jueves, enero 20, 2005

Correo 1: Con amor desde melgar

Por fin me tomé el atrevimiento de comenzar a escribir sobre lo que ha acontecido desde que me fui el 15 de enero de 2005. Claro, soy un perfecto ingrato, dado que hoy cumplo más de una semana entera sin escribir. Pero esto se irá subsanando con el tiempo. Por lo pronto, este correo es el más largo y aburrido que he escrito en mi vida, pues son tantas cosas las que hay que contar que me limité a enumerar extensivamente las cosas que iban sucediendo, sin darles suspenso alguno (esto hubiera tomado 50 páginas en lugar de las 5 que van a continuación). Entonces, por favor no se defrauden, los próximos episodios van a ser menos informativos y más armónicos. Como siempre, este correo no está corregido con tildes ni comas, ni redación. Otro punto por el que me deben aguantar. Pero por favor, continuen:

En aras del orden, me toca dividir este correo en dos partes, la primera sobre Frankfurt y los dos días que pasé ahí, y la segunda sobre los primeros días en Bangkok. Tengo tantas cosas por contar que espero que esto no se convierta en una simple enumeración de cosas extrañas o pintorescas. Por esto, voy a priviliegiar los aspectos más relevantes de lo sucedido hasta hoy.
(una vez más, si usted es una persona que no quiere recibir este correo, no dude en contactarme y lo sacaré de la lista de inmediato).

Frankfurt: la fría ciudad
Cualquiera diría que estoy dando este título por el invierno tan gélido que pude haber pasado en aquella ciudad. Pues no, realmente el frío lo atribuyo más a la carencia de sonrisas por parte de los ciudadanos y por la forma como tratan a los demás. Nunca me había sentido tan cerca de escenas parecidas a las de películas sobre la segunda guerra mundial y las frases secas que emitían los comandantes nazis. Al parecer, en este país todo se comunica como si fuera una sentencia de muerte.
Bueno, pero no todo es color de hierro. Tengo que admitir que, de no ser por los ciudadanos de Frankfurt y Eschborn, todavía estaría buscando mi hotel, y que en algunas ocasiones fueron buenas personas cuando se les dio la gana.
Aunque parezca estúpido, hubo un episodio que fue el que más me marcó durante estos días. El segundo día de mi estadía en esta ciudad, me levanté a tomar el desayuno en el pequeño restaurante que tenían destinado para ello. Eran las 8 de la mañana pero parecían las 10 de la noche, y más aún porque el lugar estaba completamente solo: únicamente estaba allí una chinita (con esto quiero decir que era una persona de China) que ya casi terminaba su desayuno. Comencé a servirme todo, frutitas y un café que casi no salía de la jarra por su espesor, un jugo de naranja de caja, y un poco de cereal (cualquiera, pero parecía Corn Flakes). Con este insípido desayuno comenzó mi breve estadía en Eschborn, pues el día anterior el vuelo de Bogotá a Madrid se había atrasado, me habian hecho perder el vuelo a Frankfurt y tuve que quedarme 4 horas en el aeropuerto de Madrid (sin poder salir, sin el teléfono de Mónica para por lo menos hablar con ella), echado en varias bancas con el jetlag más absurdo de la vida. Yo tenía planeado llegar al hotel a las 3pm (mi vuelo hubiese llegado a las 2pm) e ir a conocer la ciudad. Finalmente, con todos los atrasos del mundo, llegué a Frankfurt a las 8pm y al hotel a las 10. Con esto, tenía poco o ningún interés en conocer una ciudad con todo apagado, cerrado, etc.
