPLOS.

Este caso de robo es en el que uno es el que lo causa. Pero en otros, la malicia indígena sirve para prevenirlo. En el día de ayer, yo salía del 7eleven con mi bolsita con tres yogurts y una sprite. De pronto alguien sentado al lado de un cajero electrónico me dice “do you know english?” Yes…pero, al lado de un cajero… Bueno. Veamos que quiere. Solamente una llamada… perdió toda su plata en una playa porque una tailandesa con la que durmió se lo robó todo. Es inglés (tiene acento australiano que se nota a leguas)… le dejo llamar del celular porque tengo una tarjeta de llamada con la que cuesta 120 pesos la llamada a Europa (y 2,000 a Bogotá!). Marca y habla con alguien durante 15 segundos. “si, que mi mamá ya está haciendo las vueltas. Pero esque sabe qué, estoy sin un peso y necesito a alguien que me ayude con mi mastercard. Usted conoce mastercard?” En este momento hay un tema de plata y me pongo mosca de inmediato.

A ver man: Soy colombiano. Tener esa nacionalidad quiere decir que recibo 21 correos al mes con descripciones detalladas de distintas formas de atracos, asesinatos, robos, estafas, personas haciéndose pasar por otras, personas vendiendo órganos, personas que dicen ser ciegas, y cosas por el estilo. Para complementarlo, nuestras madres (y las de nuestra novia, amigos, etc) siempre nos están dando a conocer la forma como atracaron (violaron, mataron) a la hija de la prima de la amiga de alguien. Además, en las calles pasan personas entregando papeles que dicen que son sordomudos, y cuando no están mirando responden a los pitos del carro (sordos! Oyen pitos!). Con estas características, no podemos hacer parte de una situación con un desconocido sin dejar de pensar que hay varias formas como nos pueden estar mintiendo, y si nos mencionan plata o algo parecido es que son ladrones. Además! Usted tiene acento australiano y dice ser inglés, y no está pálido aunque supuestamente no ha comido. Y quiere que le ayude con su tarjeta de crédito? Paapá, yo nací ayer pero no anoche!

El párrafo anterior fue un pensamiento que duró un segundo, después del cual le dije “no, sabe qué, más bien vaya a la policía porque yo no le puedo ayudar.” De inmediato caminé rápidamente al cruce y me dispuse a cruzar. Rojo. Rojo Rojo ROJO. Ah, 15 minutos aquí con un estafador en frente que puede tener un cuchillo y asesinarme por no dejarme estafar, o puede estar llamando a sus secuaces para que me agarren y me metan en un carro (pero con estos trancones? No creo). Me volteé y lo vi caminar hacia mi, pasó al lado, se despidió y siguió caminando hacia otro lugar, como pensando “este no se la comió…”

El hombre encontró al que no era. No sabe que yo no soy turista y que, para completar, soy latino. Si fuera turista, tal vez le creo porque estaría pensando que aquí todo es verdad y nada es peligroso. Y si fuera un turista europeo, pues peor.

Hay un tipo de turistas que no mencioné deliberadamente, o que no los expliqué por completo. Los viejitos que toman fotos. Estos se subdividen a su vez en dos: los que tienen esposa viejita y los que tienen chica tailandesa. Los segundos se ven por todas partes, son personas que aparentemente dijeron en la casa “necesito tiempo para encontrarme a mí mismo. Me voy para Tailandia y solo”. Creo que lo que querían decir era “necesito encontrar a alguien y que nadie se de cuenta que lo estoy haciendo. Me voy para Tailandia y solo.” Las damas de compañía de estos señores están dispuestas a acompañarlos a los templos (que habrán visto mil veces con mil viejitos más), a acompañarlos a los centros comerciales para que les compren muebles (lo juro, pero de eso sí no tengo fotos), y a hacer cosas que no me constan y que no me gustaría describir en un correo que tal vez pueda leer alguno de mis futuros hijos (no tenemos ni hay alguno encargado, tranquilos, el matrimonio se basa en amor único y verdadero, no en el afán de adelantarnos a una barriga desproporcionada. Además, hagan cuentas y después vean a Adri, está más flaca que nunca).

Volvamos al tema, los viejitos con moza tailandesa. Pues que hagan lo que se les de la gana. Ellos finalmente sabrán que quieren y pues se morirán en poco tiempo entonces tocará dejarlos, últimos deseos y todo eso, aunque yo no haría lo mismo.

Pero los viejitos con su esposa son lo máximo. Van caminando despacio porque saben que este es tal vez una de las últimas oportunidades de ver cosas raras y de conocer sitios lejanos. Se toman todo el tiempo del mundo para conocer, aprender y entender la cultura tailandesa, y pueden demorarse el día entero en un templo que normalmente se visita por completo en media hora. Llevan una cámara digital que no saben usar bien pero pues finalmente saben que hay que espichar como en todas las cámaras y que después el nieto les revelará ese rollo de 200 fotos en el computador. Esperan a su esposa cuando caminan, ella los espera a ellos, siempre se quedan mirando las estatuas de los templos y no sudan casi porque siempre van de blanco y se echaron medio tarro de bloqueador, además de tener puesto un gorrito blanco de pescador. En una palabra, son tiernos.

Estos viejitos dijeron en sus casas “no se preocupen, vamos a Tailandia pero con guías y en buses con aire acondicionado. Vamos a estar bien y solamente es una semana, además nunca nos hemos dado un lujo como estos”. Después de tres días de tour, algunos de ellos se aburren del guía y salen a caminar por ahí. Se encuentran con el estúpido australiano que les cuenta el cuento. Le creen todo y sienten que es como un hijo o como un nieto (el proteccionismo de las personas incrementa exponencialmente con cada generación que se agrega debajo de ellos). Le dicen que tranquilo, que ellos le ayudan. Qué necesita? Pues si, yo tengo tarjeta de crédito, pero no entiendo para qué la necesita. Pues yo realmente no sé nada de eso, yo solo la uso para pagar en los sitios y saco plata en los cajeros, pero pues si usted sabe lo que hay que hacer…

Segundos después el australiano está corriendo por Ratchadamnoern Nok hacia el otro lado con la tarjeta de crédito de los viejitos, después de amenazarlos y decirles que los mata si no le dicen la clave. Ellos lloran, buscan a alguien pero todos hablan tailandés. Caminan al hotel rápidamente aunque saben que no pueden, hace mucho sol. Llegan al hotel sudando y con el corazón a mil (y ellos tal vez se tienen que preocupar más que yo). Del hotel llaman al lugar de la tarjeta de crédito y la cancelan, pero ya la usaron y sacaron 500 dólares.

