jueves, diciembre 18, 2008

Nostalgia en teertS drofxO

(este es el correo peor escrito de la vida. No me importa, ahí va)
Esto tiene que comenzar con Gabi bailando. Por las mañanas, después de que nos ha estado tratando de convencer desde las 6am que, aunque está oscuro le parece indispensable salir a ver televisión y gozar de la oscura mañana, nuestro sueño se ve imposibilitado y tenemos que despertarnos (Adri antes que yo, generalmente) y llevarla de la mano para que vea cómo comienza el canal de niños. La forma como pide todo esto es simplemente diciendo “mamáaaa... hola... curururuuuro, tchn” (es decir: mamá, hola, está oscuro yo sé pero vamos, quiero ver televisión).
Después de uno o dos breves programas de 15 minutos, el hambre no la deja pensar y Gabi comienza a exigir desayuno (no ha aprendido a decir hambre porque desde que es chiquitica, Adri le enseñó a hacer un gesto con la boca para que supiera cómo decir que tenía hambre... entonces no hace nada más sino eso). La sentamos en su sillita y queda a nuestra misma altura de la mesa. Apagamos la televisión (o nos lo pide, porque sabe que es un requisito para poder desayunar o comer), y prendemos la música.
Si es Step 15 (Radiohead), Gabi queda particularmente feliz: hace su protobaile (en parte enseñado por su papá, que siempre se quedó en un protobaile entonces puede enseñar a su hija como si tuviesen la misma edad): sonríe y mueve las manos para arriba y para abajo, después sube y baja los puños y se zarandea un poquito, pero no tanto para desorganizar todo. Es uno de los momentos con los que uno se da cuenta que está vivo. Eso y ver a Adri sonreír. Pasa exactamente lo de la canción: “your smile speaks books to me”. Por eso siempre me parece tan importante hacer sonreír a Adri todos los días . Con Gabi es más difícil a veces... es más seria que yo (eso es posible?)
En verdad, estar aquí con las dos es lo que colorea la vida en Londres. Si no estuvieramos los tres, creo que me habría devuelto hace rato (más le vale, dice Adri cuando lee esto, lo aseguro). Esque Londres...
Miren, yo sé que yo soy super criticón cuando llego a una ciudad. Adri siempre me molesta porque lo único que hice cuando estaba en Bangkok fue criticar la comida, hacerme el enfermo, enfermarme del hambre y adelgazar. Cuando ella fue le pareció lo máximo la comida y no entendía cuál era toda mi joda con las cosas allá. Pero esta vez es verdad! Si nadie me va a creer, tengo que dar ejemplos.
Primero, el famoso pig in a blanket. Sólo pronunciar ese nombre ya me hace tener arcadas y el señor al lado mío en este avión me mira sin entender cómo un computador cuya pantalla solo muestra letras me está haciendo vomitar...el continúa con su lectura de una revista ridícula y yo continúo con mi historia.
El pig in a blanket lo descubrimos (o nos descubrió, o más bien nos atacó) en Greenwich. Nos fuimos para el observatorio y, aunque sabíamos que era lejos y que no íbamos a encontrar nada distinto de relojes y telescopios, nos fuimos para allá sin comida (ni siquiera una snickers ni unos pistachos, nada). Sonó el reloj de mediodía y, cual hombre lobo en plena conversión, Adri y yo acordamos tácitamente que nos dejaríamos de hablar hasta encontrar algo de comer, porque sino cualquier comentario podría convertirnos en presa del otro. Gabi estaba feliz comiéndose cualquier galleta (“teteteeta”) y no tenía síndrome de hombre lobo. Bien por ella.
La pequeña cafetería de Greenwich, además de cara, era ridículamente sencilla. Su menú estaba compuesto por dos platos tipo almuerzo: una sopa y unos pigs in a blanket. Como era de esperarse, Adri quería probar “eso tan raro que hay ahí”...pero lo más grave fue que yo, como nunca lo hago, me dejé convencer y accedí a probar el tal pigs on a blanket.
(me detengo un momento con los ojos llorosos porque no puedo seguir escribiendo con ese recuerdo del platillo en cuestión)