Seguimos con el desayuno. Unos minutos después, la china que estaba del otro lado del lugar (yo me había sentado lo más lejos posible, casi tapándome con la mesa de la comida) se paró y se fue. En ese mismo instante se me acabó el café. Tengo que anotar que en Bogotá yo nunca tomo café, pero una vez me haya montado un avión, de pronto se mueve un switch que dice “usted es colombiano, y por ende toma café en todas partes”. Como un autómata, siguiendo estas instrucciones, inferí que necesitaba más café porque tenía que demostrar mi colombianidad (a nadie, porque ya el lugar estaba vacío). Estaba pensando en esto mientras servía el tinto - que parecía yogurt negro – en la taza, y seguí pensando. Servía y pensaba, hasta que de repente la taza no tenía más espacio para el tinto, pero yo seguía sirviéndolo (uno de esos momentos de englobe máximo donde uno ya olvida que está realizando una acción). El café siguió al plato, y de allí brincó con fuerza a la mesa, haciendo un pequeño desastre.
Mierda, esto hay que limpiarlo. Por fin me había despertado y había dejado el tarro de café en la mesa, y tenía una taza de café rebosante con un platito lleno de café por todas partes. Pensé en limpiar todo, pero me quedé pensando: “y qué, igual nadie se va a dar cuenta de quién lo regó”- el típico razonamiento del ruido del árbol que nadie oye. Decidí fugarme de la situación: lo único que debía hacer era caminar sigilosamente hacia mi mesa y seguir tomando el café como si nada. Comencé a caminar, pero el traicionero líquido comenzó a regarse por todas partes, dejando una estela que me perseguía hasta mi mesa. Claro, con esto cualquiera sabría que el muchacho de esa mesa había sido el culpable. Ahora, como si hubiera una espesa capa de nieve que mostraba las huellas del delincuente, se delineaba un sucio camino sobre la baldosa del desayunadero, desde la jarra hasta mi mesa. Decidí actuar: me tiré al piso con la servilleta y limpié todo, como si fuera una cuestión de vida o muerte. Volví a mi mesa, satisfecho porque nadie se daría cuenta que había sido yo el del pequeño crimen. No contaban con mi astucia.
Pero no, yo tampoco contaba con que, una vez había limpiado todo con la servilleta, esta se había convertido en una evidencia del crimen: busqué una caneca de la basura para botarla, pero no la encontré. En medio de la angustia, cogí otra manzana y me fui corriendo al cuarto. Igual, nadie iba a saber que yo estaba sentado ahí (por lo menos eso espero).
De resto no hay nada más extraño que contar de esta ciudad, porque realmente no la viví durante mucho tiempo. Ese mismo día estuve trabajando desde las 10 am hasta las 8pm, hora en la que ya no podía más del sueño y además ya todo estaba cerrado también, por lo que resolví dormirme hasta el otro día, cuando tenía mi vuelo hacia mi destino final.
No obstante, al otro día recordé que le había prometido a Adri una foto con el abrigo en cualquier sitio de Frankfurt. Mis opciones eran las siguientes:
- tomarme la foto en el hotel, y estaría cumpliendo con sus reglas
- tomarme la foto en la estación del metro, y también estaría cumpliendo con las dos reglas
- ir temprano al aeropuerto, hacer el check-in, volver a la ciudad y tomarme una foto mientras era hora de entrar al avión
La tercera opción era la más arriesgada, pero opté por ella. Calculé minuciosamente y salí del hotel exageradamente temprano para cumplir con mi itinerario. Logré llegar rápidamente al aeropuerto, pero la aerolínea estaba cerrada. Finalmente caí en cuenta que podría dejar las maletas en un sitio que cobraban por guardarlas, pero esto era mejor que nada. Las dejé y salí corriendo al tren para tomar la foto. Llegué a la estación y el tren estaba atrasado. Finalmente, se había dañado el tren y mandaron otro para recogernos y llevarnos a la estación central. No obstante, este tren nos dejó en un sitio completamente distinto al que yo había visto esta mañana, pero salí corriendo para buscar un sitio “típico alemán” para tomarme una foto a las 11:30 de la mañana (debo aclarar que a las 12 debía estar haciendo el check-in y tal vez entrando de inmediato al avión). Por fin encontré un lugar, pero faltaba la persona. Llamé a un gordito que estaba por ahí, y le pedí que me tomara la foto (este man no tenía ni idea lo que le estaba diciendo hasta que le hice mímica para que entendiera- foto- yo- estación- novia- promesa). Por fin: había tomado la foto y eran las 11:45. Ahora únicamente tenía que entrar al tren y volver al aeropuerto. Pero, dado que estaba en la estación central, había cerca de 70 líneas distintas y todo en alemán. Por ningún lado encontraba un lugar de información ni el tren que buscaba (S8 Flughaufen, creo). Finalmente, a las 12 en punto abrieron un puestito de información y me explicaron que debía bajar al nivel inferior (70 líneas mas!?) y buscar la línea 103. Listo, de ahí todo es normal: llegué al aeropuerto, cogí las maletas, hice el checkin, me dieron el peor puesto del mundo y 11 horas de vuelo después estaba llegando a Bangkok.