Aquí es donde uno se pregunta si será que la malicia indígena finalmente es buena o mala. Y si uno hace esa pregunta en voz alta, siempre alguien levanta la mano con una “gran idea” que simplemente es una fórmula de “si..entonces” aplicable a cualquier situación controversial: “pues yo creo que la malicia indígena hay que saber usarla, porque no es ni mala ni buena, simplemente es. Y yo la puedo usar para hacer el mal o para hacer el bien, eso todo depende de mí. Entonces si me preguntan si yo la usaría, yo sí la usaría pero para el bien de todo el mundo. Gracias.” La reina se acaba de ganar la corona. Por favor, hagan el ejercicio de cambiar las palabras “la malicia indígena” por las siguientes:

- los computadores

- Internet

- los carros

- la globalización

- la eutanasia
- el aborto
- la clonación
- la tecnología
- el azúcar
- la sal
- el aire acondicionado
- los forwards
- los correos de seis páginas para mil personas en los que uno cuenta a todo el mundo cómo le fue.
- (manden opciones y las digo en el próximo correo)

domingo, febrero 13, 2005

4. Cuaresma en Nakhon Sawan

4. Cuaresma en nakhon Sawan

Esta semana fue miércoles de ceniza, verdad? Sinceramente yo no tenía ni la más remota idea, sino que hay una señora en mi oficina que es católica y siempre me habla de cosas que yo debería saber, como si acabara de encontrar al gran devoto de occidente. Supe que era católica porque estabamos en un almuerzo y ella me preguntó por mi religión. Le dije que era católico, y sentí que estaba en una de esas situaciones donde uno cree que puede inventarse lo que quiera sobre su religión porque está en medio de una cantidad de gente que no tienen ni idea de Cristo y su historia. Me preguntó que si iba a misa todos los domingos y, comenzando a emocionarme con mi posible ventaja de mentiras creíbles (como cuando un extranejro le pregunta a uno por artesanías muiscas y uno responde con cualquier invento: “si, si, del sur de Colombia, en el Valle…esa figurita es un león mitológico”) le dije que en nuestra religión no somos tan intensos como ellos.

Ella me miró con cara arrugada (esa que es como diciendo “aaah? No creo!”) y me di cuenta que había algo raro. Le seguí afirmando que los católicos no íbamos a misa tanto como los budistas, y ella en ese momento me dijo “esque yo soy católica”. Aaahhh, entonces… vale. Me comenzó a dar un sustico porque me di cuenta que si uno era católico en un país budista, había dos posiblidades: tenía que ser católico de verdad, o un católico inventado. En este caso, mi interlocutora es una católica de verdad. Me contó que el primer sábado de cada mes iban a Ayuthaya a una iglesia católica (el resto de los sábados van a una en Bangkok) y que cargaban a la virgen… alguna virgen (esque no me acuerdo cual) y se devolvían por la noche. Claro, a este plan me voy a pegar cada primer sábado del mes, para volver a mis raíces católicas y también para tener plan en estos días.

Todo esto lo explico para contar que, por cuestiones de calendarios superpuestos, en Tailandia el miércoles de ceniza es un viernes. La razón es un conflicto de calendarios: este miércoles de ceniza coincide con el año nuevo chino. De eso se trata toda esta historia.

Kerati es un amigo circunstancial que conocí en una comida con consultores de transporte, que vive en Tokio pero es tailandés, y al parecer tiene la misma falta de plan que yo y por eso me invita a todas partes. Pero ha sido muy provechosa su compañía porque me ha llevado a conocer la capital antigua y también me ha enseñado a hablar tailandés como toca.

El fin de semana pasado, Kerati había dicho que iba a ir a su ciudad natal. Yo accedí a acompañarlo, pero me dejó con los rulos hechos cuando me llamó el viernes y me dijo que ya no podía ir porque le tocaba trabajar. Vale, tranquilo, igual yo iba a ir al zoológico y al médico porque estaba enfermo, pero esa historia ya la conté.

Pero el miércoles, día del año nuevo chino, Kerati me llamó al celular y me dijo que si quería ir a Chinatown a ver toda la celebración. Vale, chévere, por qué no. Imagino que será lo máximo.

Ese día en clase de Thai, la profesora nos contó que Chinatown iba a estar lleno y que ella, aunque era de ascendencia china (casi toda Tailandia es de familia de ojo rasgado), no iba a asistir. Pero que era lo máximo… Bueno, igual pues tocará ir porque en Bogotá no hay chinatown ni tampoco año nuevo chino. Además, pues toca reemplazar el miércoles de ceniza con algo, no? Entonces salí de mi clase de Thai para ponerme la camisa roja (el rojo es super importante para los chinos, y en el año nuevo hay que tener camisa roja para la buena suerte) y esperar la llamada de Kerati, que me había dicho que pasaba por mi casa a las 6:30.

6:35. Este imbécil ni llega ni llama. Me sentía nuevamente traicionado por el pesado itinerario de mi compañero de desparche. Sentado en mi cama esperando que me llamara, con la camisa roja de bicicletas, supuse que ya no habría año nuevo chino que ver, y lo iba a reemplazar por una comida en McDonalds.

