jueves, marzo 31, 2005

8. Melgar 2548

Hoy no puedo escatimar detalles. No sé de qué, pero sé que no puedo escatimar un solo detalle. La pulsión por escribir reventó hoy cuando estaba hablando con Pegache (mi hedionda vecina ya tiene un nombre más decente), porque me di cuenta que realmente lo que más me beneficia es comunicarme en el idioma español. La lengua materna se le llama, y ya voy entendiendo por qué.

Si me preguntan lo que siento al escribir este correo, creo que realmente lo importante no es tanto el contenido sino el hecho: escribí porque me di cuenta que tengo que escribir. Hay cosas de mi vida acá que hacen que todo sea más soportable. La más importante ha sido poder conversar con Adri cada día por algún medio, y creo que detrás de esa razón está la importancia de escribir cualquier cantidad de cosas a quienes me conocen y tal vez aguanten leer una serie de párrafos machucados entre sí y que pueden dar a entender algo de lo que estoy haciendo en esta cochina ciudad, y de las cosas que han pasado.

Qué ha pasado? Básicamente, nada. A veces uno tiene tantas cosas que contar que no le sale nada, es como cuando uno tiene tantas ganas de entrar al baño que tampoco le sale nada. La vida es rara, no es cierto?

Antes de empezar a contar cualquier cosa, tengo que admitir que siempre tengo un recibo de alguna cosa donde he escrito las ideas principales del correo de cada semana. Esta vez, como he escrito tantos papelitos y los he perdido (o botado, o no sé realmente dónde los dejé y ya me senté a escribir entonces que guevo), voy a escribir tal cual. Me disculparán por los errores ortotipográficos, pero pues cuando toca toca, y preciso en este momento tocó.

El primer incidente que se me viene a la cabeza es el de la fecha de vencimiento del yogurt…. ¿? Todo esto tiene una lógica detrás: a veces me ha dado por pensar que las cosas aquí no son muy higiénicas (un pensamiento no muy descabellado, de hecho), y miro las fechas de vencimiento. La primera vez quedé impresionado: 4 de xxx de 2548.

2548: existen varias opciones: la primera que se me vino a la mente es que estoy viendo mal (verdad) y que no leí bien. Vuelvo a leer, y acerco mi ojo derecho a la etiqueta del yogurt y miro como un loro: 2548.

Extraño, pero verdad. Realmente no importa el xxx porque es algun mes, pero…. 2548? Esto es raro. Prendí el computador y miré la fecha: 2005. Más raro. Claro, cuando uno se acaba de levantar y no se ha bañado (en esta ocasión, había cogido el yogurt antes de bañarme, algo contra mis estándares estéticos, pues desayunar con bafo y pelo parado no me parece la mejor opción), uno tiene ideas extrañas que solamente prosperan en medio de los sueños que acabamos de tener. El sabor a almohada de estas ideas nos hacen volver a tener sueño y acostarnos. En el caso del yogurt, no lo hice. De hecho, mi corazón (que ya sabemos que funciona perfectamente, por ahora) comenzó a palpitar con vigor.

2548… Pues raro, seguramente es que los productos de este país tienen químicos que los hacen durar más. Pero… 2548? No, esto es muy raro. Tuve que acostarme y tratar de volver a dormir. Entré en ese estado en que unos angelitos blancos nos dicen “levántate, ya estás tarde” mientras que los diablitos rojos nos dicen “sigue durmiendo, estás temprano”, pero con todo pude conciliar el sueño. El número daba vueltas por mi cabeza y no lo lograba descifrar. Pasó por el lado de un aviso de la calle que tal vez había visto hoy y después en frente de la pantalla del computador de la oficina… 2548. Raro.