Bangkok: “Carlos: how you pronounce?”
Después de toda una vida en la que yo sentía que mi nombre era algo fácil de pronunciar, un nombre entre todos los miles de nombres que pasaría desapercibido por ser tan común, el tercer día una vecina de mi edificio me preguntó mi nombre. “Carlos…. Wait… how you pronounce?” Creo que solamente fue hasta este momento que comencé a caer en cuenta que yo estaba realmente en un sitio muy diferente, el mundo al revés por completo.
Cuando estábamos planeando y pensando en mi viaje a Bangkok, Adri y yo molestábamos diciendo que yo iba a ir a un sitio donde todo era al revés (dado que es la antípoda de mi lugar de origen), la gente con el pelo parado y todos hablando en reversa (por eso era que nadie les entendía). Nos reíamos con estas escenas inventadas y nos acordábamos de Bugs Bunny excavando hasta llegar a ese lugar extraño del oriente: Asia.

Después de cinco días acá, tengo que admitir que no estamos muy lejos de esta idea. Todo comenzó desde el avión: el vuelo no comenzó con las reglas de seguridad sino con una oración a Alá (televisada, con traducción simultánea) que pedía que el vuelo fuera bendito y que cuidaran de nosotros y de la familia que dejábamos, entre otros. Después, el televisorcito central tenía un dibujito de un avión, un círculo alrededor y una casita con la etiqueta “Makkah". Durante la mitad del vuelo, yo estaba seguro que era una manera en que la aerolínea (Brunei Airways-?) mostraba la ubicación y distancia con respecto al destino, aunque el kilometraje que mostraba era extraño. Cuando íbamos por India, me di cuenta que el avión ya había pasado a la casita y la tenía atrás, cada vez alejándose. Ahí tuve que comenzar a pensar en más hipótesis. Por fin: La Meca. Claro, recordé que algunos religiosos de estos lares tienen que rezar mirando hacia la Meca, entonces un servicio obligado de Brunei Airways era mostrarle a los viajeros su posición con respecto a el lugar de peregrinación.

Después, llegué a mi destino y, al montarme en el taxi, vi que tenía el timón a la derecha y que tendríamos que ir a la izquierda de la carretera: no, que desespero, tantas cosas por aprender y ahora también tengo que mirar para el lado contrario cuando vaya a cruzar la calle! Bueno, esperamos que todo esto no termine en una catástrofe entre un carro y yo (o una moto, porque esta ciudad está plagada de motos – tipo Melgar).