Sali caminando de mi casa, cabizbajo y pensando “no tengo amigos, y el único imbécil que se aproxima a esta categoría se corre de los planes”. Salí por la callecita de la casa y sonó el teléfono. Kerati! Ah, vale, tengo que llegar a la estación central de Bangkok, donde salen los trenes para el norte. Listo, Kuaaaa Lampoooon. Me hizo repetir el nombre tres veces para ver si lo pronunciaba bien, y quedé listo para emprender el viaje. Cogí un tuk tuk y le pronuncié el lugar, a lo que el conducto respondió lentamente y mirando al piso “Kuaaa Lamphoooon, chai chai, hasip baaaht”. Cincuenta baht! Ni loco, man! Cuarenta… bueno, cuarenta pues, móntese.

Llegué a la estación y era inmensa. No había forma de llamar a este man porque había cogido el metro y ahí no entra el celular. Esperé durante media hora hasta que por fin me llamó y me dijo que ya estaba llegando. Vale, cogimos un taxi y llegamos a un sitio donde había un trancón inmenso. Nos bajamos del taxi.

Mi emoción era algo intensa, pues realmente esperaba ver un espectáculo largo e impresionante. Al bajarnos del taxi se oía la pólvora y las personas hablando por parlantes, y las calles estaban llenas de gente con camisas rojas por todas partes. Vendían unos dragoncitos con tambores incluidos para celebrar, y seguimos caminando para encontrar el espectáculo central.

Llegamos a un lugar infestado de gente donde sonaban cientos de canciones y personas hablando de cosas en chino y tailandés. Era como ir a un bazar gigantesco donde nadie sabe a que va ni de dónde viene y tratan de comprender lo que está pasando por todas partes pero puede entender nada porque el de al lado habla de una cosa y el de atrás empuja para otro lado. Realmente, el año nuevo chino en Bangkok se convierte en un tumulto de gente caminando por las calles y buscando comida entre los chuzos que hay en la calle. Otra vez se ven los mantis fritos, las cucarachas, y una que otra sopa de intestinos de marrano o cangrejos vivos que uno escoge para que se los preparen en una olla de agua (u otra sustancia líquida). Kerati tenía ganas de comer algo típico, pero yo acababa de llegar donde la enfermera de Naciones Unidas (creo que me voy a volver en el mejor amigo de ellos) que me había dicho que mi estómago no estaba de acuerdo con la comida tailandesa, y que tenía que comer Burger King (el sistema médico de este país es lo máximo, le dicen a uno lo que uno quiere oir!). Entonces le dije a mi acompañante que podíamos ir a un sitio de esos asquerosos y yo lo veía comer (como dice a veces mi papá), pero que después yo buscaba otro sitio de comida más occidental (es chistoso que la comida se divide en oriental y occidental, y la occidental se divide en europea y McDonalds). En medio de la desesperación, Kerati prefirió ser buen anfitrión e ir conmigo a un sitio de comida “europea- occidental”. Entonces seguimos caminando entre el tumulto cada vez más denso, y pasábamos al lado de comida que parecía por molestar, como si uno estuviera en una casa de miedo y hubiera brujas preparando ollas gigantescas con caldo de ojos de gato (realmente son unas bolitas de cerdo, pero parecen ojos). A Kerati se le iban los ojos y me preguntaba “you sure you don’t want…” y sugería cosas que yo no imaginaba que se pudieran mezclar en un plato.

De pronto, vi un aviso que decía “grill” y, para mi asombro, un montón de pinchos de carne, con tomate y pimentón y cebolla, preparándose en la calle. Casi lloro de la emoción, porque había encontrado algo con lo que mi estómago estaría de acuerdo y que no moriría de hambre esa noche. Abrí los ojos y le dije a Kerati que yo quería eso. El me miró con una cara de “usted no puede estar hablando en serio. Estamos en Tailandia, en el festival del año nuevo chino, y usted quiere comer pinchos?” Jeje, pues si. No dizque estamos en la globalización? No dizque queremos echarnos de cabeza en las aguas de lo intercultural? Ah bueno, entonces qué tiene de raro comer pinchos de carne en el Chinatown de Bangkok, un colombiano y un chino-tailandés? Solo falta que nos estuviera acompañando un gay islandés socialista y la situación genera un corto circuito en la realidad, porque no puede haber tantas incoherencias en un solo momento y lugar. Por lo pronto, pedimos el pincho y esperamos mientras el resto de la gente pasaba comiendo pescado ensartado y sopa de verduras.

Después de la extraña situación del pincho, seguimos caminando hasta un punto en el que no podíamos movernos para ningún lado. Un joven tailandés gritaba frases incomprensibles (bueno, es que era tailandés) y señalaba para adelante y para atrás. Le pregunté a mi traductor, y me dijo “no, esque la princesa está más adelante y por eso es el tumulto, entonces el tipo dice que nos quedemos acá o que nos devolvamos”. Pues nos devolvemos, porque realmente no creo que vayamos a ver a la bendita princesa, y si la vemos será como ver un puntito blanco que mueve la mano y saluda mientras todos gritan. Al tratar de dar la vuelta, me di cuenta que la mitad de la gente que estaba allí era extranjera, y que los gritos del muchacho solamente llegaban a la mitad de la población (que querían ver a la princesa y se quedaban allí), mientras que el resto trataba de seguir avanzando aunque les estuvieran advirtiendo (en un idioma que ellos no conocían) que era imposible moverse un paso.

La idea de todo esto era ver un tal dragón gigantesco que debía pasearse por las calles y entrar a bendecir los almacenes. Pero en este tumulto era imposible que un dragón pudiera transitar, entonces tuvimos que salir a buscarlo a otro lugar. Por fin, encontramos a una especie de lagartija compuesta por 10 seres humanos que la cargaban, algo flácida y desnutrida, que decíase era un dragón. Teníamos que meter plata en su boca para que nos diera buena suerte, y ese era el fin de la sesión.

Ahí nos devolvimos. Me quedé pensando que si eso era un año nuevo chino, que no entendía por qué tenían que hacerle tanta bulla, no era nada raro, y ese dragón no era como el que muestran en las películas y en las propagandas, sino era una chanda! Ah, debí haberme quedado en la casa… me bajé del taxi y me fui a dormir a mi casa temprano, desilusionado.