De pronto me desperté por completo porque el sueño ya tenía mucha carga yoica y la tensión hizo que me despertara: Kerati! Claro, mi amigo poco próspero ya me había explicado el 2548! Yo si tengo una memoria de imbécil, pero pues por lo menos mis sueños me ayudan a recordar cosas triviales. En alguno de nuestros viajes por templos donde Kerati me explicaba toda la historia de las edificaciones y la cultura tailandesa, me dijo (entre todsa las verdades y mentiras que se le pudieron colar en su discurso) que el 2548 es un año de la era Budista. Aja, y yo respondí con la pregunta menos esperada: ¿el 2548 es a partir del nacimiento o de la muerte de Buda?

Muestren sus apuestas: yo apostaba por que fuera el nacimiento, como Jesús, pero esto es a partir de la muerte de Buda (que haya sido por indigestión o lo que sea, pero igual todos los budistas coinciden en esta fecha como la de su nacimiento).

Entonces, como todo lo Tailandés tiene recovecos, la fecha de vencimiento tiene que ser en la era budista. Qué falta de todo, no piensan en los turistas que se van a confundir cuando quieran conocer la probabilidad de morir con un sorbo de yogurt. Simplemente olvidan por completo al otro y se encierran en su Tailaneidad: 2548. Raro.

Después de eso seguí dándome cuenta que todo en Tailandia va por esos años, hasta los contratos! Eso sería chistoso, tener un contrato en Tailandia y llevarlo a Bogotá a un banco para demostrar que uno tiene trabajo a término indefinido: “mire, yo tengo trabajo desde la fecha hasta el 2548, es como una sentencia de prisión, estoy aquí hasta más tiempo del que voy a vivir”. Maravilloso. Desde aquél entonces estoy tratando de que mi contrato con naciones Unidas sea en el calendario Tailandés, pero nada que lo logro (se imaginan la pensión que me sacaría?)

Pero esta gente en verdad es muy rara. Aunque tienen el año de la era budista, prefieren tener el año nuevo el mismo día que nosotros pero lo celebran el 13 de abril. Nadie los entiende. Y también está el bendito año nuevo de los chinos que es el primer jueves de febrero, como el día sin carro (eso creo, o simplemente me estoy confundiendo). Entonces, si uno llega a Tailandia en diciembre y se va en mayo, puede decir que ha pasado tres años nuevos en ese país. Y la visa? Bueno, nadie se explica esto. Pero lo más chistoso es hacer cuentas cuando uno lee las cosas históricas: si algo pasó en el 2010, entonces eso es… 19…. Ah, bueno, hace como 500 años.

La idea de Bangkok en 2548 me sigue atrayendo, a veces siento que debí haber seguido con la ilusión de que ese era realmente el año en que estamos. Así me podría explicar mucho mejor las cosas: las calles llenas de travestis, además con toda la congestión del mundo y con puentes y trenes por todas partes, como si uno estuviera en Futurama. Los shopping malls por todas partes y la gente comprando ropa como si mañana se fuera a acabar el mundo. Claro, 2548, como cuando uno está viendo una película del futuro y salen numeritos digitales en color verde que dicen el año: Melgar, 2548. Oficinas centrales de FBI internacional, o alguna cosa así. Eso me hubiera hecho pensar todo de otra forma, y tal vez el tiempo que he estado aquí lo hubiera aceptado mejor como un sueño.

A veces me pasa eso: creo que de verdad estoy en un sueño y que ya casi (la otra semana) me voy a despertar. Esta mañana salí de mi casa hacia la oficina normalmente, y de pronto me asusté porque ví a una señora hablándole a otra en una lengua que yo no conocía: carajo, y esto a qué horas? Y todas las señales en Chino hola! Uyyy, taaan raro. Y seguía caminando y me seguía sorprendiendo, y me quité las gafas para limpiarlas con la camisa: no, no son las gafas.

Tengo que aclarar que, aunque ya me había bañado y había comido desayuno, seguía un poco dormido porque anoche no fue la mejor de mis noches. Entonces seguía en algún estado onírico extraño que me permitía desplazarme por un lugar que, aunque conocido, era completamente extraño.