Toda esta experiencia de Bangkok había sido asediada de distintas imágenes que me había creado desde que me ofrecieron el trabajo: la primera idea que tuve fue que era una ciudad de China – nada más. Después fui refinando mi conocimiento, y comencé a buscar libros de Tailandia. La señora del consulado no fue muy amable cuando le pedí libros, aunque tuviese una biblioteca llena. Además, en ninguna librería de Bogotá fue posible encontrar un libro sobre la ciudad o el país (únicamente hasta diciembre). Las primeras fuentes fueron algunos libritos sobre transporte (donde siempre se mencionaba a Bangkok como el peor ejemplo del mundo en cualquier cosa de transporte), y después Adri dijo que había una película que transcurría en esa ciudad. Cuando la buscamos, fue imposible encontrarla. Por fin la vimos en Internet, pero también encontramos que había sido filmada por completo en Singapur… y entonces? Pues nada, un libro de una amiga de mi mamá fue la única manera como pude conocer este lugar. Entonces resumo lo que me acuerdo que decía este librito describiendo Tailandia:
Todo el mundo sonríe todo el tiempo
Los Tailandeses son muy queridos con los niños chiquitos
Las playas Tailandesas tienen renombre mundial (si, exacto).
Bangkok es reconocida por su multitud de medios de transporte (nunca decían nada de los trancones)
Los rumores sobre Bangkok son verdad: es una ciudad llena de prostitutas.
Después, otra persona que había ido me dijo que todo era más caro que en Bogotá y que las mujeres eran espectaculares. En eso consistía básicamente el conocimiento que yo tenía de la ciudad. Veamos uno por uno, según lo que he encontrado durante la corta semana que he estado aquí:
Sonrisas por doquier: Yo me imaginaba que Bangkok iba a ser un sitio donde uno se sintiera hasta raro por toda la cantidad de gente que pareciera haber comido payasos. Pues… finalmente no es que todo el mundo esté recién salido de un circo, pues la gente es querida pero no es taaaan basto. Aunque hoy estábamos caminando por ahí y una viejita se nos acercó a preguntarnos que si queríamos que nos guiara hacia algún lugar, y hoy un señor me comenzó a hablar en Tailandés y después de tres frases me comenzó a preguntar en inglés que de dónde venía, para dónde iba, y me “invitó” a entrar a un templo budista que había cerca de ahí. Pero de resto, todo como en cualquier otro lugar, tampoco pues la novicia rebelde en cada esquina. Entonces, el primer punto… no tan cierto (hasta ahora)
Queridos con los niños chiquitos: Pues no tengo niños conmigo, entonces no sabría decirles.
Playas: sin comentarios.
Medios de transporte: Veamos, el viernes monté en bus, taxi, tuk tuk (taxi de tres ruedas, como esos carritos que repartían productos Ramo con motor de Renault 4? Esos, sino que más chiquitos), Skytrain (un metro elevado) y casi en metro, sino que está cerrado porque un conductor la montó de McGuyver y atropelló otro tren, dejando 200 heridos. Por eso, cerraron el metro indefinidamente. Ah, me falta montar en mototaxi (uno le paga a un man en moto por que lo lleve a donde uno quiera rápidamente), barco (uno de los mejores medios de transporte, porque no hay trancón), bicicleta (bien peligroso, pero para qué está la vida si no es para arriesgarla), TransMilenio (no lo han construido, pero ahí vamos).
Este punto no se puede subvalorar: Bangkok de verdad es un caos de transporte: cada cruce parece el inicio de una carrera de motos: todas están paradas esperando impacientemente a que cambie el semáforo y se mandan a matar cuando está en verde, seguidos por la infinidad de carros que pueden llegar a estar en un trancón sin moverse durante 20 minutos (en una ocasión estuve media hora en un mismo punto dentro de un taxi).
Prostitución: Pues creo que este punto se quedará sin resolver por mi parte, prefiero quedarme con los rumores y con una novia, que tratar de comprobarlos y perder a mi futura esposa.
Las cosas son caras: Un almuerzo tiene un valor equivalente a 1 dólar y medio, una bicicleta cuesta 60 dólares, un “paseo” de 1 hora en taxi se acerca a los 2 dólares… caro? Es como para comer siete veces al día (ya verán los cachetitos cuando llegue).
Las mujeres son espectaculares: Creo que las gafas que compré no funcionan bien, porque esto lo último que tiene son mujeres bonitas… por lo menos eso me parece a mí. Claro que, después de esta novia...