Antes de bajarme del taxi, Kerati me había dicho que el tal vez iba a su ciudad natal en el fin de semana, y me preguntó si yo quería ir. “Si, claro, para que me deje plantado otra vez, idiota”. Me dijo que esta vez si era en serio, pero que de todas maneras me llamaba a confirmar el viernes por si acaso. Bueno, pues, será creerle.
El viernes era el miércoles de ceniza. Qué frase tan rara. Entonces la señora de mi oficina, la leal católica, me había invitado a la misa de la noche para que me pusieran la cruz en la frente. Listo, rico, cualquier cosa es bienvenida, como siempre. Ya estaba planeando mi fin de semana y tenía pensado ir a otro templo gigante que hay cruzando el río, porque Kerati no había llamado. A veces me siento como una mujer con un mal novio: “claro, usted siempre llegando tarde y quedándose en el trabajo, y yo aquí, como una imbécil, plantada esperándolooooo". Pero esta vez, el mal novio apareció: por la tarde, Kerati me llamó y me dijo que iba a salir ese mismo día, y que si yo podía llegar a su hotel a las 7:30 de la noche para arrancar desde allá. “Bueno pues, será no ir a la misa de mi religión por acompañarlo a usted a su capricho… después no diga que no lo acompaño a sus cosaaaas”. Decliné la invitación a la misa y la cruz gris en mi frente, y alisté las maletas para irme a Nakhon Sawan, sin siquiera saber por qué iba a ese lugar. Pero pues era un plan y duraba todo el fin de semana, además iba a conocer. Vale.

Por fin, terminamos saliendo de Bangkok a eso de las 9 de la noche, y llegamos a la bendita ciudad natal de Kerati a las 12 de la noche. Todo el mundo seguía en la calle, y Kerati me dijo que era porque aquí todavía seguían celebrando el año nuevo y que duraba hasta el sábado.

No jodás! Otra vez esta pendejada, el tumulto de gente y el dragón desnutrido? Qué planes tan estúpidos los de este man… en ese momento me quería devolver en el primer barquito que viera, pero a esa hora ya no viajan porque de noche es muy peligroso, entonces me tocó quedarme esperando a aguantarme otra vez el espiche del miércoles, esta vez durante todo el sábado.

Al día siguiente, después de dormir en una cama con cobijas de Winnie pooh y almohadas de Disney, en un cuarto lleno de libritos de star trek y Tiggers, piglets y más winnie poohs (el cuarto de Kerati, él se quedó a dormir en el de su hermana), me levanté para ir a la celebración, esperando lo peor.

Por fortuna, esta ciudad es la más grande “colonia” china de Tailandia. Pero cuando llegamos, aunque estaba lleno de gente, se podía ver lo que estaba pasando y el dragón era como el de las películas! Explico todo mejor:

El evento, subisidiado completamente por la comunidad china, consiste en que dragones, tigres y otros personajes de la mitolología china se pasean por las tiendas de la ciudad haciendo espectáculos. Por su parte, los dueños de las tiendas deben preparar sobres con billetes para entregarle a todos y cada uno de los pobres personajes disfrazados (en ese calor, sudando como caballos) uno de ellos. Todo lo que recolectan lo entregan al templo del sector, y con eso subsisten cada año.

El espectáculo central del evento es el dragón gigante, cargado por cincuenta personas y bailando y brincando por todas partes. Cada 300 o 400 metros, se detiene para hacer un show: elevan un poste de 30 metros donde se montan 7 personas y suben el dragón hasta la parte de arriba. Desde ahí, siguen bailando y el dragón subsiste gracias al esfuerzo de estos personajes. Segundos después de que el gigantesco animal se ha incorporado en el poste, se ve otro de ellos elevándose como una catapulta y con una sola persona en la punta: es el guerrero que va a atacar al dragón. Comienza una pelea en el sexto piso del barrio: el dragón escupe agua por su boca y el guerrero pelea con un palo azul que realmente no sirve para nada, mientras abajo todos aplauden y los tambores suenan para darle ambientación al espectáculo. El guerrero baja de repente, y sube un guerrero 10 años más joven para seguir peleando con el dragón. Después de este turno, cambian al guerrero y ahora sube un muchachito de 12 años a luchar con el animal, para finalizar la batalla (no porque alguno se muera, sino porque ya es hora de bajar y de continuar con la procesión).

Entre todos estos sucesos, pasaba un carro con una olla llena de agua bendita y una señora nos echaba agua en la cabeza para bendecirnos. Después de un rato, llegaba un señor con un cubo rojo como de cera y todo el mundo se arrodillaba en el piso (yo tenía que actuar como el resto, entonces para el piso). De pronto el tipo comenzó a mojar el cubo en un agua extraña y le pegaba con el cubo a la gente en la frente. Carajo, trepanaciones! Bueno, finalmente no era tan grave: era como un miércoles de ceniza porque todos quedábamos con la frente roja y nos parecía super normal. Entonces me imaginé que era la cruz gris y me dejé golpear en la frente para quedar con una mancha roja que simbolizara algo (Kerati tampoco tenía ni idea lo que eso quiere decir).

En medio de todo esto también había pólvora que prendían cada diez minutos. Cada vez que iban a prender una cuerda de estas, le hacían señas a todos para que se quitaran. En una de estas ocasiones, hicieron señas y todos se quitaron, y comenzó a sonar la pólvora. Pero, como una perfecta situación de Murphy, un ciego estaba pasando por ahí y casi le da un ataque cardíaco. Tuvieron que socorrerlo y dejarlo dentro de una tienda, donde respiraba con dificultad.

Después del dragón, todo el festival se termina y justo detrás vienen los carros de bomberos (por si alguien se quema con la pólvora) y los del aseo. Limpian las calles y vuelven los carros. Veinte minutos después, la gente camina como si nada… es super raro, como si no hubiera habido una celebración de año nuevo. Yo comparaba con un año nuevo en Bogotá, donde la gente se queda dormida durante el día siguiente y no quieren saber nada por el guayabo tan terrible… raro.