Cuando ya iba llegando a la oficina me acordé: ah, oficina, Bangkok, melgar, calor, naciones unidas, gtz, trabajo, yo, mierda. Todo era realidad y no había angelitos blancos que me sacaran del sueño tan extraño. Así, sigo en el sueño y no hay nada que me pueda sacar de él, solo un viaje de casi 30 horas atravesando todos los océanos posibles para llegar a dar un abrazo y entregar regalos abriendo una maleta que matará a quien se acerque más de 50 centímetros a ella.

Pero la idea del sueño no es tan extraña, lo tengo que admitir. Y tampoco es muy raro asociarla a la idea del año 2548. Describamos mi vida: llego a mi oficina, leo correos electrónicos que han sido enviados de todas partes haciendo preguntas. No conozco a nadie y fácilmente pueden ser máquinas que no hacen más que redactar correos a distintas personas. No obstante, les respondo. De la misma manera, me conecto a un muñeco azul claro con una mariposa escondida donde, al conectarse, aparecen más muñequitos azules con nombres. Cada nombre desplega una ventana y saluda… qué es esto? Aracnofobia 2548. Star wars 2548. Truman Show 2548. Básicamente, cualquier situación, 2548. Ah, lo peor es que todos saben mi nombre y uno de ellos, que se presenta con palíndromos que rota semanalmente, dice ser mi novia y que se va a casar conmigo.

Pues bueno, sigámosles el juego. Si, si, novia. Si, si, en septiembre 17 nos casamos. Y después otra: si, si, mamá… y así sucesivamente. Si las cosas fueran asi de simples, yo no estaría tan tranquilo. Mi vida sería como la de un vegetal conectado por un tubo para comunicarse con el resto de la humanidad. Stephen Hawking 2548.

Para mi gran fortuna, la mujer que dice ser mi novia de hecho lo es, y lo comprobé porque también se conectó en otro dispositivo extraño, verde, con un chulo dentro. Timbró como si fuera un teléfono (teléfono 2548!) y le contesté. La voz que oí me convenció de que no era algo distinto a la mujer de mi vida. El sueño en que vivía se desportilló en el piso como una bombita de jabón de esas que vendían en rodeolandia con agua verde. “Pup”. Adri. Adri 2548.

Y después me quedo pensando en el año, y creo que todo va a ser como una de las teorías del big bang, que al final de la expansión del universo todo se va a contraer, y así el tiempo irá hacia atrás. En este caso, el tiempo se va para atrás parcialmente, porque alguien hizo un roto y se descuadró todo. Esto fue claro cuando, al salir de una película, encontré que el taxi tuvo que frenar porque en la avenida estaba cruzando un elefante… sobre esto no puedo dar mas comentarios…

La vida en Tailandia es muy rara. La gente come sin cuchillos y prefiere la cuchara para recoger el arroz, hablan con la boca llena, meten la sprite en una bolsita, no tienen cartera porque tienen bolsitas y en cualquier sitio que uno compra algo le dan una bolsita. A veces me dan ganas de gastarme toda mi plata en algo bien grande para ver si lo meten en una bolsa: “señor, le empaco el carro en una bolsita para que lo lleve a su casa?” Esta gente está loca. La cultura de las bolsas me tiene mamado, y de hecho no me las aguanto desde hace años. Ese ruidito desesperante que las caracteriza, el bulto que arman, la falta de uniformidad, el color. Y lo peor es que, ahora que estoy en mi casa, veo que tengo una esquina atafagada de bolsas de todos los tamaños porque compré cualquier cantidad de pendejadas y cada una la metían en una bolsa separada. El concepto del reciclaje y de lo sostenible se los quedaron debiendo.