También hay algunas cosas que me han parecido bastante pintorescas del lugar. La más impactante de todas fue cuando fuimos a comprar mi celular. Cuando íbamos llegando, mi secretaria me preguntó que si quería un número caro o uno barato. “Ah?” El hecho es que aquí venden el aparato por una parte (cuesta desde 50 dólares hasta otro tanto) y el número por la otra. Las tienditas de celulares (son como locales de Sanandresito) tienen listas gigantescas de números, algunos de ellos tachados, todos enmarcados en cuadros que dicen el valor de los números. Para dar un ejemplo: si yo fuera a tener el número 7777707 de celular, me costaría 1375 dólares. Pero como compré el número 7724727, costó 6 dólares…y eso que tiene números repetidos, porque uno con números distintos hubiera costado algo así como 5 dólares. Lo más interesante de todo esto era que mi secretaria le parecía ridículo que yo tuviera un número que fuera barato, me decía “I payed 5,00 Baht (125 dólares) for mine”, porque tenía que ser barato!
Esto también se extiende a los números de placa, pero en proporciones estúpidamente más grandes: un carro puede costar 15,000 dólares, pero si uno quiere una placa que le “combine” al precio, puede costar hasta 25,000 dólares! Claro, cuando Cheer me explicaba, pasó un Mercedes con la placa “5”… ya, nada más! Entonces esa placa pudo haber costado incluso más. CU- CU! La gente es loca.
Hasta este momento, mi vida en Bangkok ha consistido en trabajar en mi nueva oficina (tiene vista a mi casa), dormir en mi nueva casa (tiene vista a mi oficina), caminar de mi nueva casa a mi nueva oficina y viceversa, escribir, leer y desde ayer me he dedicado a caminar por ahí.
Uno se encuentra cosas muy raras por acá: por ejemplo, el Ronald McDonald de un lugar está saludando como un Tailandes, hay gatos por todas partes (es impresionante, parece por molestar), hay sectores donde únicamente se ven extranjeros y vendedores y también me he dado cuenta que existe una gran variedad de comida Thai, y algunos de estos platos desconocidos no son realmente nada del otro mundo. He tenido que pasar las torturas más grandes pidiendo comida (esto se agudiza cuando el menú está en Tailandés y uno se tiene que arriesgar a pedir algo), porque sé que tengo mucha hambre y que únicamente puedo comer algo de lo que tengo en frente. Claro, pedagógico y todo el cuento, pero preciso me tenía que pasar a mí (y para que sepan que soy un as evitando la comida con pescado, siempre doy con algo que sea de carne, pollo o cerdo – aunque el sabor puede ser de algún roedor asiático). Para descansar de estas aventuras gastronómicas, tomé el camino fácil hoy y almorcé McDonalds (hay un menú que se llama “Samurai Pork Burger”, y otro que se llama “Samurai prosperity” – lo máximo!), aunque tampoco se volverá una costumbre, lo prometo (lo prometo, lo prometo, voy a poner un avisito en el closet que diga “hoy no comeré McDonalds, probaré nuevos platos Thai a toda costa, toda la comida Thai me gusta, solamente es hasta Junio y después unas semanitas en agosto y septiembre”).
Además de todo esto, cuando uno se monta a un taxi tiene que tener las instrucciones escritas (eso me lo había dicho mi mamá pero yo no creía): resulta que no es suficiente con conocer la dirección. Además de eso hay que darle al taxista las instrucciones para llegar al lugar. Por ejemplo, para llegar a mi casa tengo un papelito que dice la dirección más conocida cerca de mi casa (Ratchadamnoern Nok, porque la dirección de mi casa es 57 Trok Rong Rian Nai Roi Jor Por Ror, que ya es complicada), y además unas instrucciones que dicen “es justo frente al estadio de boxeo”.
Bueno, no aburro más con lora, creo que con esto es suficiente. Espero tener algo más interesante que escribir para la próxima semana.