Después de todo esto, los papás de Kerati nos invitaron a comer y todo volvió a la normalidad. Como siempre, me dormí temprano porque prefiero quedarme pensando en español a estar oyendo personas hablar en Thai, y ahora estoy al otro día escribiendo esto en el patiecito de la casa, esperando a llegar a Bangkok otra vez porque estoy desesperado del calor y en esta ciudad no hay nada que hacer. Con todo, logré escribir este correo más coherentemente de cómo comencé (llevo dos horas recortando y pegando para ver si hay alguna forma de explicar el cuento).

domingo, febrero 06, 2005

Correo 3. Gracias doctora, o Bangkok es de infarto: Una aventura psicoanalítica

0. Prefacio (?)
Casi no escribo esto. Tenía que esperar a conocer el final de la historia para poder contarla, porque si no hubiera sido inconclusa. Además, veía dos finales posibles y cada uno tendría que tener un relato completamente distinto. Aunque sea Rayuelesco, escribí los capítulos en desorden cronológico, pero cada uno tiene un número que los ubicará temporalmente. Si no entienden con la lectura propuesta aquí, por favor léanlo del 1 al 7 (si, es completamente Rayuelesco, pero es la mejor manera de escribirlo). Algo adicional es que la historia tomó forma en un McDonalds, pero les prometo que es buena.

Ah, esto tiene dos dedicatorias: la primera (circunstancial) es a Rodeolandia, que cerró hace unas semanas y me enteré ayer. La segunda es a Adri, que protagoniza la historia mientras se recupera de su nariz.

5. Al otro día del gran mal: el trabajo en la oficina

Cinco y media de la mañana… ya? Maldita sea, no dormí un carajo y tengo que levantarme para ir a la oficina.

De alguna u otra manera sentía que era mi responsabilidad levantarme a las 5:30, alistarme, desayunar y llegar a la oficina a las 6:30 am. Ahora que no lo hago (me levanto a las 6:00 o 6:30 y llego a la oficina a las 7:30), me doy cuenta que lo hacía porque, al llegar a la oficina, eran tantas las preguntas que me hacían por Messenger que tenía que dedicar por lo menos una hora a responderlas. Ahora han sucedido varias cosas: le digo a la gente que me escriban y que después les responderé con calma, o simplemente hablo con ellas un ratico y después les digo con sinceridad: “sé que en su caso son las 7:30 de la noche y ya terminó su jornada laboral, pero en mi caso son las 7:30 de la mañana y mi día hasta ahora comienza!”

Pero ese no es el tema. El tema es que me levanté a las 5:30, preparado (creo) para ir a la oficina. La noche la pasé casi en blanco, y tuve que hacer un esfuerzo para despertarme del todo, dejar las cobijas a un lado y caminar en zigzag hasta el baño. El día comenzó bastante mal…

Una vez desayunado (mi primer desayuno del día: un yogurt y Corn Flakes), salí para mi oficina. Llegué, todo muy bien, pero el dolor en el pecho seguía molestándome. Qué desespero, me acordaba de la película de Jack Nicholson que estaba brincando con la novia y de pronto le dio un ataque cardíaco que lo dejó tirado en el piso. Pero, y si de verdad tengo un prodromo de ataque cardíaco y estoy cerca de mi muerte? Me voy a morir aquí? En Melgar? Mucha estupidez terminar su vida en medio de una ciudad donde a uno lo conoce solamente la secretaria, y que quién sabe qué manada de peripecias habría que hacer para devolver el cuerpo en el ataúd (aunque creo que VISA cubre eso, para eso conseguí la tarjeta de crédito), y el funeral tres días después… mejor dicho. Ni pensemos en eso…

Pero seguía pensando en eso. No podía dejar de pensar en el dolor que tenía y que probablemente me haría caerme en medio de una calle, con un montón de gente desconocida alrededor y ninguno atendiendo el caso de aquel muchacho de gafa azul y nariz roja (se ha vuelto roja con el sol, maldita sea, y el resto de la cara sigue igual).

Tengo que ir al médico. Al lado de la cafetería del edificio, justo frente al travesti que vende los helados (esa parte la cuento después) está el centro médico. Ojalá no cobren, no?

3: El dolor inicial
Estaba caminando a la oficina después de llenar la botellita de agua en el dispensador que queda al lado de los ascensores (me he convertido al consumo de agua porque es gratis, no porque sea mejor o más rica). Camino y de pronto siento un jalón en el pecho.

Tan raro… ah, que pereza, ahora quién sabe qué carajos me va a dar. Tengo 25 años y voy a ser la persona más joven de la historia en tener un ataque cardíaco. Sí tenía razón todo el mundo, no me puedo estresar porque me puede dar algo grave, y ahora no hay vuelta atrás. Estoy a minutos de mi muerte y ni siquiera he escrito mi testamento. Veamos: los libros, pues que Adri coja los que quiera y el resto se los dé a Luis, a menos de que Mario o Lili quieran algunos. Kundera si que los coja Adri y que le devuelva a la abuelita La despedida y La inmortalidad (esos son de ella), y que le diga que si quiere otro de los míos para reponer el robo malintencionado. Carajo, pero también Raúl podría quedarse con otros… los de etología? No, esos Luis también los querrá… y Andrea? Y Diana? Ah, creo que lo mejor va a ser que Luis, en medio de su sensatez, los divida entre todos los que estén interesados. Finalmente, son como 170 de psicología. Pero, y los de Einstein? Ah, esos déjenlos ahí de recuerdo, no creo que a alguien le interese leer una historia repetida en 21 libros con distintas variaciones y una que otra foto nueva.

Bueno, eso en cuanto a los libros. La bicicleta, pues que Mario la coja, a menos de que Adri la quiera. El casco pues seguro se queda Mario con él, y todo el resto de los accesorios.

Gracias a Dios esas son mis dos cosas de mayor valor. La cabeza de frenología que se la lleven para el laboratorio y la pongan en un sitio en que nadie la toque, porque se le pueden borrar las líneas. De resto, el cajón de abajo que lo coja Adri y lo guarde, junto con todas mis pendejadas y adornitos chéveres que he recopilado en esta corta vida. Entonces eso ya está claro. Pero, y el matrimonio? Ese si no se puede dejar encargado! Y Adri? Nooo, que complique esto de prever la muerte. Por qué no más bien dejo de pensar en eso y no más.