Creíamos que la palabra “sausage” implicaría que íbamos a comer algo conocido por nosotros como “salchicha” o “chorizo”, debajo de ese hojaldrecito con rotos que nos habían entregado. NO. Esto era una especie de carne molida, húmeda y escupida por la señora gorda de la cocina, introducida cuidadosamente dentro de un sleeping bag de hojaldre. Guaca guaca guaca guaca. La mejor manera de imaginarse lo que sentí al probar eso es imaginarse que alguien llega de una caminata por una montaña con tenis y uno le quita la media (tibia aún) y la trata de comer. Exactamente el mismo sentimiento, solo que menos agrio. Eso es a lo que sabe el pig in a blanket. Y eso fue lo que tratamos de almorzar. Sobra decir que el marrano en cobija terminó siendo huésped del basurero del lugar y nuestra visita al meridiano cero quedó truncada por nuestra inevitable necesidad de comer algo.
No es solo eso. Además, el pedazo de carroña suave que acabábamos de probar y desechar nos costó la módica suma de 7 libras a cada uno (en aquellos tiempos de economía estable, 28 mil pesos. Hoy, más bien 25mil). Tuvimos que salir corriendo para un restaurante mexicano que había cuesta abajo para almorzar en verdad.
No obstante lo anterior, yo no he aprendido a cocinar un carajo. Adri es la que ha logrado aprender aquel extraño arte. Bueno, no hay que negar tampoco que en Septiembre, cuando estábamos en el apartamento de Claudia y todo era un caos, almorzar en la casa era también un poco de un reto…lo que yo hacía era imaginarme que estábamos en un campamento o algo así. Pero ahora ya de verdad verdad es un placer. Hasta a veces Adri nos sorprende con unas manzanas con canela cocinadas en el horno y todo, creo que fue una receta que sacó de internet (como todo). Pero para qué, la señora sí que cocina, ala.

“Y Londres qué? Chévere?” La clásica pregunta por skype o facebook. Pues... no es el momento más propicio para dar una opinión. En este invierno (o comienzos de invierno), todos tenemos gripa siempre. Al salir de la casa por la mañana uno se acuerda de los muñequitos animados donde el viento tiene brazos y le pega cachetadas a los transeúntes. Es igualito: salga usted de la casa y recibirá un par de bofetadas de frío que además le dicen “aguante que esto, aunque usted no lo crea, todavía es otoño”.
Yo todavía no entiendo esa estafa de otoño- invierno. Cuando uno era chiquito tenía la idea sencilla de que navidad era invierno y que vacaciones largas eran verano. No es así? Aquí, por lo menos, parece que navidad la corrieron para atrás o el invierno lo corrieron para más tarde. Cómo así que en febrero y marzo va a seguir haciendo frío y que enero y febrero son los peores meses? PEORES? Por favor! Cuándo fue la última vez que yo, oh gran guerrero del frío, salí sin saco de esta casa? Mejor dicho, aquí es perfectamente claro el cuento de hibernar. Si yo pudiera, lo haría. Comería durante un par de semanas hasta reventarme y me acostaría debajo de varias cobijas para despertarme tipo marzo o abril. Aunque he averiguado y parece que es más difícil de lo que uno cree: habría que pagar cosas por adelantado las cuentas, conseguir un médico que haga una excusa médica explicando la pulsión de hibernación que uno posee, etc. Ni modo...
Pero el frío realmente no es lo más problemático. Para mí es la oscuridad. Todavía no logro entender cómo a las 8am uno todavía se siente como si se hubiera despertado temprano para ir al colegio porque toca prender la luz para desayunar, y peor aún que a la hora de las onces se va el sol. Eso no se puede! La noche es por la noche! La tarde es de día! Otro mito que se desvanece cada día más... aunque dicen que el 22 de diciembre es el día que es más oscuro. Veremos.
Aunque no todo es malo. Realmente este correo lo concebí caminando por Oxford Street. No es por dármelas. Es porque estaba caminando para coger un bus porque no me había llevado la bicicleta ese día a una tarea que me tocaba hacer por ahí, y era también el último día de “clase” que tenía este primer semestre. Ahí como que desperté: estoy en Londres, esos buses de dos pisos son los de las películas, etc. Como que dije “carajo, yo ya no vivo en Bogotá, estamos con Adri y Gabi super lejos, y esta tarde no me toca leer nada”. Raro, super raro. Creo que me dio un escalofrío durante un momentico, de esos que uno tiene cuando piensa “seguro que está haciendo lo que toca?” Con la deuda tan monstruosa que adquirí para que viniéramos aquí, sería lo primero que uno pensaría, pero solo lo pensé hasta hace una semana.
Ese sentimiento se me quitó al ratico. Las ciudades siempre tienen un olor propio, como si tuvieran piel que sudara un olor específico, y ese día comencé a oler a Londres. Ví un aviso de neon en la mitad de la calle que decía “emocleW oT teertS drofxO” y me quedé pensando qué podría ser eso… Ah, un momento, esque yo iba en sentido contrario a los carros… “Welcome To Oxford Street”. Sí, es Londres. Darwin, los últimos años de Freud, Newton, el meridiano cero, el incendio, Churchill, todo eso fue aquí. A veces me quedo pensando que no es posible que tantas cosas hayan pasado en un mismo sitio, que no entiendo cómo voy de la universidad a la casa y de pronto hay un aviso que dice “Charles Dickens house Museum”… parece como si uno tuviera dos niveles de realidad en la realidad misma: la realidad que uno conoce, la de Bogotá donde saber que Shakira iba a la misa del Cardenal Sancha era un gran acontecimiento, y la otra realidad, la que es más ordenadita. Esque esa segunda realidad es la de los muñequitos animados (nuevamente): uno veía que los niños de los muñequitos vivían en unas casas todas antiguas y que antes había castillos y reyes y todo eso. En Bogotá lo máximo es el Castillo de Marroquín que al final terminó siendo de un mafioso, eso es lo más histórico que se pueda encontrar (si, yo sé, la candelaria y todo eso, pero eso no es de lo que yo hablo). Es parecido al sentimiento que uno tiene en China, eso de “la cultura milenaria” y todo eso, sino que uno de China no veía tantas cosas cuando era chiquito sino que sabía que comían arroz y tenían ojos rasgados (que eran rasgados, según mi papá, porque les daban mucho arroz y decían “otla vez alooz” jalándose la cara). Pero Londres es donde esas cosas comienzan y terminan…mejor dicho no sé cómo explicarme, es muy raro. De pronto eso es lo que le gusta a la gente, porque por el lado del clima y de la comida estamos más bien mal.
La conclusión inevitable de todo esto es que uno tiene nostalgia. La que todo el mundo tiene cuando se va de su casa es la nostalgia del ajiaquito, la familia, la mamá, etc. A mí me hacen falta las bicicletas, el cuadro del pingüino del comedor y los libros del estudio…sí, mamá, tu también pero esque acuérdate que la familia es lo último que uno pierde y por eso uno nunca cae en cuenta que son lo más importante. De pronto tampoco era tan interesante decir que me hace falta lo mismo que a todo el mundo. Como sea, lo primero que pienso en Bogotá es en mis bicicletas, el cuadro del pingüino y los libros que dejé. Mejor dicho me hace falta todo el apartamento, y a veces el clima de Bogotá (que sí, extrañamente uno lo recuerda con envidia). Eso vale como nostalgia?