Y todo este tiempo que llevo acá y no he sido capaz de peluquearme. Claro, tampoco he ido tanto a clases de tailandés como para aprender cómo se instruye a un peluquero para “el buen corte”: “cómo se dice desvastadito, o despuntar, o greña, o patilla?” De todas formas, así aprendiera a decir eso, no sería capaz de entrar a una peluquería porque correría el riesgo de salir como el mundo que me espera a la salida: Carlos Felipe 2548.

Creo que este es el correo más horrible que he escrito en años enteros. Si siguen leyendo, lo más probable es que estén esperando algún párrafo bueno. Por favor, no lo esperen, no los quiero defraudar. Es más, creo que todo ese gran prefacio no sirvió para nada. Mentira, hay más cosas.

El dato más importante que debo arrojar antes de irme la próxima semana es el de la pertenencia al gran reino de Tailandia. Como siempre, las cosas afectivas entran por los oídos, el cuento de la nariz no se lo cree nadie. Debo aclarar: como algunos de ustedes sabrán, yo debo dormirme después de las 9 de la noche, incluso un poco después, porque al lado de mi casa hay un fuerte cántico de unos muchachos que en un principio no entendía. Primero creí que eran monjes budistas cantando, y lo grabé creyendo que había captado un momento maravilloso. Después de unas semanas, el dueño de la casa me dijo que eran los jóvenes estudiantes de la escuela militar que cantaban todas las noches. La grabación perdió todo valor, pero de todas formas ya puedo tararearla, dado que oigo la canción todos los santos días (aunque se les ha olvidado cantarla ahora, tal vez lo hacen en otro lugar).

Un segundo componente de este episodio, que lo concluye, es el del cine. Cada vez que uno va a cine, justo antes de la película, tiene que cantar una canción que parece como una especie de himno nacional. Las primeras veces no me pareció chévere, y además había que pararse y mirar la pantalla sin hacer ruido. Solo se oían las bolsitas de quienes habían comprado algo en el centro comercial, pero este ruido es normal en todo Tailandia (como el olor y el ruido de los carros y buses).

Después de un tiempo, por ahí a la quinta película (mis viernes consisten en ir en barco hasta el centro comercial y verme una película íngrimo), tuve un insight mientras oía esa canción: el coro, tarararaaaararaaa raraaraaaa. Es el mismo de los muchachitos! Que tal!

Ustedes no me lo van a creer, pero en ese momento se me aguaron los ojos y al mismo tiempo me comenzó a gustar la canción. Es uno de los sentimientos más raros que he tenido en mi vida, pero lo juro que fue así. Ahora no puedo oír la canción porque me pongo a llorar, aunque tengo que conseguir el CD para poder mostrarles cómo lloro…bueno, no sería chistoso, entonces más bien no compro el CD.

Ya, creo que eso era todo. Empecé como terminé, sin decir nada nuevo. Creo que es mejor cuando escribo en los recibos y no los boto. Con todo, creo que la simetría de la humilde página de correos por fin se va a lograr: 8 de Nueva York y 8 de Bangkok. Je, era una razón primordial.

Adios, nos vemos en Bogotá. No le llevo regalo a nadie, además de Adri y una que otra persona adicional. No se ilusionen.

lunes, marzo 07, 2005

7. El peligro mata el estrés

En mi vida, el estrés es como un perrito feo: siempre está acompañándome pero yo no quiero tener nada que ver con él. Aunque he mejorado, todavía tengo episodios de estrés que resultan en dolores de cabeza interminables, una espalda rígida o insomnio (la dolencia más frecuente acá).

Para remediar el estrés hay varias recetas: la primera consiste en tomar pasticas. Esa la podemos descartar, porque la idea de dejar el control de nuestro cuerpo a una sustancia desconocida en forma de cilindro no me parece para nada viable. Otra forma de solucionar el estrés es meditar, pero esa también la tenemos que descartar porque la quietud y el silencio mental no es una de mis pasiones. Claro, hay que aprender algún día, pero tal vez algunas vacaciones sin Internet pueden ayudarme.