Minutos después de haber decidido que no me iba a molestar más el pecho, vuelvo a pensar en eso… Y si me da mientras estoy solo? O en el apartamento? Quién se va a dar cuenta? Pueden pasar días enteros y nadie se da por enterado… tal vez la señora que limpia el cuarto entra a limpiarlo y me ve ahí tirado en la cama y dice “veeee, ese chino sí que duerme, creo que no ha salido en toda la semana. Será volver después” (todo esto en Thai). Espero entonces que Cheer me llame al celular, después a la casa hasta que vaya a buscarme y un hombre que encontró en la calle (fuerte, grande) tumbe la puerta (no importa que en mi casa haya copia de las llaves, igual ella tenía que hacer las cosas de esta manera porque es una situación de emergencia, y las emergencias necesitan de acciones extremas como botar puertas, romper vidrios, gritar, empujar gente, hacer caras, etc). Me sacan, llaman a Adri y a Lili y resuelven lo que van a hacer conmigo.

(Para resolver la parte de comunicación Bangkok- Bogotá, escribí un correo entre Cheer y Adri, para que las dos se conocieran y para que supieran los datos de cada una, y así podrían comunicarse como un bólido en caso de que algo me hubiera pasado. Buena idea).

Entre estos pensamientos pasé la tarde de ese día, y la noche fue parecida, sino que peor porque ya había leído en Internet los posibles síntomas: dolor de pecho, y tiene que haber uno (o más) de los siguientes síntomas: dolor en alguna parte superior del cuerpo, mareo, falta de respiración, y otras cosas que ya no me acuerdo porque yo decidí que de una manera u otra me iba a dar dolor en el brazo izquierdo, porque es el síntoma clásico de infarto.

4: Noche terrible
Claro, durante toda la noche sentí mi brazo pesado, adolorido y no me daba cuenta que ya no tenía dolor en el pecho y que no me sentía mal por ese lado. Histérico! Freud sí era un pilo en darse cuenta de esas cosas. Y yo, habiendo leído parte de su lora, no podía dar con que estaba inventándome todo.

La noche fue acompañada de noticias de CNN, porque es el único canal que tengo en inglés y ya me sé de memoria las noticias de Condoleeza Rice e Irán, Irak, las elecciones en Bagdad, y el segundo mandato de Bush (sorprendentemente, estos tres grupos de noticias pueden durar semanas enteras, con pocas variaciones pero siempre parecen nuevas). Los otros canales de la televisión son en Tailandés, aunque hay dos más en chino. A veces tengo la suerte de encontrar una película en inglés con subtítulos (a Tailandés o a Chino) y puedo verla por pedazos. Gracias a Dios no me gusta la televisión, porque si no ya la hubiera cogido a puños, llorando por buscar un canal interesante. De todas formas, el aparato ese no me hubiera entendido porque el menú es en Tailandés y el sleep también! Entonces para poner sleep me toca espichar el botoncito y salen garabatos raros hasta que yo intuyo que lo puse para una hora.

Pero poner la alarma en el televisor! Eso sí fue una hazaña. El primer día en Bangkok, yo no tenía despertador. Con el jetlag tan absurdo, sabía que tendría que poner una alarma para levantarme al otro día, pero no había traído nada con esa función. Caí en cuenta que el televisor podría tener alarma y la busqué. Sabía que tendría que encontrar un sitio donde hubiera algo parecido a una hora (algunos dos puntos encerrados entre dos grupos de dos digitos, seguidos de un am o pm).

Después de cambiar el brillo, el contraste y el “hue” (?) y dejar a los protagonistas de la tele con cara verde y un poco cauchudos, con sombras blancas, por fin encontré el lugar donde se tendría que cambiar la hora de la alarma. Puse: 6:00 am. Ahora, el problema era saber si lo que había hecho era cuadrar la hora en la que estábamos o la de la alarma. Pues ni idea. Esperé dos minutos y, tal cual, el reloj decía 6:02 am. Entonces otra vez, busque el bendito lugar de la alarma hasta que lo encontré. Puse la hora y después me di cuenta que había un garabatico que aparecía y desaparecía, como una opción adicional. Espichaba el botón y se quitaba, pero lo volvía a espichar y lo volvía a ver. A su lado, un dibujito como una lavadora esquemática, de esas que se mete la ropa por el lado.

El extraño signo quería decir que la alarma estaba prendida o apagada… y cómo era que estaba prendida? Con el cosito o sin el cosito? Yo seguía pensando maneras de lograrlo. Entonces pensé en cambiar la hora de la alarma para dentro de un minuto y esperar para ver si (con el cosito puesto) iba a sonar. En ese momento entraron los dueños del chuzo y me tocó preguntarles. Por fin, tenía que estar con el cosito puesto para que sonara la alarma, aunque nunca le entendí al man qué quería decir (una conversación entre gente que sabe poco inglés y otro que no sabe Tailandés es como ver un par de trogloditas en busca de un idioma común, faltaban los garrotazos y salir con la mujer arrastrándola del pelo).

Pero ese no era el tema! Yo estaba acostado y esperaba entrar a etapas oníricas en medio de los debates de si Bush iba a tener un buen segundo término, que si Clinton tuvo mala suerte entonces que Bush tal vez también, pero que entonces no porque el man sabía hablar… por ahí salía una musiquilla de los comerciales tailandeses y después volvían al mismo bendito tema, horas y horas enteras. Por fin, se apagó el televisor y yo me concentré en mi mal. Cada vez sentía más dormido el brazo izquierdo y me seguía imaginando la escena de un dolor intenso en el pecho y mi cuerpo cayendo al piso, buscando el teléfono que queda al otro lado del cuarto y llamando a Khun Chai Wat (el nombre del dueño del sitio) para que me ayudara, o que tal vez ni siquiera alcanzaría a llegar porque el dolor era muy fuerte y me dejaba ahí tirado.