(Gracias Luis. Si no me la monta, seguro ni siquiera habría comenzado a escribir esto).

2 comentarios:

juan merallo dijo...

Es posible que en enero haga más frío que en diciembre, pero en febrero ya comienza a ocurrir que hay días que sale el sol y que, a diferencia de diciembre y enero, uno se empieza a sentir medio bien y hasta se atreve uno en la mismísima calle a desabotonarse algún que otro botón del abrigo. Hay un dicho extremeño que dice: "en febrero busca la sombra el perro", es decir, que los peludos perros empiezan a tener calor algunos días de febrero. Lo que no quiere decir que te pueda venir algún día con unas temperaturas extremas (y en marzo también), pero vaya, que la cosa se irá llevando mejor.
Lo que es realmente peor allí en Londres, comparándolo con Madrid o con Alovera (donde yo ahora vivo, igualmente España, de todos modos) es lo de la luz. Yo me deprimía mucho cuando iba a Plymouth para las navidades años ha. Eso de que después de almorzar se te haga de noche no me llegué a acostumbrar. De todos modos, lo que no echareis en falta es el sol, porque en Bogotá el sol brilla por su ausencia también :-(
Pero ya verás que maravilla en verano, con tantas horas de luz... aunque Gabriela no sé si va a pensar que es fiesta todo el día ;-)
Si pasas por Chelsea no te compres unos zapatos como hice yo. Porque te tocará decir la difícil frase de "My Chelsea shoes" que tiene cuatro sonidos de eses diferentes y los ingleses se partían de risa al oírmelo decir.
Qué sigáis bien.
Juan Merallo
Alovera-España

Anónimo dijo...

Todo igual en Dublín, solo que aquí no ha pasado nada especial para la historia de la humanidad, y comemos papas en vez de pig in a blanket. Pero lo de la noche y el frío, ahora lo vivo en carne propia!