También se han inventado otras terapias como gritar dentro de su almohada (lo han tratado? El sonido se ahoga y uno puede gritar hasta que le duela la garganta, y nadie que esté más allá de dos metros va a poder oír nada), ir al campo o a la playa (esta última puede servir, con tal de que no sea una playa cochina). Y existen otros métodos que se describen con palabras compuestas y terminan con el sufijo “–terapia”: orinoterapia, auraterapia, logoterapia, chismoterapia … terapias. Es una de esas palabras que pierde todo significado después de repetirla 7 veces, como una fórmula para despojarla de todo sentido. Terapia terapia terapia terapia terapia terapia terapia. Ven?

De las anteriores, muchas de ellas no las he probado pero sé que pocas me sirven. En mi caso, la profesión que escogí (y de la cual recuerdo muy poco) me ha permitido inventarme un ejercicio “taylor made” para solucionar mi estrés, pero que había estado practicando hace mucho tiempo de manera intuitiva y no consciente. No obstante, servía.

La primera vez que me di cuenta de la terapia de la velocidad fue cuando alguien me sacó la piedra y salí a montar en bicicleta durante una hora. Cuando volví, ya no tenía rabia y me sentía como si nada hubiera pasado. Claro, la bicicleta, el deporte, que buen ejercicio. Todo ejercicio en dosis adecuadas tiene ventajas: 50% menos probabilidad de ataque cardíaco, 30% menos riesgo de ser gordito, pero nunca se da un dato para la tranquilidad. Si me preguntan, cada vez que monto en bicicleta siento que tengo un 80% menos riesgo de morir en los próximos 5 minutos, y un 60% menos de no morir durante el próximo año. Para mi, eso funciona bastante. Lo que no funciona esque, hasta el sábado, no había montado en bicicleta desde que llegué a Bangkok.

Analicemos la situación: Un desplazamiento en Bangkok se puede hacer por varios medios de transporte, cada uno peor que el anterior exceptuando dos de ellos. A esto dedicaremos el resto de este escrito tardío.

Primero que todo, hay que analizar la situación del carro: el vehículo que todo personaje busca tener cuando ya haya ahorrado lo suficiente (o incluso antes, con estas modalidades de pago cualquiera sería feliz con su carrito pagado a 480 meses). Esa comodidad que se ve en las propagandas, la suavidad de los asientos y la maravilla de estar andando a 100 kilómetros por hora en esas carreteras despejadas e inexistentes que nos muestran los publicistas. El carro es nuestro primer paso hacia la felicidad, nunca lo olviden.

Este vehículo es el que más apasionadamente adoran en este Melgar asiático. Se nota a leguas porque la ciudad es llena de ellos, tanto que no se pueden mover por ninguna parte. A veces uno siente que la fila de carros continúa por kilómetros y kilómetros y que no habrá día alguno en el que todos puedan continuar su recorrido. La situación hipotética no se aleja de la realidad.

Por estos motivos, el automóvil es un vehículo para usar cuando uno se vaya de paseo con los niños y solo se debería utilizar los fines de semana. Que la autopista se llene de carros, igual no importa porque uno lleva olla con arroz y papa salada por si nos da hambre, y bolsa de emergencia. Además, el asiento de atrás tiene una sábana vieja que pusieron por si el arroz o la papa se restriega en la tapicería, y pues qué pereza limpiar eso después. No, huevo duro no hay.

Sobre el carro no hablemos más. Creo que su imagen en medio de un trancón ya es suficiente para entender a lo que me refiero: estupidez.