Cómo me voy a dormir así? Mis últimos minutos de vida los voy a pasar echado en una cama? Qué tristeza, solo, íngrímo, sin el cuerpito de Adri al lado para que me diga que no me preocupe y que deje de ser tan bobo, los dos abrazados. Recuerdo ese abrazo y me duermo.

1: Adri: mi corazón
Estoy acostado en la cama de Adri, ella está escribiendo algo en el computador y termina. Se acerca y me dice que si dormimos un ratico. Vale, rico, aunque yo estaba dormido desde hacía como una hora (mi hipótesis es que la cama de Adri tiene sustancias narcolépticas que no me dejan estar despierto cuando estoy ahí, así esté sentado). Ella se acuesta despacio y pasa su brazo izquierdo por encima de mi tronco para que nos cojamos de la mano delante de mi pecho. Le doy un beso en la mano y le digo que la quiero, a lo que ella responde con otro beso en la mejilla izquierda. En ese instante me doy cuenta que el amor también es físico, y que estos abrazos van a ser lo que me permitirán vivir tranquilo el resto de mi vida (pienso brevemente en Bangkok, que está a unos meses de distancia, y me doy cuenta que tengo que aprovechar esos abrazos para recordarlos cuando esté allá).

Un rato después, Adri me dice que mi corazón late muy rápido. Me pide que me despierte porque yo ya he dormido mucho (es verdad), y me dice que el de ella va como a la mitad del ritmo. “Usted está estresado o preocupado?” Pues yo no creo… tan raro… será que me va a dar algo?

“Carlie, deje de ser tan bobo, por qué le iría a dar algo? Usted siempre está pensando en ese tipo de cosas”. Ella lo dice con un tono que, al tiempo que me hace caer en cuenta de mi nivel de estupidez, me tranquiliza. Después nos quedamos mirándonos el uno al otro y ella me dice que yo respiro muy rápido, que tal vez por eso es que mi corazón va a mil. “Mire…” me pone mi mano sobre su barriga y me dice que respire a esa velocidad para que mi corazón se tranquilice.

Imposible, amor. Para que yo alcance esas lentitudes de latidos de corazón tengo que irme al Tibet durante 10 años, raparme y volver con túnica anaranjada venerando al gran Señor Buda. Prefiero quedarme a su lado un rato cada día para tranquilizarme.

Ahí nos volvemos a dormir, esta vez Adri está con su cabeza encima de mi pecho y su brazo me rodea. Yo la abrazo igual y la acaricio despacitico. De pronto ya es hora de irme para mi casa.

6: El doctor
- Sawatdeee krab. your name?
- Carlos
- How dooo yooouu spell…. this?
- C A R L O S.
- Oh, Caalas! Ok, please sit and wait for the doctor.
- Kop kun kraaab,
El medico me atiende casi de inmediato, dado que en la sala de espera del centro médico de Naciones Unidas no hay nadie. Me hace sentar a su lado, justo al lado de la mesa (no en frente) y me comienza a hacer preguntas. Describa el dolor de pecho, tiene usted fiebre, qué más ha sentido… vale. Camine para el consultorio.
Me pongo la batica azul y me siento como si me fueran a llevar en camilla directo para el hospital. Mientras el doctor vuelve, me imagino agujas y caras de asombro, gritos desenfrenados a la enfermera pidiéndole cosas en Tailandés porque yo estoy muy grave, y hasta me imagino horas después metido en un quirófano y tratando de explicar que no es para tanto, que yo siempre he sido así, que de verdad no me tiene que abrir, pero nadie me entiende y veo la máscara de anestesia general al lado de una mesita llena de bisturíes y aparatos metálicos raros que podrían tener cualquier intención menos la de curar enfermos.
Diez segundos después de desaparecer, vuelve el médico con el estetoscopio (mis pensamientos desvanecen cuando lo veo porque no hay jeringas). Eee! Vamos a ver qué tengo…
- Respire hondo, bote el aire… otra veeeez… otra veeeez… bien. Ahora acuéstese de lado, esto duele? Esto duele? Esto? Y esto? Y esto? Y esto? Y esto? Su corazón late super rápido, eso es normal? (cara de angustia enmascarada)… ah, bueno.
Como joden. Después de estas preguntas me dice que me puedo poner la camisa otra vez, y que vaya a la oficinita.
- Pues man, finalmente no tiene nada raro. No le puedo decir nada de su corazón porque está dentro de los límites normales, aunque rápido. De todas formas, es super fuerte.
Bueno y el estrés?
- Ah, claro. Ya entiendo todo. Si, mi hijo vive en Chile y le pasa lo mismo. Usted de dónde es? Ah, claro, son 12 horas, no? Si, pues es duro, las primeras semanas van a ser un poco terribles, pero también puede hablar por chat con su familia, no? Tiene que conseguirse un Internet de banda ancha, y así no hay problema.
Bueno, en cuanto a su remedio… coja, este papelito dice que tiene que irse ya para su casa y mañana no venga. Vaya a cualquier sitio, vaya de shopping (usó esta palabra) y tranquilícese, tómese la vida con calma. Listo, chao, muchas gracias por venir, espero que esté muy bien.
Con base en lo anterior, nos podemos dar cuenta de las estrategias de los médicos: si no hay nada claro para decir, hay que hablar de alguna de las siguientes cosas: café, alcohol, cocacola, estrés o nutrición. Claro, todo se arregla con dos días de incapacidad o diciendo “deje de tomar/comer/hacer” cualquier de las anteriores, o “comience a” comer bien, dormir bien, sentarse bien, afeitarse, planchar su camisa…
Tan querido el hombre.

7: El descanso de la tarde
Después de mi visita al médico, volví a la oficina y me invitaron a almorzar en un palacio (esto suena como a un capítulo de Alicia en el País de las Maravillas, pero es verdad. Un palacio que tiene restaurante super rico). Durante el almuerzo no paraba de pensar en mi condición de estresado que siempre me diagnostican, como cuando uno se porta mal en clase y lo ponen en la esquina para que todos lo vean.

En esta ocasión, estaba con tres personas de la oficina (tres mujeres, una gordita y mayor que se ríe todo el día y me regala chocolates como si tuviera 6 años). Me preguntaban cosas durante todo el almuerzo, para que yo pensara en otra cosa. “And, Calaas, in Bogotá what do you eat? Calaas, where did you learn English? But, Calaas, where is this Bogotá anyway? Calaas, do you like fish? Calaas, did you know that we have ten kinds of mangoooo?” Extrañamente, respondí a todas las preguntas que me hacían, y ya he aprendido a pretar atención o voltear la cara cuando alguien dice “Calaas”. Lo mejor de mi nombre es que a todo el mundo le parece super raro. Siempre preguntan que si ese nombre es normal en Colombia, y yo a veces digo, “Pues, no tanto, sabes? Es más bien un nombre exclusivo, casi nadie lo tiene” pero en esta ocasión les dije que era como decir Bob en Estados Unidos o…. Ooo en Tailandia (ya he visto tres).

Esto me recuerda algo interesante. Cuando uno nace en Tailandia, el nombre de pila es lo que va a aparecer en la cédula y en los documentos legales. No obstante, en ese mismo momento los padres escogen (o inventan) un apodo para el muchachito/a. Esto comienza a explicar todo: mi asistente se llama Cheer, pero se llama Paranee Pihakaendr. Otro amigo se llama Oc pero se llama Kerati. Y casi todo el resto de la gente (hombre o mujer) se llama Oooo. Es como si los papás lo hubieran visto al nacer y hubieran tenido esa exclamación: “Ooo…” entonces así se quedó el joven para el resto de sus días.

Así, cuando a alguien (Tailandés) le preguntan el nombre, pronuncia algo bien largo e incomprensible. Después le preguntan “y su apodo?”, y responden con una sílaba super breve: Bib, Oc, Eee, Ooo, Oy. De esta manera, todo el mundo que se conoce se saluda como si fueran computadores viejos de pantalla negra con letras naranjas: “pip, ooo, Bib, Oc, Ap, tut”.

Esto es un problema conmigo: cuando me preguntaron mi apodo, yo dije “Carlie”. Ahí sí que casi se caen de para atrás: juepucha, si el nombre es tan complicado para qué carajos le pusieron un apodo peor de complicado? Hasta el momento, nadie lo ha podido pronunciar… he tratado también con Pardo, Pipe, Cacique, pero nada. Entonces ya todos se resignaron a decirme “Calaaas”, que finalmente podría funcionar como un apodo. Con el que no han podido es con el nombre de Adri: “Annndriana?” “Ayiana?”… mejor esperemos a que la vean para ver cómo le dicen.

Después del almuerzo decidí irme derechito para la casa para seguir el mandato del doctor. La tarde de descanso comenzó con un largo intento de dormir desde las 12:30 hasta las 3:30. Aunque no dormí, descansé un montón. Me sentía como si no hubiera comido hacía mil años, y seguía pensando en lo que el doctor me dijo. Claro, ahora las enfermedades se curan con la tecnología: conexión de banda ancha para el estrés, chat para la depresión… y lo peor del caso es que, después de eso, me fui para un café Internet de banda ancha a buscar a Adri para hablar por Skype.

Como lo había pronosticado el médico, me mejoré. La voz de Adri me alentó por completo y los 40 minutos que echamos de lora fueron como una extensa terapia en un spa. No sé qué tiene ella, pero es lo único que me puede tranquilizar.

Al salir del café Internet, caminé hacia el lugar más nutritivo que encontré para comer (McDonalds), y al estar cerca del lugar sentí que algo trepaba por mi pecho, un dolor intenso y prolongado. Me detuve y volví a prender la película de la camilla, los doctores, las jeringas, los desconocidos en la calle, etc. Segundos después, mi boca se abrió y emitió un erupto asqueroso que pudo haber matado una paloma o un niño si hubieran estado cerca. Aunque el tema de hoy no son los olores, este producto tenía un hedor compuesto por todas las porquerías que me han dado de comer durante los últimos días, mal digeridas y aún en el trancón que tengo en el esófago porque mi estómago todavía está tratando de comprender qué carajos es todo eso que tiene que sintetizar. Creo que con este erupto me desquité de cualquier olor que haya percibido en estas tres semanas, dejándolo para que se agregue al constante aroma Tailandés, que podría estar compuesto por este tipo de producciones más que por las comidas.

Después de esta momentánea expulsión de gas, me sentí mucho mejor y entré raudo y veloz al McDonalds (creo haber oído toses de los transeúntes que pasaban a mi lado, y algún comentario fuerte en Tailandés condenando mi acción. Pero esque si uno no bota los gases se enferma, créanme). Pedí el bigmac meal y caí en cuenta que aquí estaba mi historia de la semana: En el gas.

2: La profesión reprimida de Adriana
Adri me acompaña a responder correos de mi jefe en Alemania, mientras esperamos que pase el pico y placa para irnos a su casa. Cuando termino los correos, nos quedamos en la sala un rato y nos abrazamos. Yo le doy un beso en la frente y ella se voltea y me da uno en la boca, cortico. Esos momentos de silencio son para pensar en lo que va a pasar durante los próximos meses, en estos abrazos que no vamos a tener durante varios días. Ninguno de los dos lloramos, pero sí sentimos por dentro que hay algo que no nos deja estar tranquilos. El mayor reto de la relación, nos decimos a veces, y es cierto. El mayor reto de la historia de Adri y Carlie.
De pronto siento un dolor en el pecho y le digo a Adri que me revise. Ella feliz: manos a la obra, se pone a oprimir todas las partes de mi pecho y de mi estómago buscando algún mal. Por fin, me dice que yo soy un exagerado. “Pero qué cree que tiene? Un infarto a dos minutos?” Yo asiento con timidez, y ella se muere de la risa. Busca mis ojos pero no los encuentra porque miro hacia abajo, como un niño regañado. Coge mi quijada con la mano y sube mi cara con fuerza para que la mire: “Carlie, son gases”.
Gracias, doctora.


Pd: sigo vivo, y mis libros siguen siendo míos, vale? No se me ilusionen.