La gente es bruta. Aunque a veces tengo la manía de decir eso como una respuesta automática que generaliza a la vasta población humana, simplemente la uso para resaltar un atributo de alguna persona que denota algún grado de irracionalidad, imbecilidad, ignorancia o simple despiste. La gente es bruta. Ante mi gran sorpresa, hoy un taxista me dijo exactamente la misma frase. Bueno, la dijo en inglés y cambio “bruta” por “estúpida”. Esto no fue lo mejor. Debo explicarme:

El taxi es el segundo vehículo más odiado por mi en esta ciudad. Están por todas partes pero cuando uno los necesita todos se esfuman o están llenos de gente. He llegado a esperar media hora para montarme en uno vacío, y varias veces los conductores han tenido el lujo de echarme del taxi antes de que arranquen. Por qué? Simplemente porque cuando ven la distancia que van a tener que recorrer, prefieren no llevar al pasajero y buscar otro, porque si no pues la tarifa mínima se pierde (el viaje comienza con 35 baht y de ahí pues lo que marque, pero si el recorrido es muy largo marcaría muy poquito y no les funciona). Esta situación es particularmente estresante un viernes por la noche cuando acabo de salir de una película, normalmente a las 11 de la noche y solo, cuando ya cerraron el tren y no puedo encontrar más que taxistas que no prenden el taxímetro y que cobran lo que se les dé la gana. Esta es la situación del taxista típico de Bangkok.

Pero los taxistas no entienden jota de inglés, entonces hay que aprender a pronunciar el nombre del lugar al que uno se dirige. Cuando uno va para una reunión en algún sitio, tiene que preguntarle al anfitrión “y cómo se pronuncia en tailandés el lugar de su oficina?” Ellos responden y uno se demora 10 minutos más practicando la pronunciación. Por ejemplo, la oficina es “saha prachachaaaa”, pero lo más importante es el chaaaa del final. Mi casa es naaa sanamuey ratchadamnoern, y lo más importante es la última palabra, porque si la pronuncio mal me llevan al parque de la ciudad que queda del otro lado. Pero estas son fáciles. Hay veces que tengo que pedir la dirección y quedarme con mi asistente practicando porque ella es tailandesa. Después de ensayar todas las posiciones de mi boca para poder pronunciar bien el nombre del lugar, lo apunto en mi palm (un papelito doblado que llevo con todo lo importante del día escrito adentro) y salgo. Cuando me monto al taxi, pronuncio todo mal y me toca llamar a Cheer al celular y pasarle al taxista, con quien se quedarán hablando durante horas enteras sobre el lugar donde me van a llevar. Básicamente, la mayoría de los minutos de mi celular se terminan en esto.

En fin, hoy nos montamos en un taxi cuyo conductor sabía hablar inglés muy bien. Lastimosamente, íbamos para la oficina con unos holandeses y no sirvió de nada que yo desplegara mi “saha prachachaaa” bien pronunciado, porque justo después el taxista dijo “united nations, ok 40 baht”. Le pedí que prendiera el taxímetro y me respondió con la siguiente frase “you are stupid”.

Los holandeses se asustaron y creyeron que se habían montado con un psicópata. Cómo es posible que un taxista se ponga a insultar al pasajero? Pues el taxista dijo que iba a salir más caro porque yo era estúpido y le había pedido que prendiera el taxímetro, y siguió hablando de este rasgo y afirmando que la gente (en general) es estupida. “people are stupid”. Los holandeses me miraban confundidos y se querían bajar, pero ya habíamos encontrado un taxi y yo no me iba a bajar ni loco, por muy estúpido que fuera.

Lo interesante de todo fue que yo me sentí un poco incómodo con la fuerza de las afirmaciones sobre la inteligencia humana que el taxista decía con tanta convicción, y cuando lo traduje me di cuenta que era exactamente la frase que yo empleo a veces: la gente es bruta. No me gustan los taxis.

Pero siguiendo con la afirmación de la gente bruta y conectándola con la de Koffka (“como un animal de una estupidez increíble pero muy adecuado para los experimentos, se nos recomienda la buena gallina”), creo que se podría decir sin ningún problema que hay un sector de la población de Bangkok que de hecho es completamente estúpida: los conductores del tuk tuk.

Antes que nada, el tuk tuk es un triciclo motorizado que tiene techito y timón de moto, suena como una lancha y andan como locos por todas partes. Sus conductores son bastante letrados en el tailandés oral, pero dudo de su conocimiento del lenguaje escrito. La frase que mejor saben decir en inglés (y tal vez la única) es “one hundred baht”, porque para cualquier viaje cobran eso. Lo mejor es cuando uno les dice para dónde va. Ellos sí tienen un oído biónico que les hace entender únicamente el acento tailandés perfecto, porque cualquier desviación de esa norma les hace perder toda comprensión de su idioma natal. Esto hizo que un día, en un recorrido que ahora hago en 10 minutos, me demorara una hora en llegar porque el conductor no entendía que tenía que ir al hotel de la princesa real. En lugar de esto, me llevó dos veces seguidas al hotel Prince, y además me peleaba porque decía que era exactamente ese el hotel al que yo le había pedido que me llevara. Desastrozo.

Los tuk tuk andan por todas partes como moscos. Nadie se los aguanta y se meten por cualquier sitio por donde quepan, así el pasajero siga dentro del vehículo o no. Es desesperante andar en este aparato, porque además uno realmente no sabe si va para donde debería, y dentro del recorrido siempre se pierden por lo menos tres veces. Para quien vaya a venir, por favor no se tome la molestia de usar estos aparatos, es más barato coger un taxi, así el taxista les diga que son estúpidos.

Y el bus? Hay con aire acondicionado y sin él. Al que no tiene aire no me he montado por un instinto básico de supervivencia. En cambio, a veces he usado el de aire acondicionado pero nunca me puedo dar a entender. Hay una señora que pregunta para dónde voy, y dependiendo de mi respuesta me cobra (en tailandés) lo que tengo que pagar. Esto nunca resulta en una transacción exitosa, y algun buen samaritano que esté sentado en el bus me va a traducir todo para asistirme en el deber. Este vehículo va al mismo paso que un carro o un taxi, entonces no es tampoco un medio muy maravilloso para moverse por Bangkok.

El resto de los medios nos los saltamos porque no tienen nada interesante. Además, solo quedan dos que son de gran importancia: la bicicleta y el barco. La primera constituye la pasión “sin vida o espíritu” más grande que haya tenido en mi vida, que me hizo llegar al lugar que estoy (bueno, vine en avión pero fue por montar en bicicleta). Aunque no había montado desde que llegué, realmente no había encontrado un sitio donde vendieran una bicicleta nueva, ni tenía un sitio donde dejarla. Pero el sábado tuvimos la maravillosa oportunidad de ir a un tour en bicicleta por Bangkok. Alquilamos las bicicletas y nos llevaron entre callecitas estrechas que nos condujeron al río, y de ahí fuimos a un lugar donde había un camino elevado sobre un pantano, angosto y sin barandas. La idea era pasar por los 4 o 5 kilómetros de caminito sin caerse, y lo logramos. Realmente creo que mientras yo iba por todas esas partes el sábado, no pensaba tanto en los sitios sino en el hecho de estar montando en una bicicleta. Parecía como si todo lo que estuviera pasando se redujera a un marco blanco donde solamente sentía los pedales y el viento pasar por la cara.

A veces creo que esas dos cosas son gran parte de mi felicidad, como si la hubiera dejado enganchada de las bielas y del timón. Un alto porcentaje de mi felicidad reside en la oportunidad de sentir el movimiento de mi cuerpo en línea recta y sobre un aparato en el que debo practicar equilibrio constantemente, para sentir solamente el ruido sutil de las ruedas y el aire que pasa por la cara como si hubiera un ventarrón. Esa es mi terapia, la velocidad de la bicicleta. Encontrar un desplazamiento perfecto y sin parar, poder moverse por el espacio sin esforzarse o hacerlo con el menor esfuerzo posible. No generar ruido y saber que el movimiento experimentado es realmente debido al movimiento de mi propio cuerpo, de las piernas en círculos imperfectos.

Como esta maravillosa oportunidad no se había dado en todo este tiempo, tenía que encontrar otra forma de aliviar el estrés. Pensé en pastas, en meditación, en las –terapias, pero ninguna se ajustaba y no encontraba la forma como podría quitarme el dolor de cabeza. Por coincidencia, un día que iba pensando en eso quise experimentar el viaje en barco por el cochino río (es cochino, café, huele horrible y se ven botellas flotando en el agua). Encontré la estación y ya sabía que ese barco terminaba su trayecto cerca de los centros comerciales y que me iba a cobrar únicamente 7 baht por el recorrido. Me senté en una de las bancas de madera, y mis rodillas se pegaron contra el respaldar del asiento de adelante, donde estaba sentado un borracho al que le faltaban dos dientes pero cuyo propietario no le faltaba el descaro, porque no hacía más que mirar el pecho de la señora que se había sentado a su lado. Después se montaron más personas y tres muchachos con cascos azules comenzaron a gritar y se pararon sobre el borde del barco. Arrancamos.
En ese momento, el barco cruza un puente y el techo se baja hasta tocar nuestras cabezas, y el motor suena un poquito más duro que siempre. Antes de llegar a la primera estación, suben unas cortinas de plástico azul para que el río no nos salpique. No sirven de nada porque un minuto después una ola fétida nos moja a todos un poco la cara. Paramos en la primera estación y se bajan la mitad de los pasajeros, por lo que el barco pierde algo de control y se balancea en el agua como una boya alargada. Se bajan y, antes de que la última persona haya salido a salvo del barco, ya están arrancando otra vez.

Otra vez bajan el techo, pero esta vez el pelo está completamente cubierto por el techo, dado que el puente por el que pasamos es bastante bajito y ha que bajar más el techo. En la siguiente estación hay cinco niños de 6 y 7 años empapados en calzoncillos. Estaban jugando a echarse al agua y nos gritaban a todos “helloooo" como si estuviéramos de turismo. Justo después de que el barco vuelve a arrancar, se botan todos al agua otra vez hasta que llegue el otro barco y se tengan que volver a montar al muelle.

Lo más importante de este bote es que, en medio de la bajada del techo y la salpicada, las paradas en las estaciones sin esperar a los demás, los brincos descontrolados cuando pasa otro barco al lado y este tiene que aguantar la estela, todo se siente espectacular. Es como si me hubieran pedido que me metiera en el medio de transporte más peligroso que pudiera pero que me iba a sentir bien, que el peligro de veinte minutos de viaje me iba a resolver todos los problemas de estrés por los que había pasado durante las últimas horas. Convencido, como quien se convence de que tomar su propia orina maximiza la potencia cerebral (es mentira), me monto en el barco y después de unos minutos me siento mucho mejor, como si tuviera cinco años y acabara de jugar en la rueda rueda… cómo se llamaba ese aparato? Un cono gigante que estaba pegado de un poste en el centro y uno daba vueltas como loco? Por qué los quitaron? Será que eran más peligrosos que los columpios de metal? Una vez yo le fui a decir algo a Mónica pero ella estaba montada en uno de esos columpios. Lo único que me acuerdo es que después me desperté en la casa de la tía Carmencita. Pero un momento, qué pasó con las rueda ruedas? No eran pedagógicas o simplemente las dejaron de hacer? Es uno de los inventos más grandes del mundo! Bueno, no entiendo nada. Si alguien me puede explicar o tiene datos fiables, por favor envíelos.

Antes de terminar, y aunque esto está pésimamente escrito, lo dedico a Adriana porque hoy cumplimos dos años de ser novios y preciso estamos demasiado lejos el uno del otro.